Antes que el oro, el maíz sagrado.
Los españoles lo sabían de antemano.
Asunto estratégico no solo para la manutención de los esclavos y trabajadores en las minas, sino para los animales que también le entraban con todo a la explotación de los filones.
Los burdeles, las garitas, las tabernas, las corridas de toros, las ferias o “jamaicas” eran el refugio para paliar lo duro de las jornadas laborales y ahí se suscitaban homicidios, violaciones, pleitos constantes, robos, hacinamientos olorosos y toda clase de juegos de baraja y el albur, la sorna, la burla descarada fue el saldo histórico de un pueblo harapiento y con hambre.
Nochistlán era el granero del estado. Ahí las grandes plantaciones de maíz y de otros granos eran punto crucial en el desplazamiento de los alimentos y creaba a las nuevas y fortalecía a las viejas ciudades.
Triste saber que miles y miles de caballos y mulas y burros fueron virtualmente sacrificados en aras de extraer el oro, pues contaminados en directo con los materiales para la limpia de los metales, caían en cualquier lado en medio de terribles dolores. Famosa la mina La Quebradilla, donde hasta 2 mil caballos diariamente estaban a disposición de capataces y mineros para las arduas labores.
¿Qué otras opciones tenían la población con los alimentos?
los ayuntamientos pagaban a panaderías y tortillerías para que a diario los reclusos comieran sus sagrados alimentos y que por el lado de los mercados populares toda clase de frutas y verduras abarrotaban a maestros y discípulos del hambre.
El 21 de noviembre de 1860 en el reporte policiaco un total de 41 personas fueron detenidas por escandalizar en la vida pública, 11 de ellas eran mujeres, los cargos: escribir en las paredes leperadas sexuales, proferir palabras obscenas, andar sin pantalones en la vida pública, embriagarse y golpear a los vecinos, riñas callejeras, robo de maíz, bailes sin licencia y “música en pulquería”.
La rienda suelta.
