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domingo, 19 mayo, 2024
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Sucesión 2024, el reto adelantado

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

La política, como la vida, se juega en equipo, y si en la segunda es tentador vivir priorizando los intereses individuales por encima de los colectivos, en la primera es mucho peor, sobre todo si lo que genera la participación en ella es algo ajeno a las ideas y convicciones. 

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Se aproxima la onda de calor político, como bien se ha dicho, y se concentra la atención pública en los aspirantes a la presidencia de la República que se postularían por Morena, por ser el partido dominante y la fuerza política que encabeza las encuestas. 

Con reales probabilidades de llegada se encuentran tres perfiles que se esmerarán en las próximas semanas a demostrar su cercanía y lealtad con el presidente Andrés Manuel López Obrador, y por lo tanto, su compromiso con el proyecto de nación que éste impulsó y que, de acuerdo a los ejercicios demoscópicos conocidos, sigue siendo la preferencia política mayoritaria. 

El reto mayor, en ese tenor, es para Marcelo Ebrard, hasta hace algunos años sucesor natural, pero, a quien le resulta como beso de Judas el ser visto como la opción más aceptable ¿conveniente?, para círculos contrarios a la cuarta transformación, incluso al grado de considerarlo candidateable si es que no logra hacerse del liderazgo en Morena. 

En un peligroso juego equilibrista, el aspirante se acerca a esos círculos y les tiene cortesías políticas que fortalecen esa idea, pero no deja de reafirmar su compromiso con la cuarta transformación y la lealtad demostrada en circunstancias similares anteriores. 

Esto se documenta con su declinación por López Obrador cuando competían ambos por gobernar la Ciudad de México, y posteriormente la aceptación en 2012, y 2018 de que la fuerza del tabasqueño era mayor, y por tanto sería éste el candidato presidencial. 

Su pasado priista (salinista incluso), y el intento de ser diputado por Movimiento Ciudadano en 2015 (cuando Morena ya se había fundado), en tanto Claudia Sheinbaum competía por Morena en sus primeras, y por tanto más inciertas elecciones, contribuyen a que se le lea como la opción menos radical. 

En contraste, ser la única “corcholata” (real) sin haber militado en el PRI, y su trayectoria en el activismo, la lucha social y el servicio público, hacen del perfil de Claudia Sheinbaum uno muy acorde con lo que pretende ser la cuarta transformación. 

Tiene además como ventaja, su condición de mujer, en un momento en el que el feminismo ha logrado notorias victorias jurídicas y culturales, y además del género, juega a su favor su prestigio como académica y científica, al grado de formar parte de un equipo ganador de un premio Nobel. 

Cierra la tercia Adán Augusto López, cuya eficiencia le ganó en tiempo récord la incorporación a la corta lista de presidenciables cuyo ingreso a otros les cuesta veinte años de visibilidad política en la capital del país.  

Su paisanaje con el presidente, y haber formado parte su historia de vida y lucha han logrado posicionarlo como un perfil que sí daría continuidad sin zigzagueos al proyecto de nación que impulsa la cuarta transformación. 

Le favorece también la disciplina con la que en 2012 hizo a un lado sus aspiraciones a gobernar Tabasco para priorizar a Arturo Núñez y en 2015 lo hizo también a favor de Octavio Romero en otro cargo. 

No obstante, y a pesar de sus habilidades, su llegada a las grandes ligas es reciente, y quizá ello podría perjudicarle en un primer momento debido al lamentable y chatísimo centralismo que domina la política. 

La eficiencia, capacidad y liderazgo de los tres aspirantes es reconocida incluso entre sus opositores. Las cualidades individuales que harían de cualquiera de ellos un buen candidato o candidato han pasado a segundo término por que la fuerza electoral que los impulsa puede darse el lujo en este momento de prescindir de los atributos banales que en otros momentos han sido fundamentales. 

Esto no significa que no haya reto, sino por el contrario, que éste se adelantó y en lugar de estar en el 2024, está en el presente, y superarlo implica necesariamente que se priorice el proyecto colectivo por encima de las legítimas aspiraciones individuales. 

Quien demuestre la capacidad de hacerlo logrará la legitimidad necesaria para encabezar la continuación de la transformación y el reto mayor que hasta ahora parece imposible: la de fortalecer el llamado “obradorismo” pero después de López Obrador. 

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