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domingo, 19 mayo, 2024
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La violencia que nos une

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Hoy el tema común en todas partes es la violencia que se presencia en México. Por todos lados hay versiones de agresión de una u otra forma. Y es que, si bien es cierto que la violencia siempre ha existido, en este nuestro presente, parece ya una forma de vida.

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Con la serie de sucesos violentos que se han generado desde hace ya varios años, la gente se encuentra en un estado curioso entre el morbo y el miedo. Hay una necesidad de enterarse de lo que ocurre, pero a la vez, cierto grado de catarsis… De ahí que esté tan en boga leer las narconovelas de Élmer Mendoza, y que, por ejemplo, cuando se leen las partes en las que balacean la camioneta de El Zurdo Mendienta, personaje central de varias historias de Mendoza, sintamos más que identificación, cierto placer.

Esta sociedad que  se resquebraja entre el dolor y el pánico, también comienza a padecer de insensibilidad ante lo demás, ante lo otro. Quizá como una medida de autoprotección, se ve en las situaciones externas algo, aunque posible, muy lejano, de lo cual hay que darse cuenta pero sin hacerle mucho caso.

 

Una eterna comedia

Fue Aristóteles en su poética quien explicó de forma articulada que en el teatro griego hay dos grandes disciplinas: la tragedia y la comedia, la primera dedicada a destacar las virtudes de los hombres, ya que trata de los grandes héroes y los dioses por lo cual habría que emplear en ella un lenguaje elevado, mientras que la segunda contiene temas relacionados con la vida diaria, y sus personajes principales serían el pueblo, en lo que el lenguaje debe corresponder a tales elementos.

Aunque el arte es extenso y ofrece variadas posibilidades de creación, en nuestro país la comedia es lo que ahora tiene mayor auge. Las lecturas que más nos retratan, son las que más se leen. De igual forma pasa en otras áreas artísticas. Aunque no de forma generalizada, hay una necesidad de empatía.

La semana pasada, con motivo del estreno de la más reciente película de Luis Estrada, La dictadura perfecta, las salas se atiborraron más que en cualquier proyección de muestras de cine internacional. Pero no es que los mexicanos quieran ir a ver a un grupo de actores interpretar el papel más relevante de sus carreras. Lo que se busca es algo más complejo.

Los personajes que aparecen en el film no son autónomos, ni las circunstancias, ni muchos de los acontecimientos que se narran. Todo depende de una realidad en otro plano del que cuesta mucho trabajo disociarse al ver la cinta.

La gente ríe, pero no es una risa auténtica o natural, es la risa de la vergüenza y de la indignación; es una burla helada que se escapa, quizá por impotencia. Pero también porque verse reflejado en una pantalla tan grande llega a ser una impresión a veces devastadora. Bien dicen que en la antigua Grecia, la gente se reía al presenciar las comedias en el teatro, porque les resultaba extraño reconocerse en lo que veían.

 

Una tragedia cómica

Y sin embargo ¿de qué sirve vernos en el otro si sólo nos sirve para señalar los errores sin subsanarlos? ¿De qué vale reír si esa risa lleva el acento de una risa superior que extermina y cada vez se hace más fuerte?

Con tristeza vemos que el pueblo mexicano se encuentra fincado ahora sobre tumbas. A veces basta con rasgar un poco la tierra para encontrar el cuerpo de alguien yacer en silencio. Y ese alguien a veces tiene nombre, pero la mayor de las veces no. ¿Acaso alguien puede evitar reflejarse en alguno de los cadáveres?

Todos somos un muerto viviente en tanto seguimos entumidos, enterrados en un sistema infértil, bajo el yugo de la opresión, con una vida mecánica que ya no ofrece nada o en la que ya no existe algo que nos haga sentir bienestar.

Hablar de un enemigo externo es viable en tanto reconocemos al enemigo propio que cada uno carga encima: la ignorancia, la apatía, el temor. La gran tragedia de nuestro país crece cada día en la medida que nos resignamos a ella.

Y por otro lado es terrible que sea a través de la violencia que tengamos que recapacitar. Tanto hablar de muerte, tanto leer sobre este tema en todos los medios, en la escuela, el trabajo y en la mesa a la hora de la comida ¿para nada? Es la violencia lo que ahora nos une ¿nos separará luego?

Quedarse callados sin actuar es aceptar y ser cómplices de toda ésta barbarie. Tal vez nos corresponde utilizar otro tipo de violencia, no de aquella que conlleva la muerte física del otro, sino aquella en la que nos despojamos de las ataduras y actuamos. Necesitamos algo de agresividad para salir de este territorio que cada vez semeja más  una tumba. No solo hablar de la violencia en el país, sino gritarla y manifestar que no queremos seguir viviéndola. La solución no radica sólo en la renuncia de un dirigente, sino en la renuncia al silencio. ■

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