El tema de la confianza en los procesos electorales se había centrado alrededor de la autoridad electoral, sin embargo, ahora caemos en la cuenta de que no es suficiente. El tema de la confianza es mucho más amplio que la sola actuación de los árbitros; aunque la omisión de estos recrudece el escepticismo sobre la legitimidad de dichos procesos.
Lo que hemos observado es que todos los partidos, independientemente de sus colores, cuando pueden hacer uso de poderes ventajosos (como cuando son partidos en el gobierno) o cuando tienen la forma de ganar delantera con trampas, lo hacen sin dudarlo. Es lo que explica que siendo el PRD partido en el gobierno en Zacatecas, obtuvo resultados electorales muy similares a la actual votación del PRI; ¿cuál es el común denominador? Pues un comportamiento similar como partido en el gobierno: hicieron el mismo uso de su poder formal para aventajar en las elecciones. Y como en este terreno hay formas de condicionar el voto que es muy difícil (casi imposible) de probar su irregularidad, pues el árbitro electoral declara en privado saberlo bien, pero se encoge de hombros. Ésta es una fuente de incredulidad en la objetividad de los resultados electorales: los votos gestionados desde el Estado distorsionan el equilibrio esencial de la competencia electoral.
En su momento, sin duda fue fundamental arrebatar a la Secretaría de Gobernación la organización de las elecciones y crear un órgano pretendidamente ciudadanizado e independiente; sin embargo, ahora parece que han surgido nuevas necesidades. Debemos pensar en reformas a la Fiscalía Especializada en los Delitos Electorales, de tal manera que el proceso de vigilancia sea más amplio y las maneras de integrar pruebas sean más creativas. Los actuales esquemas provocan una enorme omisión en delitos que llegan a ser secreto a voces: todos saben que ocurren y no pueden actuar en consecuencia. Así, los partidos que pierden la contienda integran quejas ante las cuales, también todos sabemos, no ocurrirá absolutamente nada. Todo ello contribuye a la pérdida de confianza en las elecciones, y con ello, se potencia la abstención. En todos los procesos políticos es vital la confianza en sus procedimientos, de lo contrario, significa que la población no da el esencial aval a los mismos. Es la silenciosa descalificación de la sociedad sobre estos, la negación fáctica de los supuestos de la libertad política. Democracia nublada: ahogada por sus mismos actores.
Sin embargo, no obstante que se requiere mejorar las leyes y mecanismos con la expresa pretensión de inhibir la trampa electoral, es claro que el ámbito de la ley tiene sus límites. Se requiere una revolución de ciudadanización de la ciudadanía. Sin la ampliación de la activa participación de los ciudadanos que respondan políticamente a la trampa (como al partido Verde) y a las condiciones de la acción de los partidos en el gobierno, el problema no tiene solución. Sin ciudadanía no hay democracia.
