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martes, 21 mayo, 2024
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Fin de partida

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Se trata de una obra del dramaturgo irlandés Samuel Beckett. Tan solo escribir su nombre a mí me produce una sensación cercana al desconcierto. Cada que me enfrento a una puesta en escena suya sé que algo me va a sacudir, aunque en realidad pocas veces consigo descifrarlo. Y no es lo mismo leer a Beckett que ver a Beckett en el escenario: son dos vías totalmente distintas que trabajan con mecanismos y con interpretaciones totalmente opuestas. 

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Así, mientras en el tiempo-espacio de algunas de las obras teatrales de Beckett (y “Fin de partida” es una de ellas, junto con “Esperando a Godot”, dos de las obras más representativas del teatro de Beckett,) hay ocasiones en que tras de la ventana de la habitación (esa misma ventana que abre Clov al iniciar el día y, así, dar inicio a la acción de la obra) todo está cercano a la muerte, en cada uno de sus expectadores ocurren los más intrépidos movimientos de emociones encontradas; si es o no una de las intenciones de Beckett lo desconozco, pero sé que lo consigue con creces, y sé, también, que es uno de los hechizos más poderosos e increíbles del teatro en general.    

“Fin de partida” se estrenó en Londrés en el Royal Court Theatre en 1957. Se trata de un drama en un acto para cuatro personajes. Originalmente fue redactada en francés (“Fin de partie”) y el mismo Beckett se encargó de traducirla al inglés con el título de “Endgame”.  

La noche del 21 de agosto se presentó “Fin de partida” en el Teatro El Granero, Xavier Rojas, del Centro Cultural del Bosque, con una muy corta temporada del 21 de agosto al 19 de septiembre, los lunes y martes a las 20:00 hrs. y con un talentoso equipo conformado por Agustín Meza en la Dirección escénica; Luis Alberti, Medin Villatoro, Alejandro Obregón y Rosario Sampablo en la parte actoral; Steven Brown como compositor e interprete musical; Carolina Jiménez en la producción ejecutiva, diseño de escenografía e iluminación; Jorge Lemus en la realización de escenografía e iluminación; Genny Galeano como Community Manager; y Chez Negrete en la Fotografía.  

El teatro en realidad es una cajita que hace magia. Y es realmente increíble admirar cómo con tan poco espacio por escenario consiguen tanta expresividad corporal los actores. Y es que basta con un muy buen ajustado trazo escénico y hasta un poco de acrobacia, porque Medin Villatoro es experto en detalles así, para realzar una obra que, como todos sabemos, tiene su mayor riqueza en la fuerza demoledora de sus diálogos, en ese recurso del que se vale el teatro de Beckett para hablar acerca del pesimismo en la condición humana, ese sentido del humor negro que a muchos espectadores les puede parecer incluso incómodo e incomprensible, por eso no es gratuito que su traductora al español, Antonia Rodríguez-Gago, asegure que “Beckett destruyó muchas de las convenciones en las que se sustentan la narrativa y el teatro contemporáneo; se dedicó, entre otras cosas, a desprestigiar la palabra como medio de expresión artística y creó una poética de imágenes, tanto escénica como narrativa” (Rodríguez-Gago, Introducción a “Los días felices”). 

Y si bien el texto dramatúrgico se puede admirar desde un hombre que estuvo duramente marcado por la Segunda Guerra Mundial, como han señalado ya varios críticos, y por el desorden aparente en algunos de sus diálogos, es la armonía del movimiento de los actores y la ajustada escenografía la que permite sopesar la relación entre ese mismo texto dramatúrgico y la puesta en escena dirigida por Agustín Meza. 

Hay directores que eligen para el ciego y amo Hamm un trono, y aquí se eligió una muy adecuada y artística silla de ruedas que Clov se encarga de mover conforme a las órdenes del amo; no obstante, hay un momento donde esa silla de ruedas parece perder el juicio tanto como los mismos protagonistas de la obra teatral, y al menos para mí esta es una de las partes más atinadas de la puesta en escena: los juegos y trazos que se realizan con la silla de ruedas, así que cuando acudan no dejen de fijarse en ella, porque además transporta a uno de los personajes clave para entender la totalidad de la propuesta de Beckett. 

Medin Villatoro es uno de los actores con una disciplina actoral mayúscula. Sabe adentrarse en cada uno de sus personajes, los estudia con anticipación, no es de los que se queda únicamente con el libreto y las indicaciones del director; prepara por fuera las características, se nutre de material que le pueda ser útil, se retroalimenta de otras puestas en escena, y eso lo ha llevado a interpretar personajes que psicológicamente son complejos y que en ocasiones requieren de un extra en cuanto a trabajo corporal se requiere. Y “Punto de partida” no es la excepción: una y otra vez trepa por una frágil escalera que se tambalea cada que lo hace; seguro de sí mismo, baja, en algunas ocasiones de un brinco; en una ocasión se para de cabeza, y todo esto, si bien sé que es propio del trabajo físico de un actor, Medin lo hace de una manera completamente limpia.  

Pero también está el trabajo de Luis Alberti en la silla de ruedas: las inflexiones de voz, la capacidad para aparentar esa ceguera que es necesaria para representar al personaje que exige que el mismo Beckett es realmente acertada: sus movimientos, la forma en que domina la silla de ruedas con todo su cuerpo.

Mención aparte merecen, por supuesto, los padres de Hamm, Nagg y Nell, que aparecen en una esquina del escenario dentro de dos botes de basura de aluminio (recordemos que no tienen piernas) que ocasionalmente abren para hacer breves, pero muy atinadas apariciones; no solo es la incomodidad de permanecer durante toda la obra dentro del bote de basura, sino que, además, la actuación de H. Alejandro Obregón y Rosario Sampablo es muy atinada dado que al carecer de piernas, tan solo disponen de la mitad de su cuerpo, y es la expresividad de sus rostros, sus gesticulaciones, las que tienen como muy buen recurso actoral para reforzar unos diálogos que en manos de Beckett resultan demoledores. 

Hay otro personaje que se señala en la sinopsis de la obra y que el mismo Samuel Beckett agregó no solo a esta obra sino a buena parte de su propuesta literaria: un mundo que está presente allá, afuera, lejos de las ventanas por donde Clov se asoma en ocasiones entusiasmado, hasta que un buen día admiran a alguien que llega a lo lejos como sinónimo de supervivencia. Es ese mundo simbólico que permea en buena medida muchas de las obras de teatro de Beckett. Un mundo, sin embargo, desolado y sin vida, muerto ya, ahí donde cada una de las esperanzas han sido destruidas tal vez por los propios hombres; un mundo donde no queda rastro de nada: vacío y lleno, pero de muerte, ese mundo apocalíptico presente también en muchas de las propuestas narrativas de mediados del siglo XX, ese mundo al cual el ser humano tanto teme llegar. 

Como siempre, la obra “Punto de Partida” es una invitación para los que tengan pensado viajar en estos días a la Ciudad de México. Es una muy buena opción cultural, se los aseguro, y si no pueden asistir al menos les sugiero que consigan el texto de Beckett luego de leer esta breve reseña y hagan ese hermoso ejercicio con la imaginación que siempre nos permite reconstruir los hechos, les aseguro que no se van a arrepentir. 

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