En esta rueda de la fortuna que es la política, donde todas las victorias y todas las derrotas son temporales, el verdadero y mayor fracaso es terminar por ser lo que se combatió.
Sucede con bastante frecuencia:
La decisión de que Pepe Olvera abanderara al Partido Revolucionario Institucional por la gubernatura de Zacatecas en 1998 dio pie al aglutinamiento de una fuerza electoral cuya principal bandera era el rechazo a la imposición.
De entonces a la fecha, esa causa ha estado presente en algunos momentos de esa fuerza política aunque de forma mucho menos decidida que entonces.
De eso se hablaba, de imposición, en 2004, cuando la candidatura para gobernar Zacatecas recayó en Amalia García y no en Tomás Torres. Y se volvió a hablar de eso cuando Claudia Sheinbaum fue elegida candidata a jefa de Gobierno de la Ciudad de México, pese a los esfuerzos por empequeñecerla en encuestas difundidas en medios de comunicación previamente a la definición.
Las vueltas de la rueda de la fortuna, para esa misma fuerza politica hoy la imposición no es tema de denuncia sino de orgullo, y no de ahora, sino desde hace meses, que intencionalmente inducían a esa idea con el objetivo de llamar a la cargada.
Pero en este retorno a lo que se combatió cae Morena en general, ahora repitiendo los fantasmas perredistas de los que buena parte de sus militantes huyeron.
El liderazgo indiscutible de Andrés Manuel López Obrador no dejaba ver grietas, grupos ni tribus, pero apenas éste se retiró de la vida partidista para encabezar el gobierno federal, y la división quedó en evidencia.
No fueron suficientes los candados estatutarios que se establecieron para frenarlo, en parte porque empezaron a incumplirse.
Aunque en los documentos básicos se proponía la elección de la dirigencia nacional por medios de asambleas, terminó por usarse un método inédito en una circunstancia similar, el de una encuesta a población abierta.
Ni los como, ni cuando, ni quién, que marcaban los estatutos, las leyes y hasta la jurisprudencia fueron respetados. Se eligió dirigente nacional ya iniciado el proceso electoral, se usó el inexplicable método de encuesta abierta, y se aceptó como candidato a quien no es consejero nacional (como lo marcaban los estatutos) llegando al colmo de que incluso Morena podría tener un dirigente que ni siquiera estuviera afiliado al partido que encabeza.
Pero de concretarse lo que hoy parece probable, sería para el lopezobradorismo el mayor fracaso de todos.
Es claro que un esfuerzo colectivo como el que conquistó la Presidencia en 2018 puede tener errores de buena fe, pero también vivales que trepados en la ola, pretendan repetir lo que el movimiento combate: la corrupción, el clientelismo, el lucro politico con la pobreza de la gente, etcétera.
Nadie espera perfección, pero sí perfeccionamiento permanente. Hasta ahora quedan algunas cuentas pendientes pero el castigo al hijo de Bartlett que vendió a sobreprecio equipo médico, a Carlos Lomelí en Jalisco o a quien sería zar de las medicinas, dan confianza para pensar que no reinará la impunidad.
Sin embargo, como se ha dicho, quedan cuentas pendientes. Algunas investigaciones van a paso lento y ni se exonera ni se levantan cargos por acusaciones en instituciones como la Comisión Nacional del deporte o Notimex.
Pero la inacción (aparente o real) no es equiparable a la premiación de las conductas reprochables a todas luces para quienes asumen que ser de izquierda es ser honestos.
No podría haber mayor fracaso para Morena, y en sentido más amplio para el lopezobradorismo, que convalidar en su actuar político el mal uso de programas sociales, el clientelismo político, el lucro con la pobreza y la tolerancia a la utilización de recursos públicos con fines electorales.
De hacerlo, poco importará el nivel en el que la rueda de la fortuna del movimiento coloque a cada quien, ésta se habrá desatornillado y el fracaso en la transformación será definitivo.
