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sábado, 18 mayo, 2024
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Nuestros jóvenes escritores y otras estafas culturales

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA • Admin •

¿De qué se habla hoy en día cuando hablamos de jóvenes autores de la literatura mexicana? Primera observación: estamos frente a una generación de escritores que habla más de lo que escribe y que por lo tanto podemos calificar de bocona. Cuando no nos presumen una obra que nunca terminan, nos presumen sus lecturas, sus autores europeos, esos frente a los que terminan por arrodillarse para convertir la sana admiración literaria en un fanatismo donde cualquier intento de debate propicia un agresivo ejercicio de intolerancia.

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Nuestros jóvenes escritores mexicanos aprenden como primera lección que en los tiempos que corren cuenta más el rumor de lo que se dice acerca de ellos, la popularidad, semejante a la del cantante de moda, y la fama, por eso es que salen de sus guaridas para exhibirse como changuitos en zoológico, porque de alguna manera lo suyo son los reflectores, las tantas conferencias que puedan impartir sin saber gran cosa de lo que hablan, las presentaciones de libros, los halagos y los compadrazgos, los cócteles de borracheras que se presumen, el ligue intelectual donde lo primero que se busca es la afinidad en cuanto a las lecturas, si es que las hay, antes que cualquier afinidad emocional. A ver, seamos serios, ¿realmente esto es lo que ocurre con los escritores mexicanos del siglo XXI, con una de nuestras elites más inteligentes y sectarias?

Sin duda, también estamos frente a una generación que como segunda lección tiene la de aprender lo más pronto posible a renegar de sus maestros, aquellos escritores cuya obra literaria se da a mediados del siglo XX, y la cual se consolida como lo mejor de nuestra literatura y entre cuyos autores podemos señalar a Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Josefina Vicens, José Revueltas, entre otros. Los escritores mexicanos del siglo XXI se niegan a aprender de ellos porque en su intento de rebeldía y presunción creen en lo original de sus propuestas narrativas, sin embargo, paradójicamente, lo que menos hacen nuestros jóvenes autores es leer.

Hablamos de la insolencia ante los grandes autores justificada por la insolencia en sí misma, de la fanfarronería de la lectura como un gran mecanismo cultural que no sólo les otorga un status social sino que además les sirve para humillar a quien se deje porque, pobrecitos, no saben de lo que hablan, un gran mecanismo cultural que es, a la vez, un mecanismo de control, autores sin lecturas, escritura con falsos horarios y disciplina impuestos sin escritura, sin más horarios que los de las citas para hablar de sus producciones literarias mediocres, sin más disciplina que la de cargar la bolsa del mandado con tres caguamas, tomarse fotografías a lo idiota, subirlas al Facebook y opinar de cuanto les sea posible, desde ese altarcito donde los colocan cientos de ingenuos lectores, de los excesos y las adicciones como primer defecto no moral sino existencial de quien ahí justifica las tantas y tantas propuestas literarias flojas, de escritores que niegan la “mexicanidad” en sus libros, en caso de que la tengan, porque en México no hay autores buenos hasta que los becarios acuden a un festival de literatura en otro país y entonces sí hay una propuesta interesante en la literatura mexicana, de autores que critican y en sus chismes de cantina únicamente dejan entrever su gran ignorancia, acaso sólo equiparable, directamente proporcional, con su gran vanidad, porque un autor no lo es si carece de ella, porque, como aseguraba Ricardo Garibay, los escritores son tan vanidosos que creen que lo que les ocurre merece ser contado.

De eso se habla cuando se habla de jóvenes autores de la literatura mexicana del siglo XXI, porque, a ver, ¿cómo le explicas a un autor mexicano en qué momento dejó de ser esa promesa literaria del que todos esperaban grandes obras, un poquito más, cómo le haces para explicarle su fracaso literario sin que se sienta ofendido, de dónde tomas las manzanas y las peritas, cómo le rompes su corazoncito literario sin que sienta que en realidad desperdició tanto tiempo como le fue posible en crear, repasar y volver a crear esa obra maestra que terminó siendo un montón de hojas frente a su computadora?

La salida más sencilla,y hasta sana, para cualquier escritor mexicano joven es engañarse a sí mismo y continuar con la obra maestra hasta que ésta consiga ser un gran mito que todos durante varios años esperan y que termina por volverse tema recurrente cuando se habla de autores que quizás pudieron dar más y se dieron por vencidos. Hoy más que nunca los jóvenes escritores mexicanos son condescendientes con sus trabajos, sectarios y farsantes, porque el ejercicio de la literatura se ha convertido en una zona de confort para ellos que les permite justificar su nula existencia, su poca productividad. Y es así como muchos de nuestros autores se ocultan tras de distintas caretas, hasta que no pueden sostenerse más en sus propias mentiras y caen, irremediablemente caen.

Hoy más que nunca habría que preguntarnos por el futuro de la literatura mexicana, habría que preguntarnos cómo es que los aparatos burocráticos culturales han logrado aporpiarse de ella hasta aniquilarla, habría que preguntarnos en manos de quién estará la responsabilidad de darle una voz original a la literatura mexicana, porque si somos honestos, si asomamos la cabeza por la ventana, nos encontraremos con un páramo donde acaso sobresale uno que otro autor y de ahí en fuera lo demás consiste en repetir lo que ya se escribió antes, copiar las mismas formas y técnicas narrativas.

Hoy más que nunca la literatura mexicana enfrenta una de sus peores crisis, la misma que los autores han venido creando durante años, porque si antes se dificultaba publicar porque no existía una relación honesta entre autor y editorial, a menos que llegaras con una carta de recomendación que te abriera las puertas de par en par, actualmente publica quien así lo quiera, y en esto los medios digitales han hecho de las suyas, pues basta darse una vuelta por Facebook para ver cuántos escritores abundan, cuántos intentan hacernos creer que eso que escriben en sus muros tiene algún valor literario, más allá de la confesión sentimental cursi, más allá de la polémica fallida de farándula, y si bien los medios digitales han traído un enorme beneficio a la difusión de la literatura mexicana del siglo XXI, también han traído un enorme daño que aún no ha sido cuantificado en lo que a calidad literaria se refiere. ■

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