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domingo, 19 mayo, 2024
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Nuestra banalidad

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

En la revista Este País del mes de abril de 2014 aparece una reseña sobre la película de Margarethe Von Trotta titulada Hannah Arendt, de 2013. La reseña se titula Hannah Arendt: ideas que cambian el mundo, por Andrea Ebbecke-Nohlen y Dieter Nohlen. La película se centra en la vida de Hannah Arendt cuando ya está instalada en Nueva York y escribe un reportaje polémico sobre el juicio a Adolf Eichmann para la revista The New Yorker, en la que apareció en cinco partes a lo largo de 1963. Los artículos fueron la base del libro Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal publicado también en 1963 pero con variantes respecto del material contenido en los artículos como resultado de las críticas a las que se les sujetó.

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Lo que parece haber molestado a la comunidad judía neoyorkina fue la tesis de Arendt respecto a la “banalidad del mal” y la idea de que la misma comunidad judía participó en su masacre. Para ella Eichmann era una persona absolutamente normal, sin ningún tipo especial de maldad o preparación para lo atroz. El estereotipo del monstruo demente homicida, ideológicamente alienado, no aparecía por ningún lado, lo que había enfrente era un burócrata ansioso de ascender en su carrera profesional que cumplió órdenes sin reflexionar sobre ellas. En eso es en lo que consiste la banalidad del mal: el acto reprobable, execrable y sumamente repulsivo es cometido con frialdad, sin orientación ideológica y como parte del funcionamiento normal del aparato estatal. Es el resultado de órdenes que no se ponen en tela de juicio ni se someten a escrutinio crítico.

Lo inquietante del asunto es que con esa reflexión Arendt coloca a todos los miembros de burocracias y partidos, a todos los adictos a una causa, en jaque, porque no basta la justeza de la causa para justificar las acciones. Cada acto debe someterse a escrutinio, cada orden a crítica.

La crítica es una de las más notables ausencias en la UAZ, y es sin duda lo que ocasionó uno de los desastres más notorios de los últimos tiempos. No la deuda, porque ése es un desastre que afecta directamente a la institución, sino la naturaleza de la deuda, que se originó del saqueó del dinero que se debería haber destinado a las cuentas individuales de los académicos pero que se prefirió gastar en financiar el crecimiento de la UAZ, con el declarado fin de darle educación a más zacatecanos, pero que en los hechos funcionó para darle posicionamiento político a un grupo universitario en particular. En otras palabras, un problema educativo se resolvió construyéndoles una vejez de indigencia a los académicos. Y quién lo hizo y operó no fue directamente la alta burocracia de la Universidad, sino los burócratas que cumplen las ordenes que les llegan desde el estrato dirigente. ¿Podemos culparlos de que sigan las ordenes de sus superiores sin ponerlas bajo escrutinio crítico? Pongamos la cuestión de otra manera. ¿Podemos hacerlos responsables de que sigan órdenes que no resultan de las instancias que tienen las facultades para hacerlo? La decisión de no pagar las cuotas de seguridad social no es atribución del Rector, ya que no es él el que aprueba el presupuesto, ni es él el que puede aprobar la creación de nuevas unidades. Todo eso recae sobre el Consejo Universitario. Sin embargo podemos observar aquí un ejemplo de cómo todo el proceso de toma de decisiones en la Universidad se supedita a una instancia: la Rectoría. Por lo tanto todo el aparato jurídico está en suspenso, como si por alguna catástrofe el Rector haya debido tomar facultades extraordinarias para decidir por sí mismo todo cuanto compete a los universitarios en su conjunto a través de sus órganos de representación. Pero no hay tal situación extraordinaria, y los órganos de representación deberían estar en funciones. Si la estructura jurídica ha sido dejada de lado la pregunta que nos queda es: ¿por qué la burocracia continúa haciéndole caso a un rector que ilegítimamente asume funciones fuera de su competencia? La respuesta es, creemos, eso que Arendt denominó la banalidad del mal. Le hacen caso porque no les queda de otra, y como buenos burócratas tienen por prioridad la obediencia –y la intriga- antes que el ejercicio de las facultades críticas. Después de todo ejercerlas les podría resultar contraproducente. ¿Dónde están, sin embargo, el resto de los académicos? ¿Engañados por un sindicato que no les comunica la información debido a siniestros cálculos políticos, o sometidos porque los directores les condicionan el trabajo a mantener el silencio? Seguramente ambas cosas, pero también: “Muchos alemanes, y muchos nazis, deben haber estado tentados a no matar, a no robar, a no dejar a sus vecinos marchar a la condena…y a no ser cómplices de estos crímenes al beneficiarse de ellos. Pero, Dios lo sabe, aprendieron a resistir la tentación”. Los grupos políticos de la UAZ, sin duda, están tentados a no beneficiarse de la desgracia en la que están sumidos los académicos, pero, también sin duda, han aprendido a resistir la tentación. ■

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