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domingo, 19 mayo, 2024
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La transformación que se transformó

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Comenzaré con un par de obviedades: la primera, aunque muchos lo hayan olvidado, la obligación e incluso la razón misma de la oposición es ésa, oponerse, representar la divergencia, la pluralidad y la diferencia, exponer por ése otro que en el momento no ocupa el poder, pero que no por ello (exagerada obviedad) deja de existir políticamente. La segunda: en lo personal fui crítico de no pocas decisiones, acciones y omisiones del gobierno que recién ha culminado. La Ley de seguridad interior, la corrupción y la política exterior pro-Trump son algunos ejemplos. Aun cuando no hubiera sido así, ello no objetaría mi derecho de reclamarle al nuevo gobierno cumpla con la promesa de diferenciarse, que lo llevó al poder.

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Comencemos ahora. Aún no ha transcurrido siquiera un mes del arribo al poder de la eterna promesa de la naciente democracia mexicana, Andrés Manuel López Obrador. Es muy pronto para todo tipo de juicio, sin embargo no lo es para el análisis sobre la marcha. Desde aún antes del primero de diciembre, algunas acciones del “nuevo” régimen chocaron con la alta expectativa que generó el hoy Presidente de la República, durante años de lucha política, campaña permanente y recorridos por el país.

Nadie puede llamarse a engaño. López Obrador construyó una campaña política a base de simplificar la compleja realidad nacional y de una promesa de difícil implementación: encabezar una transformación apenas comparable con la independencia, la reforma y la revolución. También simplificó la narrativa histórica, hasta el punto mismo de caer en el cliché de la aburrida historia oficial para la educación básica. Supo comunicar bien su propuesta de cambio y consolidó su figura de opositor auténtico. Sin embargo el asunto de gobernar es mucho más complejo que comunicar.

El primero de julio el electorado le dio una oportunidad sin pretextos a Andrés Manuel, la más alta que la sociedad mexicana ha otorgado a un gobernante en la era democrática de México: una mayoría legislativa suficiente para aprobar todo tipo de normas y una legitimidad apenas comparable con la del primer presidente de la alternancia. Es más, el fenómeno vivido el primero de julio, pareció contagiar de una esperanza aún superior a la que generó en aquel julio del 2000 el ya desprestigiado y caduco Vicente Fox.

Mas, López Obrador y quiénes lo acompañan no parecen estar a la altura de la demanda que ellos mismos encabezaron y de la transformación que prometieron. Frente a la exigencia de una estrategia de seguridad articulada con mejores prácticas en materia de derechos humanos y el retiro gradual del ejército de esta tarea, la cuarta transformación pretende constitucionalizar la actual presencia de los militares en las calles, evitando así que se repita la historia de la Ley de Seguridad Interior. Ante la promesa de una democracia más popular, ha decidido impulsar consultas con un mínimo porcentaje de participación, con dinámicas tan simplistas como la campaña que encabezó durante 20 años y con serias dudas sobre el proceso mismo. En torno a la decisión muy anunciada de cancelar el proyecto de un Nuevo Aeropuerto Internacional en la Ciudad de México, ha propuesta un esquema muy similar al que durante esos mismos 20 años criticó, en el que solo terminarán ganando los inversionistas, más no los mexicanos. Ni que decir del primer presupuesto de esta cuarta transformación: ha habido tantos “errores de dedo”, como conceptos en el mismo y tantas justificaciones inverosímiles como defensores han salido a tratar de convencernos de sus bondades. Cuando muchos de sus hoy figuras principales pasaron años pugnando en público por una democracia constitucional (o lo que entendían del concepto) hoy nos recetan un enfrentamiento permanente y un debilitamiento evidente de la división de poderes, apenas comparable con la del régimen emanado de la revolución al que tanto criticaron y hoy, mal imitan, en un México que no se parece mucho al de Lázaro Cárdenas.

Este texto tiene redacción a tres semanas del inicio de este gobierno que pretende convertirse en una cuarta transformación. Por supuesto es apresurado, y débil en muchos de sus argumentos, pero no en su recuento: no se ocupan seis años para saber que simplificar permite ganar elecciones, pero no transformar generaciones. ■

@CarlosETorres_

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