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viernes, 26 abril, 2024
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Imágenes desde el camino

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Por: RICARDO BERMEO •

La metrópoli está volcada en las fiestas navideñas. Un árbol de navidad en el Hemiciclo a Juárez, en la Alameda Central, con las fotografías de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, y un evento en el Ángel de la Independencia, dos actos simbólicos (probablemente entre muchos más), nos recuerdan las exigencias de justicia, y las inquietudes sociales y políticas, que avanzan, con pasos desiguales, según territorios, memorias, ciclos de lucha. Se articulan demandas que atraviesan al conjunto de la sociedad mexicana, atando y/o desatando el sentido de los cambios, que ahora mismo son objeto de debates, unos imponiéndolo y aceptando la imposición, otros, rechazando el rumbo actual, y proponiendo alternativas-. Están en juego las formas, modos de organización y contenidos de la sociedad que somos y de aquella por la que luchamos para hacer ser. Al hilo de acontecimientos y significaciones, que consideradas en conjunto, nos duelen e indignan, pero también, paradojas del existir/resistir/consistir, nos apasionan, porque las entendemos como signos de una constelación, donde las pasiones democráticas forman un nuevo imaginario político, una creación humana que apunta a resignificarlo todo: herencia y revolución.

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Dos polos antinómicos dan forma al envite entre lo instituyente y lo instituido. En un polo se despliegan las iniciativas desde abajo, que apuntan a devolver a los ciudadanos el control de sus vidas. Visibles, por ejemplo, en el empuje de los consejos populares de autogobierno que se han constituido en Guerrero, parte de una gama mucho más amplia de movimientos instituyentes, donde se entrecruzan y debaten diagnósticos, proyectos y programas. Necesitamos trascender una cierta clausura de sentido, raíz del persistente empecinamiento –equivocado- en la “replicabilidad”: la historia es creación. México es un país en vilo, que se debate entre la “ruptura democrática”, y la huida hacia adelante, heterototalitaria, y cada uno debemos posicionarnos.

Una segunda imagen. Desde lo cotidiano atravesamos la gran metrópoli, bregando –literalmente- contra la muerte, que insidiosamente carcome y terminará devorándolo todo. La metrópoli se convierte, también, en otra ciudad, al recorrerla con un ser querido, enfermo. Cuando, durante el recorrido por el Centro Histórico, él, va evocando los sitios cuyos recuerdos yacían olvidados, y al hilo de su voz apenas audible, recuperamos historias compartidas en los años lejanos. La conversación continúa en el hospital. Tras el esfuerzo físico enorme del traslado, es duro recibir un insensible parte médico, que lastima la dignidad del -así- desahuciado. La mirada médica, incapaz de registrar ese tejido de sueños y de memorias, de quien se encuentra -de cuerpo presente-, decidido a aferrarse a la vida. Un viaje a uno de los principales centros médicos de México, en búsqueda de ese sentido, que le será negado en la primera consulta. Después, afortunadamente, correrá con un poco más de suerte, y su semblante se anima. Para terminar más tarde, completamente agotado, por la pesadilla del tráfico defeño, mientras deambulamos tratando de conseguir un hotel, para pasar un día más, no previsto.

Una tercera imagen. Una rápida escapada a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas. Una espera que parece más prolongada, por la prisa de regresar al hospital. Al fin fui recibido por un abogado, que me comenta los problemas que enfrentan, como asesores jurídicos, sobresaturados de casos (el sólo lleva alrededor de 210 casos). Dice recordar el caso del expediente que le muestro. Habla y corrobora ese hecho, son víctimas ya registradas. Tratan de localizar a la abogada que es responsable directa del caso, pero no lo logran. Decido marcharme. Pero una hora y media después, mientras seguían las consultas en el hospital, regresaré a buscar a la abogada. Baja, nos entrevistamos rápidamente, me dice que necesita tiempo para estudiar el expediente, me intenta “derivar” a Torreón. Finalmente concertamos una cita para el 8 de enero. Ahora comienza realmente el trabajo, para ver cómo podemos lograr que se haga justicia, en el caso de los jóvenes desaparecidos, en Estancia de Ánimas, Villa de González Ortega, Zacatecas. Un caso de desapariciones forzadas, que a más de dos años, del trágico suceso, tiene en la miseria a las familias que quedaron desamparadas, sin que el derecho a la verdad, a la justicia, y a la reparación integral del daño, se haya concretado en lo más mínimo, pese a la Ley de Víctimas.

Ya de regreso, en la primera caseta de la autopista a Querétaro, unos jóvenes con pasamontañas nos dicen que tenemos “pase libre”…podemos seguir sin pagar la cuota. Parece obligada la referencia a Ayotzinapa, aunque todo fue demasiado rápido, y no hubo de por medio ni explicaciones ni volantes.

No podemos evitar continuar parte de nuestro camino a Zacatecas, considerando cómo estas cuatro imágenes se funden en un caleidoscopio donde lo personal y lo político se entrecruzan, y lo narrado, vuelve –una y otra vez- a nutrir interrogaciones y revueltas sin fin.

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