El peso de las políticas del Estado sobre la economía es enorme. Una de las funciones del Estado es orientar y hacer posible que se produzca mayor riqueza y, también, que ésta se distribuya de tal manera que toda la población acceda a niveles óptimos de bienestar y calidad de vida. Las políticas que tienen como finalidad impactar en la equidad también tienen efectos sobre el crecimiento económico, ya que amplios márgenes de desigualdad impiden el crecimiento de la economía porque el poder de compra está colapsado. Las medidas para distribuir y hacer crecer la riqueza se cruzan y, en muchas ocasiones, se fusionan.
Si atendemos las causas del crecimiento económico, la base de apoyo de todas ellas se relaciona con la actuación pública, ya sea en sus aspectos fiscales, de regulación, o de impacto del gasto. La influencia más evidente es la que comúnmente se relaciona con las partidas de gasto en obra pública así como en inversión en capital, donde apoyos directos a la producción hacen posible la generación y circulación de riqueza.
También el gasto en transporte y comunicación tiene un efecto directo sobre la circulación de personas y mercancías y, esto a su vez, dinamiza el cuerpo económico como si de su sangre se tratara. Otro renglón del gasto público que impacta en forma determinante en la economía es la inversión en capital humano: sin la apropiación de saberes especializados la economía actual se paraliza.
Esta inversión es tanto en formación de personas que puedan mover la nueva tecnología que llega a dinamizar los procesos de producción, como en innovación propia. Esto último se conecta con la inversión en la llamada investigación y desarrollo (I+D). Por ello la insistencia de las Naciones Unidas de exigir que se gaste más del 1 por ciento del PIB en ciencia y tecnología, porque esto representa gasto estratégico para la salud económica de una nación.
También es importante la construcción de instituciones, acabar la corrupción y facilitar el funcionamiento de los mercados, pues son factores relevantes de impulso al intercambio de mercancías, y son claramente factores de crecimiento. Las mediciones de los costos económicos de la corrupción alcanzan cifras sorprendentes.
En México la corrupción cuesta más de 10 por ciento equivalente al PIB. La corrupción pudre la planta que engendra riqueza. También se pueden considerar muchos otros ámbitos, como derivados del gasto directo o del indirecto vía deducciones fiscales.
La política fiscal es un instrumento que estimula o apaga la creación de riqueza: si la tributación es onerosa puede evitar el ahorro y la inversión; y cuando son regresivos generan mayor desigualdad. Por ello es trascendental contar con esquemas fiscales adecuados a un crecimiento con equidad, pues el que actualmente tenemos en México es inequitativo y desestimulante. El debate en la reforma hacendaria que viene, será vital para el futuro de esta maltratada patria. Debate para lograr que el gasto público le sea fiel al desarrollo, y supere la actual situación de ruptura.
