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sábado, 18 mayo, 2024
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Tomás Torres Mercado

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Por: AQUILES GONZÁLEZ NAVARRO •

Tom: ¡Qué manía la tuya de adelantarte siempre!

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“La vida es fugaz. Huye. Rezuma dolor. Desaparece. Es corta. Se escurre entre los dedos. Se escurre entre las palabras. Se escurre cuando la fugacidad puede más que la vida”, dice Arnoldo Kraus en, Cuando la Muerte se Aproxima.

Y, ¿Cómo se defiende a un desaparecido? Nos preguntábamos en la antesala del Juzgado de distrito, cuando al hacer el trámite en un juicio de amparo, tú buscabas a tu defendido y yo al mío. Solicitamos – recuerdo- la revisión de las celdas en la Zona Militar de Guadalupe. Nos sentimos realizados como abogados defensores cuando el Juez  hizo el requerimiento al Jefe de la Zona Militar, para que se permitiera una revisión ocular que realizaría la actuaria Licenciada De Loera.

Al salir del Juzgado, un pasante de derecho, Arturo, hoy abogado, nos pidió acompañarnos “para aprender”, dijo. Llegamos al portón de acceso al campo militar y solicitamos pasar a fin de cumplir con el requerimiento judicial: la revisión de las celdas para encontrar a nuestros defendidos y desaparecidos.

Luego de más de media hora de espera en el portón de entrada, se presentó un capitán que autoritariamente dijo: “Aquí no tenemos ningún detenido y aquí no entra nadie sin nuestra autorización y ya váyanse”, ordenó.

“Traemos un mandato del Juez de Distrito que es una autoridad federal” -le señalaste- como esperando que en automático el portón se desplegara a nuestro paso. En cambio recibiste un aventón y un, “aquí no hay más autoridad que la militar”.

Como buen abogado que eras, le pediste su nombre para levantar un acta, en tanto yo le mostraba la credencial de la Licenciada De Loera que la acreditaba como actuaria del Juzgado de Distrito. “Yo no doy mi nombre a ningún C…, fue la respuesta, en tanto que  credencial y expediente fueron arrebatados por el capitán y arrojados al suelo.

“Saquen a estos… de aquí “, alcanzamos a escuchar cuando los soldados que hacían la guardia en la entrada, a punta del cañón de sus armas largas, nos retiraron con piquetes en las costillas.

Y efectivamente, nos retiramos sin haber cumplido con la orden del Juez de Distrito. Dejamos a la secretaria del Juzgado en su domicilio y de pronto escuchamos la voz de Arturo, el estudiante de leyes quien intrigado y emocionado nos preguntó: ¿Y, de aquí que sigue? Nos volteamos a ver Tomás ¿recuerdas? y soltamos al unísono una carcajada y mi respuesta fue: De aquí lo que sigue Arturo, es que nos vayamos a la cantina para que no nos haga daño el coraje y así lo hicimos.

Hubo otras, algunas buenas, Recordarás: al término de atender nuestros asuntos en el Juzgado de Pinos, nuestro descanso fue en la cantina “Puerto Arturo”. Ahí conocimos a Blas Gómez, un campesino ya entrado en años, cuya plática entre sorbo y sorbo de mezcal era: Blas Gómez… Blas Gómez… y Blas Gómez y así hasta el cansancio sin una palabra más, mientras tú, aferrado a derramar en la cabeza de mi hermano Cesar el codiciado mezcal, como castigo por su negativa a tomar. Escuchando un y mil veces la melodía de “Aquí no hay novedad” que tanto pedías.

O aquella otra en que, conviviendo en “los gavilanes”, de pronto te desapareciste.  Fuiste capaz de ir a tu despacho en el centro histórico, quitar el candado de tu puerta y colocarlo en el portón de nuestro lugar de reunión para dejarnos encerrados. Para salir, todos a brincar la barda protegida en su parte superior con vidrios. Esa no te la perdona el Ciego Miguel.

Y hubo otras, mejores todavía: Cuando, reconociendo tu capacidad intelectual, te convertiste en el delfín de Ricardo Monreal para la gubernatura del Estado. Iniciamos juntos la campaña. Tu para Gobernador, yo para diputado Local ¿Y luego? Que te topas con tres mujeres, todas empoderadas y unidas: Amalia García, Martha Sahagún y Rosario Robles y entercadas en hacer gobernadora a la primera de ellas. Allí sí la perdimos Tomás y la perdió el Estado. Estoy seguro que hubieras hecho un excelente gobierno.

Ya luego como legislador. Diputado Federal y Senador de la República te convertiste en el mejor parlamentario para orgullo de los zacatecanos.  Cierto es que siempre coincidimos en tus propuestas legislativas, excepto en tu voto a favor de la desnacionalización de las empresas petroleras. A pesar de mi atrevimiento de reprochártelo públicamente, en nada afectó nuestra amistad.

Disfruté también tus dotes de cocinero, cuando hace poco tiempo preparaste el desayuno en tu casa de campo en Santa Inés. Buena reunión con nuestro común amigo Alfonso López Monreal.

En fin querido amigo, son tantos los recuerdos…y aquí no hay novedad. Me saludas a Blas Gómez y te tomas otra copa con mi padre, pero cuidado, que no te encuentres al General Cárdenas porque viene otro reclamo.

Vaya desde esta colaboración, mi saludo respetuoso a la Licenciada Fabiola Gilda Torres Rodríguez y a sus hijos Tomás y Nidia Fabiola.

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