14.8 C
Zacatecas
domingo, 19 mayo, 2024
spot_img

Inestabilidad estructural

Más Leídas

- Publicidad -

Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO • admin-zenda • Admin •

Entre los libros que las personas deben leer se encuentra “Estabilidad estructural y morfogénesis”  de René Thom, y deberían hacerlo pese a la proliferación de matemáticas abstrusas que atraviesa sus páginas. No son esas matemáticas lo relevante del libro, sin embargo, sino el programa de investigación que propone consistente en considerar los aspectos cualitativos de la evolución en el tiempo de los sistemas físicos, químicos, biológicos, sociales o de cualquier denominación imaginable. Y dado que los aspectos a considerar son cualitativos no importan los cálculos precisos o las funciones matemáticas explicitas, sino la suposición de que detrás de todo proceso subyace un sistema dinámico cuyas características más relevantes no se llegan a conocer mediante la precisión numérica, sino por las modificaciones perceptibles en la forma del objeto que evoluciona en el tiempo. De acuerdo a la física de Newton y sus seguidores, podemos imaginar que un sistema cualquiera tiene un conjunto de estados posibles especificados por una serie de parámetros, así que dados los valores de los parámetros el sistema evolucionara en el tiempo de manera suave. Era una suposición explicita del siglo 19, perfectamente clara en los escritos históricos de Kant de fines del 18, sostener eso en el caso de las sociedades humanas si la situación podía dominarse mediante la razón, que era el “motor” del proceso. Las vicisitudes de la razón en la historia son el proceso dinámico que guía las transformaciones de la sociedad, porque con el incremento de la racionalidad la forma de la sociedad iría cambiando de ser un “estado de naturaleza”, en el que la vida es brutal y corta, a ser un “estado cosmopolita” donde reinará la realización plena del hombre. La contingencia y la imprevisibilidad no eran parte del cuadro de evolución de las sociedades, porque eso equivalía a admitir la presencia de elementos no considerados, de algo desconocido actuando en las sombras, y ya se sabe: en la historia no actúa nadie más que el hombre cada vez más racional. Así narrada, la previsibilidad en los asuntos humanos aparentaba estar dada porque la evolución de la humanidad estaba ya definida, lo único que hacía falta era ir eliminando progresivamente los elementos “irracionales” producto de atavismos inaceptables. A finales del siglo 19 Henri Poincaré, entre otros, se percató de la existencia de movimientos azarosos presentes en la evolución temporal del problema de los tres cuerpos en mecánica celeste. Movimientos azarosos que las leyes de la mecánica permitían. Así aparece la idea de que aún un proceso guiado por leyes admite imprevisibilidad y contingencia; i.e. trayectorias complicadas. Quedaba averiguar las condiciones de aparición de esa situación. En principio se conocía una: la inestabilidad. Un sistema se dice inestable si, dados dos de sus posibles estados muy cercanos, cuando evolucionan simultáneamente en el tiempo se separan sin volver a unirse. Tal situación se conocía, pero se desechaba por “inobservable”. Thom resumió la experiencia de la primera mitad del siglo 20 cuando sostuvo que dado el conjunto de estados posibles de un sistema, existe un subconjunto de estados cuya evolución será caótica e impredecible. Cuando un sistema ingresa en ese subconjunto se dice que experimenta una “inestabilidad estructural” que puede llevarlo a una transformación. Estar en situación de inestabilidad estructural permite prever una transformación, pero no especifica su naturaleza; la dirección del cambio es imprevisible. La conclusión es simple: si aquello que dirige la evolución de la sociedad es la humanidad, entonces la historia que genera con sus acciones es imprevisible, y nunca podrá saber hacia donde se dirige sin importar cuan “racional” logre ser. Por supuesto que la conclusión es cuestionable, pero a la vista de que la sociedad humana no mejora podemos comenzar a tomar en serio la hipótesis de que no sabemos, ni los políticos, ni los académicos, ni nadie, cómo se puede mejorar. Lo que también es cierto es que la humanidad ha mejorado, y tampoco sabemos bien cómo lo logró. Somos el resultado de una secuencia azarosa de aciertos imprevisibles que podrían cancelarse sin aviso, en el momento en que ingrese nuestra sociedad en una inestabilidad estructural y las tendencias destructivas del presente se impongan sobre las constructivas. Uno quisiera avizorar una opción, dar reglas para guiarse en medio de la confusión. Las ideologías políticas y su “Moloch” estatal han tenido la función de ofrecer esas reglas: conquistar el Estado para usarlo como “megamáquina” correctora de desperfectos o medio de eliminación de obstáculos. Si la historia es imprevisible la acción del Estado también lo es, así que los efectos de su utilización pueden resultar imprevisibles y quizá nocivos. De todo lo anterior no se desprende la inmovilidad política porque el azar y lo imprevisto se oponen a la macro racionalidad que planea a largo plazo y sobre grandes extensiones de terreno (¡la racionalidad estatal!), pero no a la racionalidad local, que se ejerce con fines limitados en áreas pequeñas. Este tipo de “racionalidad acotada” define acciones locales que tratan de moverse sobre los gradientes de la inestabilidad, para tratar de definir una tendencia. Pero en estos pequeños movimientos no hay certeza de nada. Por eso son los más difíciles de convocar. ■

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -