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viernes, 26 abril, 2024
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Propuestas utópicas en la época neoliberal

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Hacia principios de los años 1980, el panorama académico de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) no era muy halagüeño. No contaba con personal de nivel doctorado, el 82.8% de su personal tenía licenciatura, mientras que el 7.0% poseía formación de maestría. Había un número indeterminado de pasantes y quizá unos pocos sin concluir la preparatoria. La pregunta, para los tomadores de decisiones, consistía en ¿cómo cambiar ese estado de cosas?, ¿hacia dónde encaminarlo? Quizá alguien en la UAZ pensó que la situación no era sostenible porque imaginaba que la investigación debía realizarse de acuerdo con el modelo norteamericano. Otros reflexionaban, tal vez, que se debía desarrollar un modelo propio, cuyo fundamento podría ser el compromiso con las masas campesinas y trabajadoras, con una teorización de corte marxista-leninista-maoísta. Con independencia de lo que sea que pensaran los universitarios, no sólo de la UAZ, sino de todas las universidades estatales, el cambio ya estaba en ciernes. Se concretó el 26 de julio de 1984 con la creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y la implantación, a nivel nacional, del sistema de Transferencias Monetarias Condicionadas (TMC). Mediante este sistema de incentivos se reconfiguró la planta docente de todo el país, a un nivel quizá no pensado por sus diseñadores. Junto a esta reforma se hicieron otras en el mismo sentido. Si durante los 1970 transitar por los niveles salariales de las universidades requería dejar pasar el tiempo, para los 1980 se exigió poseer títulos para aspirar a un incremento en los emolumentos mediante un “reglamento académico”. Tal estrategia es una variante de las TMC cuyo alcance es incluso superior a la política definida por el SNI, ya que éste sólo cubre a una masa ínfima de académicos, mientras que los reglamentos académicos los condicionan a todos. Ahora bien, si ya está claro cómo se dio el proceso de reforma universitaria, queda por esclarecer el hacia dónde se encaminó. Según se lee en las conclusiones del artículo “El Sistema Nacional de Investigadores: ¿espejo y modelo?” (Rev. educ. sup. v. 46, #184, 2017) de Manuel Gil Antón y Leobardo Eduardo Contreras Gómez, los efectos de las TMC son un tanto diferentes respecto de las ciencias naturales y sociales. Para éstas representó la implantación de un modelo de ser investigador, de hacer investigación y de reportar los resultados de ésta. Mientras que para las “ciencias duras” significó “continuidad en el ethos clásico de la tribu”, es decir: en esa área se continuó con un modelo ya establecido. Esto indica una “uniformización” de las diferentes comunidades académicas, en particular de las ciencias sociales. Si se remite esto a la UAZ, como especulación un tanto provocadora, implica que el estilo de hacer investigación de los 1970, dirigido al trabajo con las personas (invadir predios, organizar movimientos sociales, buscar cargos de representación popular, apoyar políticos), quedó estructuralmente ocluido porque la idea de generación y utilización del conocimiento que se implantó es del todo diferente. Se puede decir de aquel universitario de los 1970, que imaginó una universidad más del tipo de las norteamericanas, con doctores que publican artículos en revistas de alto impacto, organizan congresos, escriben capítulos de libros, que hoy estaría medianamente complacido con las acciones del gobierno federal. ¿Cuál es la paja en el modelo presente? La necesidad de publicar no se corresponde con la capacidad de generar ideas. Algunas personas generan muchas; otras, pocas, por lo que sería natural que algunos acaparasen los altos dineros de las TMC por largos periodos mientras que otros apenas podrían aspirar a los niveles bajos del SNI, por un tiempo. Así que no es infundado sospechar que podrían diseñarse “atajos” para publicar artículos. Más aún, quizá la abundancia de recursos dirigidos hacía la investigación no tengan como retorno mayores capacidades innovativas, sino la morosa reiteración de lo ya conocido o desarrollado. Tal es la conclusión de un estudio de Michael Park, Erin Leahey y Russell Funk titulado “Papers and Patents are becoming lessdisruptive over time” (Nature, v. 613, enero, 2023). Lo primero que señalan estos autores es que en varios campos de la actividad intelectual es notoria la reducción en capacidad disruptiva de la investigación (mencionan dos: la teoría y tecnología de semiconductores y la farmacia); después definen una serie de indicadores para medir el grado de novedad de la investigación a lo largo de varios campos de conocimiento. Finalmente, proceden a descartar una serie de posibilidades producto de sesgos en las métricas utilizadas. Ante esa situación arrojan una hipótesis con capacidad de explicar la situación. Al parecer, el crecimiento del conocimiento, medido en cantidad de publicaciones científicas por año, es tan grande que los científicos restringen cada vez más su revisión del mismo. Usan sólo las partes en las que son especialistas. Y no sólo esto, la bibliografía que utilizan incluye sólo los artículos y patentes más citados, así como citas a su propio trabajo. ¿Se podía esperar otra cosa si las citas contribuyen a la fama, el prestigio y la continuidad de lo mismo? La propuesta para remediar este estado de cosas es que los investigadores lean más variado y tengan tiempo para pensar. Buenas ideas cuando en la UAZ ya no hay sabáticos y los docentes sufren sobrecarga de clases.

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