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sábado, 18 mayo, 2024
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Bordando ideas: la situación de las víctimas en Colombia y en México (cuarta y última parte)

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Por: RICARDO BERMEO •

En Colombia, la “guerra” ha ayudado a consolidar –paradoja sólo aparente- un régimen oligárquico, autoritario, con una criminalidad institucionalizada profundamente enraizada en el modo (neoliberal) de organización de la sociedad hoy dominante. A pesar de las “purgas” -encarcelamiento- de los capos del narcotráfico, y paramilitares, orwellianamente rebautizados como Bacrim (bandas criminales emergentes) -que saldrán pronto en libertad-, de políticos (presidentes, senadores, ministros, autoridades regionales y municipales, etc.), de empresarios, de integrantes de las fuerzas de seguridad, -mandos militares y policíacos-, etc. involucrados en negocios criminales. A lo que es necesario agregar, para completar el cuadro general, los crímenes y abusos cometidos por los movimientos guerrilleros (FARC, ELN, etc.). Todo esto en un tablero mundial/regional/local, donde se exacerba, con muy diversas temporalidades, un conflicto entre quienes aspiran a una paz con justicia social, sólo posible en las actuales condiciones, mediante la realización de una “revolución democrática”, guiada por una voluntad política capaz de concretar el “no más sangre”. Contra quienes, desde el otro extremo, asumen las consecuencias de la involución regresiva, de la guerra, como vía regia del “imperio del caos”.

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Colombia es un caso doloroso/terrible. El resultado histórico de una dinámica sangrante, donde un grupo social dominante (con la ayuda de los Estados Unidos, y otros estados que velan por los intereses de sus propios grupos de poder, en la densa y compleja red de intereses de las empresas trasnacionales -y locales-, interesadas en el saqueo neoextractivista/financiarizado de la riqueza nacional), han consolidado un régimen estructuralmente injusto y cruel. Diseñando un “modelo” de intervención donde la irracional eficacia de la guerra, es presentada como una “patriótica” lucha por la pacificación de Colombia, aprovechando (con la inteligencia dada por décadas de mortal “maquiavelismo”) una “guerra civil”, que al margen de las razones de unos y otros, y de la sucesión de atrocidades históricamente cometidas, por los adversarios, ha desembocado, en una situación donde la “locura de la guerra” ha producido terribles consecuencias. Con todas las diferencias, hay una deriva parecida en México.

Las complejidades de los conflictos colombiano y mexicano, se evidencian, entre otros múltiples puntos, política -y mediáticamente-, en el empeño por ganar la guerra simbólica –o, ideológica-, mediante una narrativa que justifica “desde arriba” el comportamiento oligárquico, gracias al controldel aparato estatal, y de los medios de comunicación masiva, entre otros vectores. También, y no en menor medida, esa “solución final” se sostiene gracias al conformismo, y la irresponsabilidad más o menos generalizada, de una parte fundamental de las mayorías sociales, cuyo imaginario político-social es -día tras día- “modelado” mediáticamente; y/o traumatizado por los niveles de violencia/crueldad/impunidad.

No obstante, en Colombia y en México, a pesar del panorama atroz, que contagia pesimismo, permitiendo la entronización del egoísmo y de la crueldad propias del “neoliberalismo armado”, que desembocan en la creación de nuevas realidades existenciales cuya anormalidad aberrante es estabilizada y “normalizada”. Somos testigos de la persistente presencia de otros procesos de subjetivación, contrapuestos a la barbarie. Evidentes en las reacciones a acontecimientos como los de Iguala, Guerrero, o Tlatlaya, o las de los “falsos positivos” en Colombia, entre innumerables ejemplos.

Son fundamentales las movilizaciones realizadas en todo México. Despiertan de nuevo la esperanza, nos (con)mueven, movilizándonos-, pero sabemos que no son suficientes, así como no lo son las múltiples movilizaciones realizadas en Colombia, para frenar la locomotora de la “guerra sin fin”, propia del “neoliberalismo armado” y de su doble –asimétrico-. Es cada vez más evidente como los diversos actores (stakeholders), señaladamente las “guerrillas”, terminan jugando un papel “disfuncional/integrados” a una lógica perversa…alimentándola.

“Sólo la paz es revolucionaria”, pero para construirla necesitamos reconvertir nuestra “disfuncionalidad” positivamente, transformarla en una construcción progresiva de alternativas democráticas radicales “desde abajo”, capaces de triunfar políticamente, ganado -antes/durante/después- los corazones y las mentes de las grandes mayorías sociales, y creando una nueva institucionalidad, duradera /sustentable en el tiempo.

Negarse a considerar como inevitable la barbarie; mirar de frente la “emergencia nacional”. Basta pensar, en los modos en que las víctimas de la violencia se han fracturado, en las tendencias de los estudiantes al corporativismo, para advertir que sin radicalización democrática -y resiliencia- efectivas, no habrá ninguna “revolución democrática”, -estratégicamente- (hoy) posible.

Preguntémonos: ¿Cómo podemos convertirnos en verdaderos “sujetos democráticos”?

Avanzar en la “Gran Transición”, pasa, a mí juicio, por encarnar –cotidianamente-, mediante un difícil aprendizaje, la verdadera democracia. Quizás, así, logremos-mediante el ejemplo-, convencer razonablemente, a esas mayorías sociales, sin las cuales no habrá transformación social.

Solamente así lograremos dar una respuesta -consistente-, con la resiliencia democrática necesaria para resignificarlos agravios e injusticias sufridas por todas las víctimas, en Colombia y en México.

Pero ¿Cuáles son las vías -y contenidos-, en Zacatecas, para constituirnos en  “portadores provisionales” de esa “reinvención democrática”? ■

 

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