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jueves, 9 mayo, 2024
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El calor nuclear

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

El 6 de agosto de 1945 estalló, al final de la segunda guerra mundial, una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, Japón. La bomba fue arrojada desde el avión “Enola Gay” por órdenes de Harry Truman, presidente de los Estados Unidos. El 9 de agosto se lanzó una segunda carga atómica sobre la ciudad de Nagasaki, Japón, –fundada en 1571 por navegantes portugueses- desde el bombardero “Bockscar”. El lugar común es decir que se abría una nueva era, lo difícil es cartografiar las ansiedades que esa nueva era suscitó en una posguerra caracterizada por el crecimiento económico y la guerra fría. Quizás uno de los nodos de la tupida malla cultural que esa nueva era tejió sobre la sociedad norteamericana se resuma en el libro “On Thermonuclear War” Princeton (1960) de Herman Kahn, analista de la corporación RAND. En esa obra se manifiestan los principales métodos y esquemas de pensamiento de lo que se puede denominar –siguiendo a Sharon Ghamari-Tabrizi “The Worlds of Herman Kahn” Harvard (2005)- la “ciencia intuitiva” de la guerra termonuclear desarrollada por los analistas de RAND para la fuerza aérea de los Estados Unidos. Esa “ciencia intuitiva” quería ser ciencia antes que intuición, porque tenía el objetivo político de desplazar a los viejos analistas militares para los que la experiencia obtenida en su participación directa en las guerras y la diplomacia era el punto de partida del análisis. Pero para los pensadores de la corporación RAND la ciencia de la guerra termonuclear no era algo en cuya evaluación la experiencia tuviera algún lugar. Primero, porque nadie poseía tal experiencia, ya que era algo radicalmente nuevo en la historia humana. Y segundo, porque constituía una realidad tan compleja que debía ser manejada por medios novedosos, inaccesibles a los viejos militares. El concepto que puede englobar el uso de la teoría de sistemas, la versión teatralizada de la teoría de juegos, que en RAND denominaban “juegos de guerra”, o la aplicación masiva y sistemática del método de Monte Carlo era “simulación”. La guerra termonuclear, esa realidad de la que nadie poseía experiencia, se podía comprender desde la simulación. Sin embargo no existían parámetros para llevar a cabo una secuencia univoca de simulaciones porque no había precedentes, los datos que se poseían se reducían a pruebas controladas en lugares aislados y a dos ataques sobre Japón. Por lo tanto todo debía ser simulado, todas las situaciones posibles, y algunas imposibles. Así que de manera inevitable esa ciencia de la guerra termonuclear se deslizó por los ambiguos corredores de la “intuición”, porque cada uno de los innumerables escenarios del conflicto, de sus causas, desarrollo y finalización, se basaba en las habilidades del analista de interpretar y dar coherencia a datos incompletos y probablemente falsos. El ejemplo claro son los capítulos del VII al XII, en el libro ya citado de Kahn, donde se discuten los pormenores de las guerras mundiales de la I a la VIII, tomando por fundamento las simulaciones realizadas con el método Monte Carlo. ¿Por qué preveía tantas guerras?, porque ya en los capítulos del I al III había discutido las probabilidades de que los Estados Unidos sobrevivieran ante los ataques del enemigo comunista, y había concluido que si bien sus capacidades operativas se verían drásticamente reducidas, podrían sobrevivir con un daño aceptable de 100 millones de muertos y una reducción en la esperanza de vida de 10 a 15 años por parte de los sobrevivientes. Una situación dura, pero no catastrófica, que Kahn adecuadamente describe: “…yo pienso que cualquier individuo que sobreviva a la guerra deberá estar dispuesto a aceptar, casi con ecuanimidad, riesgos más grandes que aquellos a los que sometemos a nuestros trabajadores industriales en tiempos de paz” op. cit. p. 42.

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Es un error de juicio creer que estás doctrinas, en particular la de modelar todos los escenarios posibles y algunos imposibles, no ha tenido impacto en la política norteamericana. De hecho el planteamiento realizado por el secretario de defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, el 6 de junio de 2002 -argumentando que, aunque no había pruebas contundentes de la posesión de armas de destrucción masiva por parte de  Saddam Hussein, eso no demostraba que no las tuviese- se hizo dentro del conjunto de parámetros reconocibles en “On Termonuclear War”, y el pensamiento estratégico desarrollado en la corporación RAND. La “guerra contra el terror” de George W. Bush se enfrentaba a un enemigo que estaba en todos lados, que podía atacar en cualquier momento de manera inesperada, por lo que prepararse contra él implicaba militarizar la sociedad y suspender los derechos civiles. Esto sonaría lejano para todos los mexicanos, pero la “guerra contra el narcotráfico” de Felipe Calderón se movió en esos parámetros operativos: los 120 mil muertos de la guerra contra el narco son “aceptables”, la presencia constante de militares en las calles es “benéfica”, la violación de derechos constitucionales es “irremediable”. Tal es la nueva era que abrió la explosión de la bomba atómica. ■

 

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