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sábado, 27 abril, 2024
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Maestro

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT • admin-zenda • Admin •

Para la Maru (“La Catito”), en sus treinta años de servicio. Educadora que educó con amor a sus párvulos y se ganó su cariño.

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Como un elemento más de la superestructura social, el oficio primero, carrera o profesión de maestro después, ha correspondido en la historia a la formación social o modelo de sociedad según el país de que se trate.

Sabido es que los maestros en la antigüedad clásica tuvieron la condición de esclavos. Se les trataba como criados y sirvientes del Señor al que servían instruyendo y educando a su prole o familiares cercanos o a los niños hijos de sus amigos cercanos o de personas dependientes de ellos. En la sociedad estamental feudal en donde el saber radicaba en las iglesias y correspondía a los clérigos su monopolio, no por nada las universidades tuvieron su origen en las catedrales; sobre todo en la baja edad medio formaban parte de la servidumbre y el grado de maestros correspondía a la calificación que tenían en cuanto a la instrucción y transmisión de los preceptos morales. El de maestros era un gremio más. Con la modernidad, marcada por la Francia burguesa que con su revolución echó por tierra al ancian régimen, en plena ilustración y el siglo 19, el maestro sería conocido como preceptor. Instruía en conocimientos a la niñez y juventud, pero sobre todo los educaba con preceptos de moral cristiana a los que se sumaron los de moral cívica.

La palabra maestro es un concepto polisémico que abarca varias definiciones. Proviene del latín magister, “muy principal o perfecto”, Connotación cuya vara está muy alta para nuestros tiempos pensando en la relatividad y casi imposibilidad de la perfección.  Por lo que hace al trabajo que desempeña acompañando en su aprendizaje a niños y jóvenes; la palabra maestro tiene que ver con el sujeto que enseña una arte o ciencia y tiene entre sus sinónimos las categorías histórico sociales de ayo, dómine, catedrático, pedagogo, preceptor y hasta pasante.

Maestros los hay de diferentes tipos y sus diferencias en los saberes que dominan son de naturaleza y de grado, dependiendo del nivel y disciplinas en las que se desenvuelven. Aquí voy a referirme en estas notas al tipo que ha resultado más común y paradigmático en la historia de la humanidad; el maestro de primera enseñanza o de educación primaria que es el más predominante y del que la mayoría de los alfabetizados a excepción de los autodidactas y talentos abrevaron las primeras letras. Los más de los sujetos pudieron no haber acudido al preescolar o no haber continuado con la secundaría y niveles educativos superiores, pero no se escaparon de pasar por una escuela primera.

Antes era un  lugar común decir que el verdadero maestro lo era por vocación. Que se nacía para ser maestro. Sin embargo, conforme fueron desarrollándose más las sociedades y aumentando los conocimientos, la vocación sin que desapareciera del todo y en todos los casos, fue trocada por la profesionalización. Lo que implicaba un mayor esfuerzo, dedicación y disciplina para instruirse primero y enseguida trasmitir los conocimientos adquiridos a los educandos.

En México sobre todo en las primeras décadas del periodo independiente abundaron los maestros “ciruela” aquellos que de acuerdo con un conocido refrán era todo aquel “que no sabía leer y ponía escuela”. Maestras analfabetas las hubo en gran número a cuyo cuidado ponían las madres sobre todo a sus hijas y párvulos para que por lo menos les inculcaran los preceptos religiosos y actividades de costura y bordado en el caso de las mujeres. Quienes tenían un nivel cultural equivalente al del promedio de sus pares varones, como estos instruían las primeras letras que además de religión con el ramo de moral, enseñaban lectura, escritura y aritmética básica.

Con la aparición de las primeras escuelas normales y la adopción de nuevos métodos y filosofías de enseñanza, el antiguo preceptor pasó a ser profesor. Desde entonces se la ha exigido al maestro preparación, capacitación y actualización en los saberes que debe dominar y que sus alumnos deben reflejar en la adquisición de lo esencial de estos.

Por eso es que la reforma educativa que hoy se está aplicando en México cuyo cumplimiento está instrumentado por la Ley del Servicio Profesional Docente (LSPD), descansa en las evaluaciones que se realizan a los maestros de los niveles de educación básica básica y media superior.

Por cuestiones de espacio se debe dejar claro que la reforma educativa neoliberal impuesta como parte de la globalización que hasta ahora solo ha mostrado su rostro laboral y punitivo para aquellos maestros disidentes e inconformes que no aceptan ser evaluados  y por ello son separados del servicio y los que no resultan idóneos que no demuestran tener los dominios que se les piden para ingresar al servicio, o bien los que resultan como insuficientes y que requieren de cursos obligatorios de actualización son presas de la susodicha reforma. Esta reforma educativa no es nueva ni única. Pues por lo menos desde la segunda mitad del siglo pasado según sostiene Vincent Lag para el caso de Francia (E. Tenti, 2006: p. 71), los docentes se vienen enfrentado en México y otros lares con reformas que tienen que ver con nuevas condiciones de escolarización, cambios técnicos y nuevas formas en la organización y gestión de las instituciones escolares. Quizá lo nuevo en nuestro país consiste en que se trae a los profesores a raya con las evaluaciones, cuando se les debió de actualizar y capacitar antes de examinarlos. ■

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