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sábado, 18 mayo, 2024
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Editorial Gualdreño 560

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Llegué a esta ciudad en 1987. Vivía en aquel entonces en la calle Genaro Codina, en pleno centro de la ciudad que ese año era un lugar más que tranquilo. La ciudad estaba iluminada solo por faroles, no tenía esas luces escenográficas que ostentan ahora sus principales edificios y reinaba un ambiente cálido de provincia. Estudiaba en Guadalupe, por lo que, de regreso al centro, después de las muchas actividades de la escuela, las amigas con las que vivía y yo acelerábamos el paso cuando la tarde estaba cayendo para que no nos sorprendieran las 8 de la noche; primero, porque era la hora límite que teníamos para llegar y alcanzar la cena y segundo, porque en esos tiempos contaba la leyenda que “se aparecía un vampiro que habían encontrado cuando reparaban el Hotel Reina Cristina”; corríamos entonces por esas bellas calles silenciosas, temerosas de las monjas que nos asistían y del vampiro -las dos cosas nos causaban miedo y todavía no sé cuál de ellos era mayor-.

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Esos eran los miedos que teníamos hace poco más de treinta años; en realidad no había motivos para sentir inseguridad, lo del vampiro era hasta divertido. En esa misma época inició el Festival Cultural de Semana Santa, cuyo escenario principal era Plaza de Armas teniendo como fondo la portada lateral de la catedral. Quienes asistíamos éramos principalmente los habitantes de la ciudad y la zona conurbada, los turistas apenas empezaban a llegar porque la noticia de que la programación del festival era de calidad comenzaba poco a poco a difundirse. Pocos eventos eran gratuitos, para asistir se tenía que pagar boleto y nadie protestaba. Cuando los conciertos y las obras de teatro terminaban, prácticamente se acababa el ruido, porque tampoco había bares ni restaurantes que cerraran tarde, solo unos cuantos y eran para “los mayores”.

Luego, la programación de cada festival fue dependiendo de las administraciones en turno… hubo de todo, desde lo grandioso a lo grandote; dejaron de cobrar en los conciertos al aire libre, cada vez había más gente, más ruido, más luces, más bares y restaurantes, más atractivos para quienes nos visitan, más turismo… pero, desde hace años la situación cambió paulatinamente hasta llegar a la realidad de ahora. Los miedos crecieron también con el paso del tiempo. Haya festival o no, nuestras calles últimamente suelen estar igual de solas como cuando le temíamos al vampiro del hotel. La desolación crece y pareciera que la desesperanza también; pero en el ánimo también debe de influir la responsabilidad compartida.

Hace poco compré, en la librería El Árbol, una joya: el libro Zacatecas. Civilizadora del Norte, de Daniel Kuri Breña, editado por primera vez en 1944, y en él habla de Zacatecas así: “Vivimos en el centro geográfico del país y deberíamos tener ya una estrella de buenos caminos. La ciudad merece ser más visitada y mejor conocida. Pero Zacatecas ha tenido tuberculosis económica. Nuestra turbulenta vida pública le ha dejado cicatrices y traumas. Ha sido víctima ilustre de persecuciones y sectarismos. A veces mira con ojos lánguidos la inercia, la incuria, la incomprensión de sus hijos, y contempla, con mirada mortecina, su casi fatal decadencia; su pobreza, su abandono, su olvido. A veces parece más resignada a que la consideren los extraños más como un mito y un recuerdo histórico, que como una realidad con vida propia y con futuro progresista”.[i]

Leí lo anterior y me sorprendió la coincidencia con lo que vivimos ahora. ¿Es que nada ha cambiado en 79 años? Por supuesto que sí, lo que padecemos actualmente es parte del proceso y como en aquel entonces ocurrió también pasará que recobraremos la confianza, la alegría y la paz. El mismo Daniel Kuri Breña continúa y con esto termino: “Mientras todo esto se realiza, mientras alcanzamos el ideal que siempre debemos perseguir, de aprovechar fecundamente los recursos naturales, de conseguir sabiduría, firmeza y decoro en la autoridad, y conciencia vigilante, orgánica, cuidadosa y decidida en la sociedad, tenemos multitud de tareas mínimas, valiosas y significativas, que puedan llenar nuestra vida. Habrá siempre algo que hacer para que la familia, cada familia de Zacatecas, sea más feliz, viva más segura, más cómoda, más respetada y respetable”.[ii] En El Árbol quedó un ejemplar a la venta de la primera edición de este libro, por si es de su interés.

Que disfrute su lectura.

 

Jánea Estrada Lazarín

[email protected]

 

 https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra560

 

[i] Kuri Breña, Daniel, Zacatecas. Civilizadora del Norte, pequeña biografía de una rara ciudad, ilustraciones y capitulares de Francisco Moreno Capdevila, Segunda Edición, Imprenta Universitaria, UNAM, Ciudad de México, 1959, p. 126.

[ii] Ibid., p. 127.

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