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domingo, 19 mayo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Las horas oscuras

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Así como creo en la hoja en blanco, creo en las horas oscuras, las horas de silencio. Veo a la opacidad, más que como a algo calamitoso, como algo oportuno. Es el escenario ideal para poner lo nuevo, para replantear, para iniciar de otro modo, de mejor modo. Adoro el dolor en tanto purifica, adoro el error en tanto que hace que toque las planicies de mis párpados que creía plegados.

Creo en las horas oscuras tanto como creo en mí, como aún creo en los humanos. Creo en el espíritu del Fénix que permite el renacimiento caluroso, con esa temperatura que permite remoldear, que permite reescribir y nos otorga patente de corso para no atarnos a un pasado por el que otros insistir en definirnos.

No soy el mismo siempre, claro, ni permito que siempre sean mis objetivos ni mis quereres quienes me definan. Amo la lucha porque me permite estar, vivir y amar con toda mi fuerza. Amo el cansancio porque me permite coronar delirios con alguna pausa, pero también evaluar la eficacia de mis cantos. Amo las horas oscuras, el despertar a las cuatro treinta de la madrugada y escuchar el tenue y lejano grilleteo, el perfil de un viento manso, el roce de la inmensidad de un cielo azabache clavado desde arriba con minúsculas espuelas estrelladas.

Yo soy pequeño en medio de tal espectáculo que pocos vemos. Las horas oscuras y su silencio están destinados para privilegiados. Así quiero pensar, así quiero hacer mía la consideración. A fin de cuentas, el orbe es del tamaño que uno juzga.

Me declaro súbdito de las horas oscuras, del tecleo apresurado, casi tropezante, y el rechinar en esta silla de madera. Me declaro súbdito de la grandeza y de las puertas abiertas, y de la magnificencia de los que saben apoyar a sus semejantes y de la majestuosidad de los que se dan a los que no son sus semejantes.

En el filo de las 5 de la mañana, se escucha entre estos ranchos no el sonido de los gallos sino un rebuzno perdido. Se aplaca y prosigue el grilleteo discreto; el silencio, como agua que se repara tras la caída de una piedra, retoma su consistencia. Amo el vacío porque permite que me asome al interior, amo la propia confrontación, amo al amor.

Amo regresar después de dar lo que uno creía que es todo, porque es entonces cuando empieza a darse el verdadero nacimiento de todo. Amo comprender que soy finito y que al asumirlo comienzo a apuntar hacia la infinitud. Amo volcarme bajo cada eclipse y poner a prueba el fuego que me forma.

 

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