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viernes, 26 abril, 2024
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La posverdad: un caballo de Troya del proyecto democrático…

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Por: RICARDO BERMEO •

En  revisión rápida de algunas noticias en torno a la situación mundial contemporánea, -local, nacional e internacional-, es habitual que se despierte en cualquiera algo más que desasosiego, un buen ejemplo, para entrar en el tema al que me gustaría dedicar esta colaboración, el de la posverdad, como tendencia imparable, el uso de las llamadas fake news o la pérdida de toda proporción en el uso de mentiras verdaderas, cínicamente, con alevosa saña, como elemento central de la propaganda política, visible en la propaganda bélica, en los discursos especialmente visible entre las posiciones de la ultraderecha, en las llamadas “guerras culturales”, debates que se viralizan, encendidos y conducidos de manera más o menos calculada, en torno a temas sensibles que generan polarización o animadversión entre los partidarios de una opinión en contra de aquellos que opinan en sentido diverso o contrario a la posición que se pretende construir como “normal”, buscando activamente ganar -para ello, en esos debates y disputas políticas o culturales, la posibilidad de designar lo que es considerado como el significado compartido por tendencialmente crecientes sectores sociales, hasta volverse una visión hegemónica, en su núcleo, la pretensión de conquistar el “sentido común”, para descalificar a quien defienda ideologías o posiciones consideradas como contrarias o incluso potencialmente disruptivas, de aquella que se pretende presentar como “verdadera”, sin que importe en absoluto, si lo que se defiende pudiera tener aunque solo fuera un gramo de verdad.

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Esa tendencia la constatamos una y otra vez, en muy diferentes procesos y movimientos, en distintas latitudes, para no ir tan lejos, en un ejemplo, que seguramente seguirá provocando trending topic, y desatando polémicas, porque toca directamente a la vida política nacional -y local-, del que acabamos de ser testigos, me refiero a las versiones encontradas en torno a los supuestos intercambios de mensajes entre Ricardo Monreal y Alejandro Moreno “Alito”, si bien la información disponible es aún insuficiente, -además de ilegal-. Y sí, como es obvio, caben distintas interpretaciones, aunque no se trata de una “guerra cultural”, sino de un agudo conflicto político desatado en los niveles más altos de la política nacional, en dirección a las elecciones del 2024. Más allá de su origen y de sus consecuencias, es ejemplo de cómo la posverdad es un elemento omnipresente en ese “conflicto de visiones e intereses”, basta pensar en La noche del Jaguar, y en El miércoles del león, para advertir también en este caso, como está presente la necesidad de ganar la batalla por construir el “sentido común”, al margen incluso -al menos para uno, o incluso, para los distintos adversarios-, de lo que pueda ser real. Es también importante la forma en que estos casos generan patrones en el manejo de la información por parte de los medios de comunicación a nivel nacional y local. Sin que por ahora sea posible sacar conclusiones.

Cambiando de país, y de caso, nada que ver uno con el otro, el tema de la posverdad me ha saltado, por el caso de Brasil, y la disputa electoral entre Lula y Bolsonaro, en esa contienda electoral -a punto de cerrarse ya las campañas de la segunda vuelta-, vemos cómo la “guerra sucia” ha alcanzado proporciones cuasi-demenciales, abundan los ejemplos, un video que circula vía email en el que el expresidente explicaba que el Partido dos Trabalhadores (PT) era “una organización criminal” o el de la líder evangelista, acompañada por la esposa de Jair Bolsonaro, recorre el país, sosteniendo que el PT de Lula es una organización que se dedica a prácticas de pederastia o propaganda utilizando, para denigrarlo, la imagen de presidiario de Lula, por su estancia en la cárcel, debido al proceso Lava Jato (que fue orquestado como “lawfare” -otra tendencia que es necesario analizar- para eliminar políticamente a Lula, que no pudo demostrar nada) o la afirmación en la propaganda de Bolsonaro de que Lula había sido el más votado entre los presidiarios -cuando la población encarcelada no vota-. De acuerdo con Bernardo Gutiérrez, el esfuerzo por “desmentir fake news consume mucha energía de la campaña de Lula”. Especialmente cuando el propio Bolsonaro se dedica activamente a desinformar, según este periodista, “desde que llegó al poder, Bolsonaro ha dado 6,483 noticias falsas o distorsionadas, según Aos fatos. 4,66 fake news al día”.

Un punto extremadamente importante, de cara a la batalla por el sentido común, también en México, es el trabajo político en las redes, sociales, donde Lula está intentando remontar la desventaja que tiene en este ámbito, de acuerdo con la antropóloga Rosana Pinheiro-Machado (también citada por Bernardo Gutiérrez) que de un estudio que realizó sobre 212 influencers, 187 se alinean con Bolsonaro, y entre ellos hay todo tipo de figuras, pastores, influencers de marketing digital, coach motivacionales, etc., en conjunto forman un ecosistema donde no se habla necesariamente de temas políticos, hablan de religión, cocina, belleza, venden “la ilusión de un estilo de vida”, -y no todos piden el voto-. Mientras las respuestas y el uso de redes de Lula siguen centradas en el “diseño activista” Bolsonaro amplia mucho y maneja más hábilmente su influencer esfera.

Aquí en México también tenemos este enfrentamiento entre dos polos, el de la 4T y el de la oposición, todavía muy desdibujada, pero no por ello menos beligerante, una parte de ella con claros ribetes bolsonaristas. Todo parece indicar que el “régimen de la posverdad” seguirá su tendencia creciente a dominar la escena mediática, y el imaginario social, incluyendo el empleo intensivo de las redes sociales, deberíamos estar estudiando estas tendencias, metiéndonos con mayor decisión a procesos de autoformación para usar de modos más inteligentes los procesos de comunicación, y de ese modo, contribuir a restablecer el criterio de verdad, y la crítica como parte indispensable de ese ejercicio, a partir de lo que se denominaría posiciones propias de “un tercero estratégico”, que más allá de lo que está en juego entre los bandos adversarios en disputa, está interesado en retomar en las propias manos la capacidad de definir el rumbo que consideramos mejor para lograr el establecimiento de una buena sociedad, que mantiene importante diferencias con los proyectos hoy en liza.

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