Las chavas de Iblis Levanah. Cristina y Mónica
Cuando decides emprender una aventura, no cejas hasta lograrlo, pero si has escogido la senda más difícil del arte, tienes que aferrarte a ella y no apartarte nunca jamás, así la espada del supremo avasalle tu alma y pensamiento, pues la conciencia es la mejor defensa para ir librando mil y una batallas. Al principio, fue como una curiosidad el ver y escuchar tocar a un inquieto guitarrista aprendiz de guerrero, a quien había conocido por esos intrincados caminos del rock y que a casi tres lustros del final del segundo milenio se ha convertido en un gran guitarrista; el bataco también se ha superado, y los hermanos, quienes desde la integración de la banda en 2003 han armado la Luna de Melancolía, ya no son ni la sombra que opacaba por momentos las siluetas de dos personajes que trataban de escalar los escabrosos acantilados para escapar de las fugaces líneas de dirección que el poderoso sonido de las antiguas liras mitológicas envolvían con su presencia para obligar a dar marcha atrás en sus pretensiones; ahora son dos grandes músicos que ejercen la musicalidad a otros niveles.
La primera dama de compañía de la melancólica luna convertida en banda, la frontal, la que con su característica y operística voz, iba dando personalidad a una propuesta que, desde la herrumbre de los dolorosos metales, que ansiosos paseaban por los senderos oscuros, tristes, viscerales y a veces sicodélicos o setenteros, con sin igual apego a las líneas sonoras de los progresivos europeos, plasmaba paso a paso su peculiar estilo de interpretación. Cristina E. García es el nombre de esta hermosa dama de las tonalidades agudas, poéticas, viscerales y oscuras que, en momentos, hacen tripear a cualquier escucha, trepidando desde el interior. En los momentos álgidos de las piezas compuestas por la banda, permanecía mirando al horizonte, tratando de alcanzar con su vertiginosa mirada las vampirezcas figuras que revoloteaban en derredor, como si en cualquier instante atraparan con delicadeza a cada uno de los integrantes, desde su conciencia, desde su espíritu hasta llegar a la melancolía que mantiene activas sus pulsaciones, sus sentimientos. Lástima que tuvo que abandonar la alineación de Iblis Levanah por cuestiones internas y de otros proyectos encaminados al power metal al principio, y luego hacia la búsqueda de un nuevo sonido, llegando a enrolarse con la banda Postnecrum en los coros.
Atrás, a la diestra del Señor de la lira, el proveedor de los sonidos magistrales, el que siempre encamina la melodía hacia los reales, hacia lo emotivo, hacia los mismos años del cenit del rock, hacia el infinito, está Mónica Livier Aguilar bien trepada en la rola, dando los toques sinfónicos a las piezas que, cada vez más, amenazan con cruzar la línea del metal progresivo. Los teclados que imprime a esta excelente música reflejan la capacidad de esta chaparrita con enormes recursos acá, góticos, que a la voz de ‘ahí voy’, ya te encaminó a los antiguos coros de iglesia, sí, de aquellos que repentinamente nos remiten a Mozart y a las misas aquellas para locos de Arturo Meza o a los extraños sonidos decibelezcos del Poeta del ruido, para engendrar en tu interior la cada vez más cercana melancolía de esa luna que tuvo que ocultarse con tristeza ante los embates de una personalidad cambiante, que no cesa de estar en la búsqueda, y que el producto de dicha alternativa atisbe cuando el Judío Errante transite por las antiguas calles de Guadalupe clamando por agua, que la sed ancestral no se agota. Mónica, la de los sonidos melancólicos, ¿dónde andas?
