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viernes, 26 abril, 2024
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El futuro de las aulas

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Gabriel Zaid (“La lectura como fracaso del sistema educativo” Letras Libres (2006) Noviembre) arrojó una hipótesis: “multiplicar el gasto en escuelas y universidades sirvió para multiplicar a los graduados que no leen”. ¿Qué cosa no leen? Libros, porque el uso de las redes sociales indica que sí se lee, y mucho, el contenido de blogs, páginas y cuentas. Si se analizará ese universo de lectura con certeza predominarían las lecturas de “baja intensidad”, esas para ser leídas en unos minutos, con ideas y conceptos sencillos, casi digeridos. En casi todo plan de estudios, aunque sea de esos copiados del índice de un libro obsoleto, se coloca el objetivo: “Fomentar el hábito de la lectura para lograr la comprensión de los conceptos más relevantes”. ¿Se cumple? Al parecer no y la situación creada por la pandemia abrió la posibilidad de saber más acerca de los hábitos de lectura de los “estudiantes”. Hablemos de “educación no presencial” para evitar discusiones, por lo pronto irrelevantes, respecto de las diferentes modalidades posibles. En este concepto se incluyen las clases por televisión o por internet o por cualquier dispositivo que permita la comunicación bidireccional entre un emisor y un receptor. Se diferencia de la educación presencial por la necesidad de un aparato de intercomunicación. Ya hubo, en México y en particular en la Universidad Autónoma de Zacatecas, un semestre no presencial, y por ende existen ya suficientes reacciones al respecto. Para los estudiantes la experiencia parece haber sido adversa: prefieren “al compañero o compañera que tocamos, imperfectos, piel, textura, la rotunda presencia del volumen vivo, asible, al que abrazamos pues nos contiene del dolor de la muerte, hace llevadera la vida y posible el amor” (Manuel Gil Antón “Si la escuela cae- bueno es un decir”) El Universal 30/05/2020. Sin la idealización de Gil Antón se puede aseverar que los alumnos no quieren leer, lo demás es pretexto. Muchas de las quejas contra el sistema de educación no presencial se relacionan a la exigencia de lectura individual. Creen, maleducados por pésimos pedagogos, que la situación didáctica sólo puede acontecer entre “volúmenes vivos”. Quizá la auténtica fortaleza de la educación sea el silencio de las bibliotecas, en las que, guardado en las líneas de algún ignoto libro, yace el momento del descubrimiento. Por tanto, debido a la penosa subeducación nacional que produce analfabetas funcionales, las bondades de la educación no presencial se dejan de lado para favorecer la aparatosa, y ojalá pronto obsoleta, “educación presencial”. ¿Cuáles son las ventajas de la educación no presencial? Muchas, pensemos en algunas. Se disminuye el uso de automóviles, por tanto, de emisión hacia la atmósfera de gases de invernadero. Dado el punto anterior disminuye el gasto en combustible. Un docente puede dar cursos en lugares distantes sin los problemas derivados del transporte, lo que facilita la asignación de carga y disminuye los conflictos laborales por esa causa. Por tanto, disminuyen los motivos para llegar tarde a clases. Es notorio que en lo inmediato el salario de los docentes rendirá más, todos serán ecologistas, habrá nula ausencia o retardos, menos conflictos por cargas de trabajo, menos riesgo de accidentes y, desde el punto de vista administrativo, se puede monitorear el trabajo. Y todo esto en lo inmediato. Si se piensa a largo plazo las posibilidades son enormes. Se podrían rematar las costosas instalaciones universitarias, producto de arquitectos carentes de imaginación, con lo que se abatirían los costos de mantenimiento. Cada docente hará un salón en su casa, con una buena cámara transmitirá sus clases y las grabará. Ya grabadas mejorará la exposición porque, como es bien sabido, los “volúmenes vivos” se cansan después de la tercera clase, y decae la calidad expositiva, pero una grabación se puede reproducir infinidad de ocasiones. Si esto ocurre el docente tendrá tiempo para leer. Si hoy no lee no es porque no quiera, sino porque lo ocupan sus muchos grupos. Libre de ellos podrá leer cuatro o cinco libros por semana, y podrá grabar mejores clases e incluso producir sus propios textos. Cualquier duda los estudiantes podrán enviarla por correo y el docente las responderá por escrito, esto permitirá entablar un dialogo más frutífero, más informado, que los monólogos reiterativos e incoherentes del aula. El acoso, esa plaga, desaparecerá porque cualquier insinuación quedará registrada y permitirá demostrar su existencia. Todo lo anterior es casi utópico, y lo sería si estuviera sobre el papel, no operando en tiempo histórico real. Debemos preguntarnos ¿Qué tanto disminuyó el acoso? ¿Cuánto ahorró la universidad por diferentes conceptos y cuánto más puede ahorrar? ¿Qué tanto disminuyó la emisión de gases de invernadero? ¿cuál fue el ahorro de los docentes debido a la diminución de los gastos en transportes? ¿cómo se afectó la distribución de cargas de trabajo? Hay un elemento más de beneficio. Es bien sabido que los científicos quieren dialogar con sus pares, por lo que organizan costosas conferencias internacionales o congresos. Con los medios modernos de telecomunicación esas conferencias son inútiles: una sesión en Zoom o Meet es más barata y redunda en lo mismo: el intercambio de la información científica. Quizá las aulas ya no tienen futuro.

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