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sábado, 18 mayo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

Cuentan los viejos que en tiempos de Abraham, el anciano al que el dios judío sacó de Ur de Caldea, un gran sabio, Hermes Trismegisto, aseguró que “Como es arriba es abajo y como es abajo es arriba”. En esos tiempos inmemoriales, donde no existían máquinas ni tecnología, donde nada se sabía de anatomía, medicina, menos genética, el audaz Trismegisto aseguró que todo lo que compone al hombre puede encontrarse en una gota de su sangre. Aseguró que lo más grande de lo más grande en el universo es igual a lo más pequeño de lo más pequeño en él.

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“Como es arriba, así es abajo” (en lo físico, lo mental y lo espiritual) es una declaración que también recoge ese libro único llamado El Kybalión, documento del siglo 19 que resume las enseñanzas del hermetismo como valiosa tradición filosófica y religiosa.

La verdad nos hace libres en tanto que nos permite ver una realidad y no una “falsalidad”. El mapa no es el territorio, cierto. Pero el mapa nos permite comprender cómo un obstáculo puede significarnos un reto y cómo un atajo puede sernos una solución.

Un irlandés tremendo, el obispo George Berkeley, se opuso a la doctrina del inglés John Locke para proponer el inmaterialismo en el universo, la incorporeidad en él. Es decir: frente a cada uno de nosotros no existe más que vacío, nada, y es mi mente la que me hace sentir, en este punto del espacio vacío, la dureza de una superficie. Y es mi mente la que me hace ver un escritorio. Y es mi mente la que me hace oler el licuado de chocolate que me prepara mi mujer, y me hace sentir en la mejilla el beso que viene a darme mi hijo.

Como personas libres y llenas de fe podemos declarar en cada día, ante cada actividad, más allá de las teorías del filósofo Berkeley, que la realidad sí existe y está aquí y nosotros nos comprometemos a mejorarla.

Recordemos lo que dice el relato de la vida de Jesús atribuido a Mateo: “et quodcumque ligaveris super terram, erit ligatum in caelis, et quodcumque solveris super terram, erit solutum in caelis” (y lo que habrás de atar sobre la tierra quedará atado en los cielos, y lo que habrás de desatar sobre la tierra quedará desatado en los cielos). Estas palabras a Simón Kefas tienen eco en los versos de Rubén Darío, cuando Francisco de Asís pacta paz con el lobo y dice: “Ante el Señor, que todo ata y desata, en fe de promesa tiéndeme la pata”.

Juramento proviene de la voz latina “Iurare”, y según algunos otros de la voz hebrea “Iamin”, mano derecha, y “Aman”, ser fiel. Los egipcios juraban por sus dioses Isis y Osiris; los persas por el sol; los escitas por el aire en el que respiraban vida y el hierro de sus armas que daban muerte. Los romanos juraban por la diosa Fidelidad, por su cabeza como sede de la razón y por su mano derecha, donde radicaba su lealtad. Han jurado y juran incluso los ateos, y lo hacen ellos por lo que más aprecian y respetan: la ética, la tolerancia, entre otros valores.

Independientemente de nuestro credo, nosotros podemos jurar día a día, por amor a nuestros hijos, por lealtad hacia el futuro que queremos traer, comprometernos más por esa mejor realidad que buscamos formar. Por ella comportarnos con moralidad, respeto y solidaridad hacia quienes más necesitarán de nosotros.

Dejemos los discursos, actuemos mejor.

 

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