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viernes, 26 abril, 2024
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¿Qué tendrán estos nenes que todo el mundo los quiere apapachar?

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Por: Amigo Abel •

En todas las ciudades del planeta coexisten diversas convivencialidades según sus áreas, zonas, barrios, afinidades generacionales, profesionales, por simple moda, o por pertenecer a minorías marginadas de ordinario por los prejuicios y el poder. Algunas son deportivas; otras laborales; o cívicas, religiosas, culturales, gubernativas, comerciales, etc., en tanto que otras más lo son por su estilo de esparcimiento, tanto el “normal” como el que implica algún “riesgo”. Y, por desgracia, tampoco faltan aquellas donde se aposentan la inseguridad y el crimen. Para todo hay en la parcela humana.

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También existen sitios históricos de cotidianidad costumbrista enclavados en contextos arquitectónicos y habitacionales muy característicos. Algunos de ellos disfrutan, además, del estatuto denominado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Para mantener esa singularidad, son fiscalizados constantemente por instituciones y tratados internacionales en exigencia de su preservación y conservación estilística. La Alameda J. Trinidad García de la Cadena de la ciudad de Zacatecas es uno de estos espacios. Pero la convivencialidad tradicional en ella jamás había sido la del desasosiego vecinal acarreado por el desenfreno hasta altas horas de la madrugada, salvo en los años (escasos) en que de manera provisional se realizó ahí la llamada Feria del Patrocinio.

Sin embargo, de unos años a la fecha, a ciencia, paciencia y complicidad de las autoridades municipales, se ha tolerado su conversión en la más grande cantina del Estado en su circuito interno, y en una alteración impune del reposo familiar, derivada de la instalación ilegal de antros en algunas de sus fincas. Unos y otros han contado con la “cautela” excesiva por parte de la policía para no imponer el respeto debido, y con la “tolerancia” sospechosa de la autoridad municipal para aplicar la ley a los establecimientos transgresores de ésta. Y cuando algún vecino harto de tantos decibeles se atreve a reclamar de manera directa, invariablemente recibe una amenaza desde los autos-bar en el circuito, o un desplante tipo “háganle como quieran” desde los antros intocables. A los perjudicados nomás les queda la indefensión y la perplejidad. ¿Entonces qué?

De nada han servido las quejas, las protestas ni los actos culturales de denuncia realizados no sólo por vecinos y demás ciudadanos interesados en la preservación de la alameda, que es un bien de todos. La autoridad sólo ve y oye a los “jóvenes empresarios” vinculados al poder político y al dinero. ¿Acaso se pretende empujar maliciosamente la protesta social hasta más allá de sus límites legales? ¿Cuánto estará calculando la autoridad municipal puede aguatar la gente esa actitud temeraria de ellos, sus celosos “servidores”, antes de considerar otras medidas más directas?

La naturaleza intrínseca de los antros (con licencia y sin licencia, con reglamento y sin reglamento) ha sido, es y será siempre el escándalo. ¿Cómo es que el presidente municipal, habiendo reconocido públicamente que al antro más escandaloso de la Alameda denominado “La Diez Terraza-Bar”, con todo y que abrió sin el permiso correspondiente, se les siga “tolerando” a contrapelo de tanta inconformidad? Por cierto, “tolerancia” ha sido el término complaciente con el que el aludido funcionario se permite calificar una y otra vez la violación de la ley en este caso.

¿En qué lógica cabe la aseveración del susodicho en el sentido de que, puesto que tal antro carece de licencia, “para nosotros no existe” (viernes, 10 de abril de 2015) no obstante haber declarado el día anterior que, debido a tanta queja ese antro “ha sido multado”? ¿Se puede multar lo inexistente? ¡Caracoles, contra esas razones no hay manera! No es decente ni legítimo ni democrático, que alguien coyunturalmente con poder se permita dispensar, nomás por sus pistolas, un régimen especial de privilegios a tal o cual negocio y a tal o cual grupo de júniores.

Por otro lado, cuando el presidente declara estar a la espera del reglamento que emitirá el cabildo para “saber” si por fin se autoriza o no el multicitado antro y otros más, aparte de que eso equivale a colocar la carreta por delante de los bueyes (porque el antro “sí existe” y cómo jode), pareciera que también se adelanta una tomadura de pelo no nada más contra los ciudadanos que se opusieron desde el primer momento al inicial proyecto depredador de la Alameda, que afortunadamente se echó abajo (es público el compromiso de respetar su estilo histórico durante la restauración, ¿honrarán su palabra?), sino, en mayor medida, contra quienes, procediendo de buena fe y concediendo a los responsables de la obra el beneficio de la duda, han participado en talleres y tareas de fiscalización a lo largo de tantos meses. ¿Para qué tanta faramalla si, como declaró el ínclito munícipe (10 de abril de 2015) los vecinos “tienen que aprender a convivir” con bares, cafés, restaurante y “algún” otro bar (léase La Diez) no obstante que las conclusiones de las mesas de trabajo durante los talleres de febrero en el Museo Pedro Coronel fueron enfáticos con aquel “¡cero tolerancia!” a esos establecimientos? Por cierto que, en el discurso inaugural, el señor Peña Badillo dejó el no muy velado mensaje de que todo aquello que no esté en consonancia con la opinión de la autoridad desestabiliza la convivencia municipal. ¿Para qué burlarse de la gente si, como ha dicho el ídem, “A final de cuentas, el cabildo es quien decide?” Y lo dice como si, siendo él su presidente, no tuviera vela en ese entierro. ¿Supone que los vecinos son incapaces de advertir intencionalidades en los funcionarios públicos, sobre todo si, como es el caso, se trata de aspirantes obsesivos a ocupar el año que entra la mal llamada primera magistratura del Estado?

El presidente municipal enseña tanto el plumero de los encubrimientos que, dejándose tomar mañosamente el pelo, da como argumento suficiente para “tolerar” el ilícito antro, la exhibición de una supuesta lista de unos supuestos vecinos otorgando una supuesta “anuencia” que hace las veces de un supuesto requisito. ¿Dónde está esa lista? ¿Qué “vecinos” la firmaron? A este presidente de cabildo le pasó lo que al pobre Maximiliano de Habsburgo (siempre en su debida proporción) con aquel famoso plebiscito que los monarquistas mexicanos le llevaron hasta su castillo que mira al Mar Adriático: se dejó engañar, también mañosamente, con el cuento de que todos nuestros compatriotas lo deseaban con el único objetivo de aclamarlo.

Pero también Gobierno del Estado, a través del Instituto Zacatecano de Cultura, tiene cola que le pisen. Más allá de que la otrora muy respetada “Semana Cultural” (hoy Festival Cultural “Zacatecas) se empiece a parecer de manera preocupante a un “Siempre en Domingo” trasnochado, sucede que ahora hasta se pretende legitimar al multicitado antro como un espacio cultural de primera magnitud. En esta reciente versión número 29 se le concedieron ni más ni menos que ocho fechas oficiales (¡Caracoles otra vez!) para armar desmadre de rock pesado de las once de la noches hasta, aproximadamente, las tres de la mañana, con las consecuencias consabidas. No es que se tenga algo en contra del rock (cuando éste es bueno, claro. Y sí lo hay), pero juzgue el lector si a ese estruendo, en ese horario, se le puede catalogar de evento cultural.

Sabe qué tendrán estos nenes que todo el mundo los quiere apapachar. ■

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