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jueves, 25 abril, 2024
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M. El hijo del siglo: Antonio Scurati

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Antonio Scurati es uno de esos tipos con mucha suerte. Veamos: Scurati es profesor de Literatura Contemporánea en una Universidad italiana. No tan viejo él: 51 años. Hasta donde nos podemos imaginar (porque imaginar vidas ajenas es muy divertido y sano, como aconsejó en alguna ocasión Stefan Zweig), una vida sin tantos sobresaltos.

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Scurati se dedica a la academia y, ya lo sabemos, los académicos son los tipos más aburridos del mundo. Hablas con ellos y a los cinco minutos ya duermes porque los académicos confunden el placer de una charla agradable con una tediosa clase, que ellos imparten, de hora y media. Y es que así exponen sus ideas. Y esa es la concepción que tienen del mundo desde que son académicos: la de exponer sus ideas dando clases.

Prosigamos. Como la gran mayoría de los académicos, Antonio Scurati también tiene otra particularidad: es un escritor frustrado. Aparte de los informes voluminosos propios de la academia que por lo regular son inútiles y de los miles y miles de artículos ilegibles en revistas especializadas (en inglés y en italiano, “of course”) que por lo regular nadie lee (aparte de la esposa de Scurati y dos de sus alumnas, las que sientan hasta enfrente), Scurati escribe, en lo que le queda de sus horas libres, novelas que cuentan con uno, dos, tres, digamos cien, doscientos, quinientos lectores, quizás, pero ninguno de ellos alguno de sus alumnos de las clases de Literatura Contemporánea, pues a Scurati nunca le piden una dedicatoria en la primera página de un libro, una sonrisa para una selfie, ni mucho menos reconocen su nombre en la mesa de novedades de las librerías italianas.

Hasta aquí la vida que nos imaginamos (hay que dejarlo claro) de Scurati. Acudimos en toma panorámica a su entierro y hasta lloramos con los que acuden a tan funesto evento: la esposa, dos alumnas, que en realidad fueron sus amantes, y diez fervientes lectores, ninguno de ellos le pidió una dedicatoria a Scurati y ahora se arrepienten. Ah, se me olvidaba: la esposa lleva, en una de esas jaulitas tan chistosas, a dos gatos, porque los académicos, hay que decirlo todo, no pueden vivir sin sus gatos (una extrañísima enfermedad a la que algún día los especialistas le darán un buen nombre y los que no tenemos gatos saldremos corriendo a Marte). Hasta aquí. Llega el padre, reza. Bon voyage, Monsieur Scurati.

Pues no, la vida de Antonio Scurati baila con otro ritmo y aquí están algunas de sus claves. Tras varios intentos de novelas, Scurati se lanza al abismo sin nada que lo sostenga, se mete a trabajar de lleno, quiero decir: con pasión; escribe no solo en sus ratos libres y consigue una novela que en una primera instancia es nieta de los rusos: “M. El hijo del siglo” (Alfaguara 2020).

Desde ahora le puedo decir a Scurati que desconozco si Tolstoi hubiese envidiado su estilo de narrar los hechos históricos de la Italia que vio surgir a un monstruo llamado Mussolini, por eso la “M” en el título, pero sí le puedo asegurar que le habría envidiado (con en envidia de la mala) las 824 páginas de “M. El hijo del siglo”.

Otra observación: no es lo mismo “saber” de historia que “saber contar” la historia. Quien “sabe” de historia puede ser la persona más anodina y soporífera del mundo a la hora en que nos cuenta, por ejemplo, la historia de Mussolini (M). Quien “sabe contar” la historia quizás no tenga el mismo conocimiento que tiene el que “sabe” de historia (pongamos que vio una docuserie de la revolución historia de Mussolini y leyó tres buenas biografías), pero es un crack cuando la cuenta, sabe qué vale la pena contar y qué no vale la pena, hilvana su historia lo mismo que Sherezade sin que le vaya la vida en ello, no hay que ser tan exagerados.

Esta es la diferencia entre más o menos diversión. Y es la diferencia entre abrir un libro de historia de Italia, de esos pesadísimos (en todos los sentidos) buscar en la (M) de Mussolini, sumergirnos en datos, nombres, estadísticas, más datos, más nombres, más estadísticas, uno que otro acto heroico, uno que otro acto realmente emocionante y ya, es todo: estamos listos para el examen del día siguiente acerca de esa figura tan terrible para el mundo y para la historia de la humanidad que fue Mussolini.

O podemos leer “M. El hijo del siglo” y encontrar el mismo libro de historia, porque la historia no cambia, como veremos más adelante, pero contado de una manera totalmente distinta, porque ahora nos queda claro que Scurati se defiende como narrador y como investigador.

Esta es una gran diferencia. La historia no la podemos cambiar y el Titanic se hunde de la misma manera así sea que veamos cien veces la película; no obstante, los recursos narrativos para contar el hundimiento del Titanic sí cambian, por lo que no va a ser lo mismo si lo cuenta el trompetista de la orquesta, que el mesero que le llevaba aquel vodka a la señorita rubia tan despampanante.

Por eso decíamos que no es lo mismo saber de historia que contarla. Y en literatura esto es importante. Porque de lo contrario, si no se atendiesen los mecanismos narrativos de los que se vale la historia para ser contada, todos los historiadores serían grandes narradores y para fortuna de las lectores no ocurre así, salvo por unas horrorosas excepciones que hasta se dan el lujo de escribir novelas acerca de la revolución mexicana, por ejemplo.

Y si bien Antonio Scurati se vale de varios recursos periodísticos y académicos (no hay que olvidar la escuela de donde proviene) tras de el andamiaje de “M. El hijo del siglo” hay un finísimo trabajo narrativo que solo consiguen los que se atreven a ficcionar a los personajes históricos, lo cual al menos a mí se me antoja no imposible, pero sí demasiado arriesgado.

“M. El hijo del siglo” es un hit en Italia. Miles de ejemplares vendidos de una novela cuya temática y memoria no ha de ser una lectura fácil para los italianos. Scurati gana un premio importante por esta novela y ahora aparece en las fotografías casi como modelo de revista de modas. Autores como Roberto Saviano han dicho de “M. El hijo del siglo” que es el resultado de un trabajo de muchas décadas. Yo no le creo tanto a Saviano…

Tras de las páginas de “M. El hijo del siglo” admiramos una laboriosa tarea de investigación que, sin embargo, pierde cualquier roce académico o meramente informativo. Supongo que Scurati tuvo que trabajar en ello. Imaginen ustedes toda la información que hay acerca de una figura histórica tan importante como Mussolini y ahora multipliquen esa información que ya se imaginaron por diez. Lo mismo que esta oración, nos quedamos sin aire.

Y luego viene la parte de que te tienes que leer todo y elegir aquel material que sea “novelable”, que sea útil para tu proyecto, porque seguramente Scurati dejó fuera toneladas de archivos, de notas de periódicos, de entrevistas. Y luego viene la parte de los personajes, porque, vamos, se trata de historia, chico, por lo que ni siquiera tienes que inventarte a los personajes, pero una vez que estés ahí, ¿con cuáles te vas a quedar?, y como está clarísimo que a la mayoría de ellos no los conociste en persona (“¿qué tal, Monsieur Mussolini?, soy Scurati, me podría dar cinco minutos de entrevista) tienes que respirar a través de ellos, seguirles los pasos como si hacerle al detective privado fuese tu segunda profesión (tercera para Scurati) en una empresa que se antoja no imposible y sí una auténtica locura.

Hemos llegado a una conclusión: los académicos envejecen pronto, pero más pronto envejecen los que escriben novela histórica, y es que no recreas un mundo que no te pertenece sino que el mundo que no te pertenece termina por recrearte y, en una de esas, si no le llevas bien el ritmo, si no sabes contar bien una historia de la historia y además de una de las heridas más abiertas de tu país y del mundo (¡y a la mierda los fascistas!) la historia terminará por comerte, punto, se acabó, como escritor dejas la vida misma en una novela insoportablemente aburrida, y como lector llegas a la página treinta, cuarenta y mejor abres YouTube y ves un documental de la historia completa de Mussolini.

Lo anterior no ocurre, por supuesto, porque si ocurriese no estaría aquí ahora, contándoles los pormenores de una novela que ha causado polémica por el tema (y recordemos que cuando se trata de política todo causa polémica) y que ha sido muy bien recibida por la crítica literaria europea, con todo y sus más de quinientas páginas (recordemos que Europa tiene un récord distinto de lectura que el nuestro).

Hemos llegado al final de nuestros comentarios de la semana. A Scurati ya lo detienen sus alumnos en los pasillos de la universidad, le piden que sonría, un filtro, ya está, y la foto directo a redes sociales: se está convirtiendo en un rock star de la literatura italiana en estos momentos, le sobrevive su esposa, sus dos gatos y, bueno, entre tantas cosas hemos dado con algunos ingredientes para convertirnos en admiradores de una novela que hay que leer con cuidado, tal y como se deberían de contar los acontecimientos históricos.

 

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