No hay manera de negarlo. Zacatecas ha sido nota nacional en más de una ocasión por sus hechos de violencia en los últimos años.
Algunos de los más recordados lo son más por su “espectacularidad”, que por el número de víctimas que resultan de éstos, o por la afectación social que generan en la cotidianidad de las personas.
Seamos claros, un solo caso es suficiente para preocuparse y ocuparse, pero es innegable que factores propios de nuestros tiempos, entre ellos los propios del Homo Videns, hacen subir en la escala mediática el vídeo de un perro con una cabeza humana, por encima de la declaración de un fiscal que reconoce el homicidio de diez personas.
Así, el hallazgo de nueve cadáveres en Querétaro en enero pasado fue mucho menos conocido que la nota de una camioneta con cuerpos junto al árbol navideño de Plaza de Armas en Zacatecas hace un par de años.
No es que no ocurran cosas, insisto. Pero reconocerlo no exime de la necesidad de reconocer también que la incidencia no es el único y quizá ni siquiera el principal factor de percepción de inseguridad.
Baste una muestra, de acuerdo a las cifras oficiales en enero pasado se registraron 74.5% menos homicidios que en el mismo mes del año pasado, pero la cifra pasa a segundo plano en la memoria, porque poco después se registró la ejecución de varios personajes públicos.
Además de la memoria, juega también la credibilidad, porque así son los sesgos de la cognición social; buscan la estadística que confirmen nuestras creencias y dudan de aquella que las contradicen.
Durante mucho tiempo fue palpable la frustración de las autoridades al disminuir la estadística delictiva, sin que esto se reflejara en la percepción. Con el tiempo y mejoras en la comunicación social esto comienza a cambiar, y las propias estadísticas de INEGI empiezan a reportarlo.
Sin embargo la cifra sigue siendo alta, y Fresnillo es la ciudad (de las 75 que son evaluadas) en dónde mayor número de personas se siente insegura.
Esto es oro puro en época electoral que se ha traducido en espectaculares ofensivos en otras ciudades, y en discurso político que pinta a Zacatecas como el mismo infierno.
Nadie puede negar, como ya lo decíamos, que hay violencia. Pero la vida cotidiana que incluye vida nocturna, paseos en la calle, y actividad comercial “normal” son evidencia de que estamos lejos de la inhabitabilidad que pintan e incluso de que estamos lejos de nuestros peores momentos.
Aunque suceden cosas, estamos lejos del clima que vivimos en febrero de 2011 cuando un enfrentamiento en la avenida García Salinas paralizó por días la ciudad. Luego de eso, a nivel nacional los medios de comunicación, entre ellos uno zacatecano, firmaban el Acuerdo para la cobertura de la violencia que consistía básicamente en dejar de reportarla o hacerlo lo menos estruendosamente posible.
Hoy, esos que estaban orgullosos de hacer la guerra, y que metieron a México en un baño de sangre reclaman los resultados de eso y sacan jugo electoral del estado y municipio gobernados por el partido dominante, y adicionalmente por un apellido con notoriedad política al que a veces sus propias acciones y omisiones no ayudan.
Por todo ello, por primera vez en la historia una candidata presidencial inició campaña en Zacatecas para reforzar la versión de que éste es un estado donde cunde el miedo. Así lo hizo en España cuando dijo a empresarios que no podía pedirles invertir en Fresnillo, por sus índices de violencia.
Es cierto que nada se gana negando la realidad, pero también lo es que se pierde mucho exagerándola. Y los más perjudicados de esto son quizá los potenciales votantes de la fuerza política que entabla este discurso, es decir pequeños empresarios y comerciantes cuyos ingresos dependen de factores tan inestables y subjetivos como la percepción de riesgo. A ellos, sus potenciales electores, son a quienes arriesgan con la estrategia de tomar a Zacatecas como piñata.
