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domingo, 19 mayo, 2024
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Hobbits en el espacio

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

En la nota 3 de su artículo sobre “Star Wars”, en el Blog de Letras Libres, Luis Reséndiz nos informa que nunca volveremos a ver la película que se exhibió en los cines en 1977 porque durante el proceso de restauración el negativo fue destruido. J. G. Ballard, en una reseña de la película titulada “Hobbits in space”, que ahora está compilada en su “A User´s Guide to the Millenium”, sostiene que es “…poco original, pobremente escrita, olvidable al instante y una pesadilla acústica”, y que no es ciencia ficción. Han pasado 38 años y al parecer no ha sido olvidada, y si bien durante los 70 se gestó la poética de la ciencia ficción de Darko Suvin –la más influyente en los siguientes 20 años- desde el comienzo del milenio las definiciones culteranas de la ciencia ficción son consideradas “frívolas” –cfr “Colonialism and the Emergence of Science Fiction” de John Rieder (2008)- porque privilegian la escritura sobre las imágenes y toda la parafernalia de la publicidad. Ahora se debe considerar todo el contexto en el que está inscrito el texto de ciencia ficción, y las muchas maneras en las que es trasladado de la palabra escrita hacia las imágenes de tecnología de punta, manipulaciones genéticas, totalitarismos invencibles y utopías derrotadas. Desde tal punto de vista vivimos rodeados de “ciencia ficción”, que culmina en ser un conjunto de expectativas del futuro materializadas en mercancía que inunda nuestras vidas.

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Y por supuesto en el secreto flujo de ganancias que mantienen en funcionamiento el complejo sistema capitalista, el más acabado producto del ingenio humano hasta el día de hoy. En gran medida, a los críticos marxistas de la ciencia ficción, les agrada ingeniárselas para mostrar cómo, en el auténtico texto de ciencia ficción, se desmonta la ideología imperante de dominación para lograr, por un momento, dislocar  la visión naturalizada de la sociedad humana actual. Y seleccionan ciertas piezas como ejemplares en tal respecto; así, por ejemplo, las obras de Ursula LeGuin, de Octavia Butler, de Samuel R. Delany o Ernest Callenbach, por citar unos cuantos muy conocidos. En el caso de la séptima película de la serie “Star Wars” podemos notar lo siguiente: se nos presenta, como se nos presentó en 1977, un mundo desértico en el que una joven de la clase más baja encuentra de casualidad un androide y un desertor que la llevan, eventualmente, a unirse a la “Resistencia”, organización en la que será pieza clave en la destrucción de un arma mortífera en manos de “La primera orden”, que es un grupo de inspiración fascista que amenaza la galaxia. Esto ya lo habíamos visto, y a Ballard no le pareció original en 1977 quizás porque para él la ciencia ficción tenía que ver con el futuro, mientras que son otras las fuerzas que se mueven en “Star Wars”. La joven que ingresa a la Resistencia, como lo estaba también Luke Skywalker, está en comunión con “la fuerza”, un campo que llena el universo y une todo lo viviente y no viviente. Vemos entonces aparecer, en medio de la tecnología más avanzada, un cierto elemento “irracional” que no admite explicación pero que juega un papel fundamental en todo el tinglado, porque nos permite sostener que los personajes tienen una “…general falta de envidia del presente respecto a su futuro” pero no de su pasado, y así como Skywalker encontró a Obi-Wan Kenobi, la joven carroñera encuentra a Skywalker, lo que muestra que las generaciones tienen una cita predestinada por la estructura cíclica del universo en el que están inmersos, y que así como fue destruido el Imperio, será destruida “La primera orden”. Pero esa destrucción no será resultado de los enormes navíos estelares, que como documentos de la barbarie yacen estrellados en la arena, sino que resultará de la débil fuerza mesiánica que cada generación lleva en sí misma. Podemos suponer que toda la narración de “Star Wars” es una metáfora de los endebles esfuerzos, en todos los lugares del planeta, por oponerse al enorme enemigo, tan inasible, que es el capitalismo global. Si recordamos la séptima  tesis de filosofía de la historia de Walter Benjamin, en la que se nos dice que el materialista histórico cepilla la historia a contrapelo porque rompe con el hábito del historiador historicista de identificarse con los vencedores, y no pasa por alto las pequeñas cosas que, en el continuo de la historia, van siendo el depósito de su ruptura, podemos ver de inmediato que esa es la clave de la narrativa de “Star Wars”: en los bordes más lejanos del Imperio aparece la posibilidad de su destrucción, no por la vía de la lucha parlamentaria, ni por la acumulación de armas de destrucción masiva, sino por la aparición de pequeñas zonas en las que se cuestiona la hegemonía de todo el sistema.

Seguramente tuvo razón Ballard al no considerar “Star Wars” muy original, porque el cuento de la derrota del capitalismo nos lo han contado tantas veces que por momentos pierde todo su sentido. Pero el mito se reanima mediante el rito, y todo rito es una reiteración del tiempo pasado para abrirle paso al nuevo. ■

 

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