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domingo, 19 mayo, 2024
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Ética para todos

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Por: Carlos E. Torres Muñoz • admin-zenda • Admin •

Cuando se habla o escribe sobre ética, se corre el riesgo de suponer que quién lo hace debe tener, cuando menos, la suficiente solvencia moral para exigir. Quizá por eso sea tan complejo hoy tratar de abordar el tema: lo cierto es que nadie esta librado tropiezos en ese terreno. Comenzando por la propia delimitación del terreno, que es subjetivo la mayor de las veces, prejuicioso para la oportunidad conservadora, permisivo para los corruptos.

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Pero si partimos de la aceptación de que en general todos requerimos hoy de una revisión objetiva y sin concesiones de nuestra conducta pública, sea más fácil. No partir de la nada efectiva clasificación entre bandos, de los buenos y de los malos, sino de uno solo, el de nosotros, en el que todos somos erráticos, unos más que otros, podamos empezar por resolver sin mayores conflictos nuestros dilemas valóricos.

La ética, ese término (de pronto cliché), constante en discursos, juramentos, conversaciones y debates. Aunque hoy los más exhibidos son los miembros de la élite política en México, pareciera ser que nadie se escapa, y no es justificación, ni apunta a deshonrar a nadie, sino a poner en la justa dimensión de sospechosos a todos, sin que esta condición nos deba ofender, sino invitar a la contradicción, a la muestra de inocencia.

De arriba hacia abajo y viceversa, no parecemos gozar como sociedad, en cada una de nuestras instituciones de un voltaje de valores que nos identifique por su cumplimiento. El “gandallismo”, expresión sub-cultural que se niega a desaparecer, y que al contrario, encuentra reproducciones en las actitudes de no pocos actores públicos, nos confronta con la falta de incentivos para concebir a la ética como una actitud de ventajas.

Hoy, ante la decreciente confianza en las instituciones y la clase política, pareciera suponerse que los únicos que requieren de ética, con emergencia, son quienes están en la vida pública como actores relevantes. Aquí comienza el error. Disculpar a cualquier miembro de nuestra sociedad, por su rol, es preocupante.

Recientemente han aparecido notas sobre la falta de ética hasta en las universidades, públicas y privadas. Relacionadas con distintos hechos, han demostrado que tampoco gozan de un rígido sistema de valores que tenga vinculación directa con sus decisiones y acciones como instituciones superiores del saber.

Nadie se queda atrás pareciera. De eso se trata, de aceptar que nos falta construir como sociedad una cultura de la ética, en la que coincidamos, con valores que sean universalmente aceptados, o con un alto grado de consenso (aunque dudo que alguien pueda disentir de la necesidad de ser honesto, podría haberlos). No de una “moral común”, sino de una ética comunitaria, de un sistema de valores, que partiendo de la tolerancia, la inclusión, el respeto y la libertad, abarque aspectos tanto públicos como privados de nuestra conducta. Que permita que ese mínimo cuerpo de principios, lo llevemos a cualquiera que sea el rol que ocupemos o juguemos.

Se trata no solo de reglamentos, leyes, códigos o normatividad que nos obligue. Éste es un asunto principalmente de concientización, de asumir la responsabilidad de las consecuencias que tiene el no ser ético.

Sin embargo, es una cuestión de permanente esfuerzo, colaboración y de fijar una estratégica innovadora, creativa, que permita a todos indignarnos externa e interiormente, que nos lleve a la movilización pública, pero también a la meditación privada.

Recientemente la organización internacional Oxfam ha realizado un trabajo de investigación que expone el caso de los doce mexicanos más pobres; con ello evidencia el grado de desigualdad y la problemática propia que viven dichas personas.

En el caso que nos ocupa, y en el afán de suponer que no es la corrupción y sus consecuencias un hecho del que se tenga pleno conocimiento en el interior de quién la comete, sino que tiene un elemento inherente de, en términos de Hanna Arendt, de banalidad, se podría hacer algo similar en el caso de las consecuencias de la corrupción: exponer el accidente causado por la mordida que permitió a un alcoholizado continuar su trayecto; mostrar el sufrimiento del niño que sin medicamentos sufre alguna enfermedad y cuyo recurso para ser tratada termina en otro lado; la consecuencia de una concesión mal habida y su pésima calidad, así como la repercusión de esto para todos, entre otros casos.

No se trata de maximizar el morbo, pero sí de utilizarlo como medio de concientización. La corrupción también mata, estoy seguro, por negligencia, ineptitud, ausencia del Estado, incumplimiento de derechos, falta de recursos, inconciencia…. Etcétera. ■

 

@CarlosETorres_

*Miembro de Impacto Legislativo, OSC

parte de la Red por la Rendición de Cuentas

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