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sábado, 4 mayo, 2024
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Fusilamientos en Zacatecas

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

  • Historia y poder

Nunca dejará de ser importante la historia de los fusilamientos en los paredones zacatecanos y que una y otra vez se suscitaron para horror de la población que no alcanzaba  a entender  lo imprevisible de tales acontecimientos que le dieron motivos para la aflicción, el desencanto, la pesadilla y el brumoso camino.

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Data de ayer la historia  de los grandes dolores en que en los camposantos o en las fosas comunes fueron enterrados o los mártires o los ladrones, o los patriotas o los desalmados, o los inocentes o los culpables de homicidios de lesa humanidad, los castos y los asustados.

Las armas no cesaban de disparar a las instituciones y los señores del oro respondían imponiendo autoridades que le fueran competentes y evitaran los saqueos, los latrocinios, la rapiña  y la precariedad en las calles abarrotadas de menesterosos y fueron muchas las detonaciones, muchas las lágrimas de mujeres en sus consternaciones y una advertencia estaba echada en todos los caminos: quien quebrante la ley, será pasado por las armas.

¿Se le puede llamar paredón también a los que murieron en la horca, de azotes, a pedradas o en linchamientos? ¿Dónde están los epitafios en que los héroes de la independencia zacatecana ofrendaron su vida con su gallardía en pos de un ideal realmente popular y entendible entre sus calles cotidianas?

En la lista del horror matizan los casi 200 fusilados que fueron ejecutados por una corte marcial francesa en las inmediaciones de lo que ahora es el Museo Pedro Coronel en los aciagos años negros de 1864 a 1866, y cuyo delito fue por estar abiertamente en contra de la intervención francesa en el país y más aún, su ocupación militar en nuestra ciudad, la que hizo y deshizo condenas, destierros, cárcel a muchos, multas severas, la mayoría de los fusilados eran gente del pueblo y también estudiantes, comerciantes y una largo etcétera que aún resuena en la memoria colectiva y el repique de las campanas fúnebres de la iglesia de San Agustín.

Poco antes, durante el proceso de la guerra de guerrillas de la independencia, muchos fueron los fusilados y los mártires, como el hijo de Víctor Rosales, Timoteo, de escasos 11 años, quien fuese ejecutado de la manera más vil y artera y cobarde, en represalia por que su padre había asaltado guarniciones españolas supuestamente imbatibles.

Luego vendrían en  la famosa Toma de Zacatecas los múltiples paredones donde sin juicio previo, fueron fusiladas más de 300 personas en las inmediaciones de la antigua estación de trenes,  soldados heridos o derrotados, a la vez que algunos curros también fueron pasados por las armas sin más miramiento, más adelante vendrían las más  crueles durante la guerra civil cristera en la que Zacatecas aportó innumerables mártires  como los sacerdotes Mateo Correo, Martin Caloca, Luis Batis, Manuel Morales y muchos otros que ofrendaron su vida dispuestos a pasar a la historia con su intachable estirpe que le hervía en la inocencia y la participación directa en la insubordinación

Fusilados el famoso Cheché Campos, José María Esparza, el coronel y diputado querido por las muchedumbres, el padre fray Carlos Medina que en 1812 pasó a la historia por su apoyo sin miramientos al cura de dolores y quien junto al también zacatecano el padre Nacho Ximenez en el paredón vieron  por última vez el cielo que los vio nacer.

Mandó fusilar sin miramiento el general Luis Medina Barrón, Maclovio Herrera, Pancho Villa, Felipe Ángeles, Pánfilo Natera, Benjamín Argumedo, todos mandaban fusilar y muchos otros murieron también víctimas del fusilamiento.

Paredones para delincuentes, para los indignados en  los saqueos, para los sospechosos de ser enemigos, para brujos y hechiceras (el santo oficio de la inquisición, inclemente), esclavos fugitivos, bandoleros y prostitutas, ladrones u homicidas, todo a la prontitud de un mandato enceguecido y miope, sin medir las consecuencias, escapándose a la noche de los siglos en una práctica que puede volver si no tomamos las debidas precauciones. Al tiempo, el implacable. ■

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