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sábado, 18 mayo, 2024
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Lo que dicen los muertos: entrevista a Carmen Boullosa

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA • admin-zenda • Admin •

(primera parte)

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La charla transcurre en medio de las imaginarias vías de un tren donde viajan los muertos. Es una de las tantas observaciones que me hace Carmen Boullosa: “Ana Karenina no se suicida; cae a las vías del tren por descuido”. Hablamos de su última novela, El libro de Ana (Alfaguara 2016), un ejercicio narrativo de intertextualidad entre la creación novelesca de Carmen y la famosa heroína de la novela del gran maestro ruso León Tolstoi.

Supongo, Carmen, que estas preguntas tan de lugar común de “¿cómo escribiste la novela?”, “¿en qué te inspiraste?”, “¿cuánto tiempo te llevó?”, ya las debes tener memorizadas, así como las respuestas; mejor cuéntame ¿cuál crees que sería la opinión si en estos momentos, haciendo como un gran acto imaginario, viviera León Tolstoi y leyera El libro de Ana?

“Yo he jugado de alguna manera con esa imaginación que señalas porque tengo muchas supersticiones de las que no me avergüenzo, y una es que cuando uno muere continúa el diálogo con los que admiró en vida o con los que quiso. Por ejemplo, mi madre murió cuando yo tenía 15 años, y muchas veces he pensado: ‘cuando la vea, ¿qué va a pasar?’”.

Cuando se dé ese encuentro…

“¡Ya sé que es imposible!, pero por eso use la palabra ‘superstición’: es un convencimiento, no me cabe la menor duda que cuando yo me pare al otro lado voy a ver a mi mamá a los ojos y va a ser un encuentro ¡muy difícil!; con mi abuela materna va a ser un encuentro precioso; con mi padre otra vez va a ser un desencuentro; en mi superstición tengo encuentros con muchos escritores y así es como he llegado a mi encuentro con Tolstoi”.

De quien además eres una gran admiradora…

“De adolescente leí a Dostoievski y no a Tolstoi. Y lo que yo quería era a Dostoievski; aunque sí leí La Guerra y la Paz la verdad es que volteaba a ver a Ana Karenina y la miraba abajo del hombro, Tolstoi me parecía… ¡no, yo era lectora de Dostoievski!…”.

Y además te tocó la época en que tenías que optar por uno de los dos grandes rusos…

“¡Claro! Era como o le ibas a los Rolling Stones o le ibas a los Beatles, y yo le iba a los Rolling Stones porque nada de que namás dame tu manita para irme a comprar chicles con los Beatles, ¿no? Yo sabía que con Dostoievski no iba a poder hablar, porque él no iba a tener diálogo alguno conmigo. Cuando empecé a leer a Tolstoi mi diálogo imaginario era ‘tampoco voy a poder hablar con él’; con Katherine Mansfield sí voy a poder hablar, pero con Tolstoi no habrá diálogo: moriré, y lo admiro, ¡qué genial escritor!, pero no, no voy a poder hablar con él. Pero después de terminar El libro de Ana sé que Tolstoi sí me va a responder una vez que muera”.

¿Cómo te imaginas esta parte del no diálogo?, ¿ves a los muertos dándote la espalda?, ¿los ves lejanos?

“Los veo en otro círculo, porque para empezar está la lengua, que es algo grave, porque en mi convicción es un diálogo… ¿qué carajos voy a hablar con Dostoievski?, con Tolstoi dije ‘bueno, en francés’, pero de cualquier manera a él lo ubicaba en otro círculo.

¿Por qué?

“Tolstoi es muy especial, es maravilloso, lo adoro, pero evidentemente no, de ninguna manera, y luego, terminado El libro de Ana, dije ‘¿qué me va a pasar con Tolstoi cuando muera?’, y dije ‘me va a recriminar, yo sé que me va a recriminar, pero no me importa que me recrimine, va a hablar conmigo’”.

Y con eso es más que suficiente…

“¿Qué más me da?, ¡no me importa! Hay una fotografía preciosa en donde está Tolstoi vestido de blanco jugando ajedrez con Anton Chejov… y en esa mesa estoy con él, frente al tablero de ajedrez. Claro que me va a ganar la partida, ¡qué padre!, ¡qué me importa!, pero me voy a poder sentar con él y no por El libro de Ana, que Tolstoi escribió que Ana escribió un libro; él es el responsable, pero varias décadas después, porque a Tolstoi le importa mucho el personaje de Sergio. Tolstoi es un escritor con faldas, tiene un mundo muy doméstico, vivió en la mesa hablando con los hijos; es un privilegio para hombres de su generación, así como su mujer, Sonia, era su amanuense, por lo que Tolstoi termina la primera versión de La Guerra y la Paz y es ella quien la pasa en limpio dos, tres, cuatro veces. Sonia era más que su secretaria, opinaba con él, le sugería, tenían una vida de pareja muy intensa, entonces, al tener Tolstoi faldas le importa tanto esa mirada que tiene Sergio, que es una mirada de madre, no de padre”.

¿A partir de este encuentro imaginario es que llegas a El libro de Ana?

“No, primero escribí la novela y ya luego pensé… porque el más allá no se va a acabar nunca; aquí en realidad uno lamenta que la vida no se va a acabar nunca. Yo no tengo ganas de que se acabe la vida, aunque, la verdad, tampoco tengo ganas de quedarme muy ‘chocha’ y muy vieja y no poder pensar, prefiero irme de aquí. Pero pienso en la eternidad y pienso en los recriminadores, es mi educación católica, ¿qué quieres?, tantos años en escuela de monjas e ir a misa todos los días, pues qué me va a quedar”.

Claro, porque en lo que me señalas hay mucho de esta culpa católica.

“¡Por supuesto!, mis recriminadores van a ser terribles porque serán para la eternidad. Entonces, ya terminada la novela, pues sí, le he visto el lado bueno, porque la cercanía con mis recriminadores va a ser muy satisfactoria”.

¿Sanadora?

“No, sanadora, no, porque del lado de ellos el rencor es eterno”.

Es la parte que me comentas, por ejemplo, de la figura paterna.

“¡Quién sabe!, a lo mejor volveré a ser una niña a los ojos de mi padre y será una muy buena relación… no lo sé, pero yo no soy una persona rencorosa y hay gente a la que no voy a querer ver en el más allá y que no voy a dejar que se me acerquen, porque uno tiene esas virtudes en el más allá”.

Y que, además, ¿estás de acuerdo que mientras sean supersticiones, convicciones, lo importante es este juego que nos permite la imaginación y salir de nuestra realidad? Es un juego que tú estás haciendo ahora y es ese mismo juego el que se presenta en la novela, más allá de que sea a partir de un dato verídico, tomas personajes que también son reales, pero otros son ficticios y hay otros que están en la frontera de la imaginación y la realidad, creo que ese es uno de los grandes atractivos de la novela: el cómo te atreves, además, a domar a grandes personajes.

“Yo creo que es porque soy mexicana, porque, mira, analiza un plato de pozole tradicional: contiene caldo de cerdo, que es muy raro, contiene grano de maíz, un cierto tipo de grano de maíz especial para el pozole, bueno, lo puedes hacer rojo o blanco, pero luego le echas rabanitos, lechuga y lo comes con tostadas, siendo que está hecho con eso, es como una torta de torta, ¿no?, y luego a la tostada le pones crema… yo creo que es como un temperamento muy mexicano que me permite esas mezclas, que en un ambiente clásico grecolatino no sería aceptable, pero que para mí es lo natural, es más, es lo necesario.

Novelas que se escriben a partir de recetas de pozole…

“Hace algunos años publiqué El fantasma y el poeta (2011) con Sexto Piso donde hablaba del fantasma de Jan Rodrígues; por error se lo come Rubén Darío, le hace una digestión espantosa y afortunadamente sale, lo expele, pero ya sólo para morir, es cuando Darío está en Nueva York y en muy mal estado; y luego esta expelencia de Darío, que ya no es un fantasma, se lo come por error Octavio Paz e igual le hace mala digestión, sin embargo a él le hace un efecto diferente porque le proporciona cierta iluminación y entonces actúa, porque Octavio Paz lo contaba: ‘Un sauce de cristal/ un chopo de agua’, a Paz le vino la primera sonoridad un día que iba en un taxi en Nueva York y se ponchó la llanta, es el ruido de una llanta ponchada caminando lo que a Octavio Paz le da el ritmo con el que comienza “Piedra de Sol”. A lo que me quiero referir es que ahí hice un pozole y esta novela es otro pozole, es una cosa muy mexicana. O de mi generación, porque a la mejor la ilusión que a mí me hace un pozole, a las nuevas generaciones se los provoca una hamburguesa”. ■

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