En el inicio de la era industrial teníamos jornadas de trabajo que rebasaban las 80 horas semanales. Con el aumento de la producción por cada unidad de tiempo, el promedio de riqueza permitió pensar en la conveniencia de las exigencias obreras en torno a exigir jornadas de trabajo más bajas, hasta llegar a las 40 actuales. Por ejemplo, con la tecnificación en la producción de alimentos, la participación de mano de obra humana que se requiere para mantener el mismo monto de rendimientos, es mucho menor: el trabajo de una decena de personas lo puede hacer una sola. Lo cual significa que con la revolución de la productividad de la economía del conocimiento, se puede aspirar a otra repartición del trabajo. En un contexto de desempleo por la fuerte presión de los jóvenes por la obtención de ingresos, en la presente transición demográfica, una propuesta de reducir la jornada de trabajo y de disminuir las edades de jubilación para dar entrada a las nuevas generaciones al mercado laboral, sería totalmente pertinente. Discusión que, a propósito, se da actualmente en el Uruguay con mucho tino.
En países como México, por cada hora de trabajo que se disminuya, se crearían un millón de empleos, el mismo fenómeno ocurre con los años de jubilación. En torno al desarrollo de las personas, la idea de bajar la jornada y la edad de jubilación, es altamente benéfica, porque libera tiempo: permite que las personas mejoren su vida familiar, generen calidad en su salud porque podrán cuidar de ella, etcétera. Con ello, no sólo se ahorrarían importantes sumas en remediar los males de la falta de tiempo para el cuidado de sí, sino que la actitud positiva en el trabajo traería mayor productividad. Y como para llevar a cabo una propuesta de este tipo, se requeriría de una nueva fiscalidad más progresiva, en el sentido de afectar las utilidades del capital y de distribuir ahí donde los derechos sociales lo necesitan, el efecto es una sociedad más justa e igualitaria. En España, actualmente, se debate la propuesta de llevar la jornada a 25 horas, y con ello, todas las medidas de reforma social para hacerla posible. Ahora mismo en México, donde el trabajo está arrinconado económica y políticamente, es decir, donde el trabajo recibe sólo un tercio de la riqueza de un año, y con las fuerzas sindicales destrozadas, se escucha casi una locura la propuesta de disminuir la edad de jubilación y de la jornada de trabajo; pero si cambiáramos la correlación de fuerzas, se podría hacer una verdadera reforma económica en el país para hacerla posible, ya que técnicamente es perfectamente factible. La clase política actual, está atrapada en los intereses del capital y carece de talento para diseñar una ruta para llegar a propuestas que impacten en el desarrollo de las personas. Hacen lo que hacen: la nueva ley del Issstezac.
