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jueves, 25 abril, 2024
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Arroyo común, prohibido por un hombre

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Por: JUAN ANTONIO VALTIERRA RUVALCABA •

Como las mujeres del rancho iban a acarrear agua y lavar en el arroyo en tiempos en que llevaba agua por unos meses. Duraban horas y horas lavando, tender al sol sus ropas para que se secaran. El viento ayudaba también aunque partiera mejillas y labios de niños y mujeres expuestas a la naturaleza.

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Había una extraña envidia. La esposa de don Jesús le azuzaba para que pusiera orden y no dejara que las otras vecinas y familiares tomaran agua del pozo que varios de los hombres del lugar cavaron en tiempos de secas para sacar el agua que bebían en la comunidad.

María expresaba la maledicencia. Siempre a escondidas escrutaba la vida de los demás. La noche era la escena idea para actuar con impunidad. Hacia travesuras como chiquilla diablurienta.

En aquellos días estaban viviendo en el rancho la esposa y los hijos de Carlos. De nombre parecido al de su consorte, Carlota no era una mujer fácil de engañar. Ella venía de una ciudad fronteriza y ahí había aprendido a ser desconfiada en el trato diario con las personas.

En una ocasión cuando lavaban en el arroyo unas tres mujeres fueron sorprendidas por María, quien cuando se fueron a tender la ropa, arrojó tierra en parte de la ropa recién lavada que estaba en las bateas.

María envidiaba a las demás que cuando estaban el arroyo cantaban y contaban sus anécdotas e historias de por esos lares. Ella las espiaba entre los gatuños y jarales de las orillas.

El coraje que hicieron por tener que volver a lavar sus ropas, le dio la certeza de que tenían que buscar auxilio fuera de la comunidad o de plano pedir que sus esposos buscaran remedio con el tío Jesús.

Los hombres buscaron hasta encontrar al tío. Al encontrarlo, creyeron que al plantear el problema hallarían solución. Lejos de ello, se fueron con la certeza de que tendrían que hacer lo necesario para detener esas agresiones hacia sus mujeres.

Carlota supo de eso por Carlos su esposo. El serenamente le pidió no meterse en asuntos de la comunidad, pues pensaba que cuando se fueran quien ayudaría a las mujeres.

Una tarde, las mujeres fueron convocadas por Carlota en la troja que estaba detrás de la casa de Juan. Ahí, alumbradas por un aparato, idearon que a la tarde siguiente seguirían a María y dos de sus hijas que iban al agua al pozo y cuando retornaran, ahí en el mismo camino las enfrentarían.

Quedaron de acuerdo. Al pardear la tarde, ahí iban las tres formadas. Una detrás de la otra: madre e hijas con ollas y jarrones para traer el agua.

Al interior del pozo, bajaban una cubeta de lámina amarrada del aza con un mecate largo, unos seis metros de profundidad. Luego la subían despacito sin tocar las paredes esmeradamente labradas por los campesinos. Evitaban que rosara para que no se metiera tierra en el interior.

María era muy canija. Luego de tomar el agua que necesitaba le echaba unos puños de tierra de los caminos polvosos. Era tierra sucia que lo mismo estaba revuelta con caca de vaca y pasojos de otras bestias, que de orines y hasta de excremento humano.

Ella simplemente quería que nadie tomara agua de ahí. Por sus pretinas lo hacía.
Nadie supo cuando inicio el odio a sus semejantes. Unos dicen que cuando se arrejuntó con el tío Jesús y otros sostienen que ya era así de mala.

Las otras mujeres llegan al pozo y luego tanteaban que algo le habían hecho al agua, pues veían en los bordes del hoyo tierra ajena a la del arroyo. Era distinta a la que en tiempos de aguas queda a la orilla.

Por mera comprobación metía la cubeta y al sacarla veía el agua revuelta con la tierra ajena. Sabían quién había sido y maldecían en alguna dirección como insulto. Para poder tomar agua tenían que esperar unas cuatro horas mínimo para sacar agua para consumir.

La tarde del acuerdo entre Carlota y las demás mujeres fue que cuando retornarán del agua, María y sus hijas serían retenidas e increpadas por las ofendidas. Les harían saber que ya no soportaban esa actitud pendenciera.

Ya venían y justo, a una señal, se aparecieron enfrente y detrás de María y dos de sus hijas.

A Carlota se le pasó la acción y tumbó de la cabeza y quebró todas las ollas de barro y tiró el agua de las cubetas metálicas que llevaban en las manos.

Les advirtieron que esa sería primera de muchas cosas que les harían. Y pidieron convivir a gusto sin tener que volver a hacer este tipo de actos.

María se quejó con su esposo, mismo que al día siguiente increpó a sus sobrinos que eran esposos de las mujeres confabuladas. A Carlos esposo de Carlota, que era su hermano ni una palabra. Sabía que su hermano era un bellaco y ni moverle a pleito.

Todo volvió a la normalidad solo por unos días. Una vez que Carlos se fue del pueblo, las cosas volvieron al desasosiego.

Una tarde, varias mujeres fueron al agua como todos los días. Todo en paz, silencio interrumpido por canto de grillos intermitentes. La luz de la luna permitía ver el fondo destellante de agua. Esa ocasión se les hizo raro, pues estaba oscuro el agujero.

Al arrojar la cubeta al pozo del mismo hoyo emergió Jesús, el esposo de María para asustarlas. Les gritó que no volver a tomar agua de ahí porque el pozo y el agua eran de él.

Los hombres, para no reñir más con el tío, se pusieron de acuerdo, trabajar horas extras luego de las labores del campo, y cavaron otro pozo metros lejos del originalmente ideado para todos.

María y Jesús fallecieron muchos años después. Esos fueron los velorios y sepelios más desangelados que hubo en las lejanas rancherías de por acá. ■

  • Comunicador

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