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martes, 21 mayo, 2024
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¿Si todos los hombres fueran hermanos, dejarías que alguno se casará con tu hermana?

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO • admin-zenda • Admin •

Según John Boswell, en su libro “Christianity, Social Tolerance and Homosexuality”  (1980, Chicago) se propone “…refutar la idea común de que la creencia religiosa –cristiana u otra- ha sido la causa de la intolerancia hacia las personas gay” (p. 6) y establece una cuidadosa distinción entre el rechazo que muchas religiones hacen de la racionalidad como criterio final de juicio –a favor de la verdad revelada- y el uso de preceptos religiosos para justificar animosidades personales o grupales. La intuición de Boswell para fundar esa distinción es simple: las religiones condenan en términos tajantes la homosexualidad, pero también muchas otras prácticas que no han generado intolerancia social hacia sus practicantes. El ejemplo que pone es la codicia, y podemos ver todos los días que, a pesar de las condenas de las religiones, la codicia florece y los codiciosos son elevados a dirigentes. Así que el sentimiento contra los homosexuales puede utilizar para sus fines el discurso religioso, pero no necesariamente se origina en él. El 10 de septiembre de 2016 salieron a las calles miles de personas para oponerse a los matrimonios entre homosexuales. La cantidad de personas congregadas mostró que una colectividad de personas está dispuesta a defender su posición contra otra colectividad de personas. Por lo tanto, siguiendo a Carl Schmitt en su libro “El concepto de lo político”, se configuran dos actores políticos como enemigos públicos mutuos: por un lado, aquellos que están a favor, y por otro, aquellos que están en contra del matrimonio entre homosexuales. Los liberales, en una de las muchas confusiones que tienen, se niegan a reconocer que existe tal conflicto pretendiendo reducirlo a los límites de la racionalidad, como si se tratara de la oposición entre gente engañada o manipulada, y gente ilustrada, siendo posible resolver el conflicto mediante la discusión. La división amigo / enemigo que define, según Schmitt, a lo político, no es reducible a la oposición razón/ sinrazón, es algo completamente aparte que funda el Estado (“El concepto de Estado presupone el concepto de lo político” Schmitt). Por lo que tiene razón Julio Muñoz Rubio en su artículo “¿Existe una polémica sobre el matrimonio igualitario?” cuando considera que no hay tal polémica; aunque se equivoca al creer que es el “uso de la razón” lo que está en juego. Los que marcharon a favor de la familia no son “irracionales” (“Únicamente los participantes pueden reconocer correctamente, comprender y juzgar la situación concreta para asentar el caso extremo de conflicto” Schmitt). Si bien no hay una polémica, porque estos asuntos no se resuelven por la razón, sí hay un conflicto político que se resolverá dentro de los límites del Estado, porque ambos actores políticos pretenden que sea la coercividad estatal la que resuelva la situación en un sentido o en otro. La manera de resolver esa situación está, en parte, en el terreno electoral, porque desde ahí se puede generar la configuración necesaria para derogar, crear o sostener leyes de observancia general apuntaladas en el poder estatal. Por eso ambos actores pretenderán influir en la composición de las cámaras legislativas, de los tribunales, de las gubernaturas y la presidencia de la república. Pero no es suficiente porque se debe generar legitimidad entre la población mediante la construcción de mayorías para una causa u otra. Y esto es ya el terreno de la propaganda, de la lucha ideológica en la que los sofismas, la retórica y el discurso enternecedor o seductor tendrán más relevancia que los vericuetos lógicos. Si por medio del convencimiento se logra diezmar al otro actor político el conflicto cesará, pero si no se logra y de alguna manera uno sale triunfante, tal triunfo impondrá la disyuntiva sobre el otro actor de tomar las armas por considerar que ésa es la manera de lograr el triunfo, o bien de continuar la lucha para lograr inclinar la correlación de fuerzas en un momento o en otro, porque al final es el actor político el que de manera soberana decide el curso de sus acciones (“Existe o no. Si existe es supremo, es decir, en el caso decisivo,  la autoridad última” Schmitt). Lo cabalmente paradójico es la manera en la que algunos creen que la oposición al matrimonio homosexual implica que se niegue la pluralidad social: la existencia de enemigos indica que el Estado es plural  (“El mundo político es un multiverso, no un universo” Schmitt), la ausencia de pluralidad, entendida como la desaparición de todo posible enemigo, es una metáfora de la desaparición del Estado en un “Estado cosmopolita”, en la “sociedad comunista”, en el “mercado global” o en una “sociedad con Estado mínimo”. La auténtica pluralidad es la convivencia con lo radicalmente extraño organizado como actor político que vindica un modo de vida sobre el que el Estado liberal formalmente no pretende decidir pero que, en los hechos, es necesario que decida. La construcción

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del parentesco es un elemento clave en la organización de las sociedades humanas, no podemos tomarlo a la ligera. El título del artículo se tomó de un provocador cuento de Theodore Sturgeon. ■

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