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jueves, 9 mayo, 2024
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Saber distinguir, y posdata provocadora

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Por: Mauro González Luna •

Ruego a mi desocupado y amable lector, un pequeño esfuerzo al leer este artículo, cuyo tema es, en principio, árido, pero de enorme trascendencia teórica y práctica, y al final, fecundo, como verás seguramente. Hay actualmente una inclinación a no distinguir nada, a uniformar, igualar, homogeneizar sujetos, cosas, acontecimientos, direcciones filosóficas y políticas. En lugar de hacer distingos entre ellos, se empareja, se uniforma todo, se eliminan matices y diferencias.

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Dicha tendencia implica una economía de recursos pensantes que desfigura la realidad, que mutila la pluralidad, la variedad de seres, la heterogeneidad del universo; es un atajo comodino que contraviene la naturaleza de las cosas. Es una forma de simplificación arbitraria que elude todo esfuerzo mental, pues hacer distingos exige observación, talento, prudencia. 

Saber distinguir, saber reconocer diferencias legítimas entre las cosas, es signo de inteligencia y cultura; igualarlo todo es sinónimo de barbarie, pobreza intelectual, arbitrariedad. Distinguir es algo eminentemente racional: comprender la riqueza multicolor y complementaria de las cosas, que, aisladamente no se aproximan a la plenitud, por ende, no es discriminar, es dar a cada cosa su lugar, su equivalencia, su valor propio e indeclinable, para que cumpla su finalidad, su función natural.

Lo que es reprobable es no distinguir entre diferencias legítimas e ilegítimas; es no reconocer y no combatir las diferencias injustas: las que resultan de la terrible desigualdad social entre unos pocos que detentan riquezas inmensas y unos muchos, millones y millones en la miseria; las que surgen del racismo, de la inhumana discriminación entre migrantes ricos y pobres; las generadas por falta de oportunidades laborales para mujeres y personas no jóvenes en empresas y gobierno, y por las desigualdades en materia de salarios.

En filosofía, en derecho, en la vida, el saber distinguir es crucial para dar en el clavo, para acercarse, para atisbar la verdad y lo justo. Hay que distinguir entre naturaleza, cultura y su interrelación, entre lo uno y lo múltiple, entre ecología integral y ambientalismo como «religión» panteísta anticristiana, entre un animal no racional y el ser humano y la altísima dignidad de este último, hecho a imagen y semejanza de Dios, entre el bien y su ausencia: no todo es malo, ni todo es bueno; no todos los hombres son violentos y violadores, ni todas las mujeres, santas e incorruptibles.

Hay que distinguir entre un hecho y un acto jurídico, entre una persona física y una moral, entre un contrato y un testamento, entre un delito y una falta administrativa, entre una concesión y un permiso, entre un verdadero derecho humano y una patraña de supuesto derecho como el de abortar o decidir el «género» a capricho, es decir, decidir ser ¡hombre o mujer!

Distinguir, diferenciar, no es algo arbitrario como el discriminar, sino racional y fecundo: es saber ver, oír, palpar la riqueza inconmensurable y complementaria de las cosas. Solo un dios no necesita de nada ni de nadie porque es la unidad, la plenitud absoluta. La uniformidad en todo produce hipertrofia mental, desencanto, naufragio cultural y aburrimiento vital.

Entre mujeres y hombres hay igualdad en dignidad y oportunidades, pero diferencias legítimas de naturaleza: corporal y psíquica. Desconocer esa realidad a través de ilusionismos ideológicos, de sofismas carentes de toda base racional y científica, equivale a una injusticia, a vulnerar la naturaleza humana con hormonas y mutilaciones, a envilecer la cultura que es obra humana aunada a la naturaleza, a confundir la mente de inocentes con alevosía, a destruir el reducto de libertad que es la familia auténtica con fines de control y dominación, a no darle lo suyo a cada mujer, a cada varón, a los dos en su complementariedad, a su descendencia. 

Es racional distinguir entre un líder como Gandhi y un demagogo como tantos de hoy; entre un ladrón que roba un pedazo de pan para comer porque está hambriento, y uno que roba millones por su cargo político y cuya panza es rebosante; entre uno que miente para salvar una vida inocente y uno que lo hace sistemáticamente para engañar a un pueblo entero; entre un hombre paralítico que requiere de una silla de ruedas y una mujer sana que no la necesita; entre un anciano varón y una niña bebé: el desear equipararlos en su momento, según la ideología de género, es locura, aberración intolerable. 

Hay lugares puritanos en la tierra, por ejemplo, que se rasgan las vestiduras por una mentira piadosa, pero que aplauden la invasión de un país, como Irak, causando terror y muerte. O se horrorizan por la muerte de focas, pero celebran con estruendo que se aborten inocentes: algo insólito.

En materia de direcciones político-filosóficas, hay gran confusión por no saber distinguir. Hay un tipo de izquierda genuina que defiende a los migrantes, a los pobres, a los discapacitados, a las mujeres vulnerables, a la hipoteca social de la propiedad privada que exige multiplicarla y no concentrarla en unos pocos; y que, por otra parte, reprueba el aborto y la concomitante ideología de género por contrariar la razón. Es un tipo de izquierda solidaria de raíces evangélicas.

Pero a dicho tipo de izquierda se la confunde arbitrariamente con el tipo de la derecha o la ultraderecha «antiprogresistas», precisamente por estar contra el aborto y tal ideología, ¡sin importar que luche esa izquierda genuina por la justicia social, por la solidaridad, por el Bien Común! 

Hay otro tipo de izquierda embozada, que, en la práctica, ni defiende a los migrantes, ni cambia las estructuras injustas por medio de políticas públicas redistributivas con impuestos a la riqueza excesiva, por ejemplo; y que, por otro lado, promueve un anacrónico e ineficaz capitalismo de estado en mezcla con uno selectivo de cuates empresarios y con dádivas electoreras, así como el aborto y su multimillonario negocio farmacéutico, y la ideología de género, sucedáneos de la justicia social traicionada. Esta izquierda embozada en realidad es una impostura.

Y hay un tipo de derecha: neoliberal, militarista, anti migrante, racista, que defiende un capitalismo sin límites, el aborto y la ideología de género, como es el caso del que aplica el gobierno decadente e hipócrita de Biden, que se las da de muy católico. Por ello, hago votos porque la candidatura demócrata a la presidencia de ese país recaiga en una persona que defienda la vida del concebido no nacido, la ecología y la justicia social; que venza con tesón a la droga cuando joven y huérfano de padre, como Robert F. Kennedy, Jr., hijo del inolvidable Robert F Kennedy, asesinado en 1968, cuando aspiraba a la presidencia, y de Ethel S. Kennedy, mujer valiente, de 95 años, defensora de los derechos de migrantes y trabajadores. 

Y existe otro tipo de derecha que está contra el aborto y la ideología de género, pero el cual, contradictoria y desconcertantemente es ultra capitalista y anti migrante, como en el caso del trumpismo y sus émulos en el mundo.

Por no saber distinguir y por uniformar las cosas desiguales, el criterio arbitrario, discriminatorio que se utiliza para ubicar a una dirección política-filosófica en la izquierda, la derecha o la ultraderecha, es el de estar a favor o en contra del aborto y la ideología de género, al margen de todo lo demás, de la lucha o no por la justicia social, por el «cambio de fortuna», por los principios básicos de la Doctrina Social Católica: el de solidaridad o justicia social, y el de subsidiariedad o pluralismo democrático de los organismos intermedios.

Si se está a favor del aborto y la tal ideología, entonces, se trata de una dirección supuestamente «progresista». Equivale ello al envilecimiento de las palabras, convertidas en meros instrumentos de manipulación sin contacto alguno con la verdad de las cosas.

Es tiempo del «cambio de fortuna», de los desalojos de ideologías perversas y de sus secuaces; es tiempo de aprender a distinguir para volver a contemplar la verdad de las cosas, su pluralidad, su riqueza heterogénea y complementaria; para volver a ser inteligentes, justos y verdaderamente libres.

Dedico este artículo con afecto a la memoria de mi amigo y alumno Francisco de la Peza Berríos, hombre de bien. Descanse en paz.

Posdata provocadora: la oposición toda debería abstenerse de participar en la elección presidencial, como acto de resistencia civil ante el mundo, al no haber piso parejo, ni equidad ni respeto a la ley, gestándose ya una elección a modo. La tarea: concentrarse en la elección del Congreso para tener mayoría, ser contrapeso democrático y baluarte de libertades del pueblo.

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