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domingo, 28 abril, 2024
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El libro, esa deidad

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 374 / Promoción de la lectura

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La presentación de la Estrategia Nacional de Lectura develó una religión que parecía oculta: los adoradores del libro y la lectura. Como sucede con los temas de moda, de pronto surgieron opiniones lapidarias, cualificaciones y calificaciones. Pero esta religión también tiene sus denominaciones. Pese a que hacen del libro un objeto de culto y de la lectura un acto de salvación, para alcanzar tales beneficios hay que cumplir con una serie de rituales y lecturas canónicas. Volverse partícipe de dicha religión es sólo cuestión de voluntad (así lo expresan en palabras, actos y decisiones). La república de las letras está abierta, pero como toda religión, aplica restricciones.

Si alguien tiene la osadía de solicitar, en Facebook, “Hola buenas tardes, son (sic) un fanático de la lectura y estoy buscando lectura que me deje una enseñanza, alguno que me recomienden? (Tipo la cabaña, colorín colorado este cuento se a acabado) gracias”, los feligreses ofrecen opciones tan diversas que van desde la Biblia hasta la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, pasando por Albert Camus, Franz Kafka y Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Me detendré en los comentarios acerca de este último. Una vez que fue mencionado como opción, el primer comentario que surgió fue: “…espero de todo corazón que tu comentario sea sarcasmo”, seguido de otro comentario del propio internauta que lo sugirió: “Yo espero de corazón que puedas detectar el sarcasmo con mayor facilidad. Seguramente es mierda de libro pudiera ser recomendada”.

Es claro que existen diferencias abismales entre el autor de Los ojos de mi princesa y Herman Hesse (otro autor multicitado). Sin embargo, nadie ha indagado más en torno a los propósitos de lectura de quien lanzó la pregunta. Todas las respuestas giran en torno al objeto de veneración: el libro. Es así como aparecen títulos como Álgebra de Baldor. Los 109 comentarios que acompañan la publicación hablan de los gustos lectores de los feligreses, de su ánimo de compartir, pero también de su humor negro y exclusión. El lector aparece sólo para ser criticado. Cometió el pecado de autocalificarse como “un fanático de la lectura” y solicitar sugerencias. Eso fue imperdonable para la congregación. El punto flaco para desenmascarar al embustero, tal como se hacía en los monasterios medievales. Sólo una persona hizo referencia a la ortografía de la pregunta inicial. Para los demás lectores-adoradores pasó de noche. Total, cayeron en un pecado venial.

Este caso pretende ser un ejemplo de la importancia de la mediación lectora. Entendida ésta como una especialización que se va construyendo en estudio, pero también en la práctica, en la conversación y en la reflexión, en la noción de uno y del otro, en la generosidad de compartir tiempo, voz, libros, espacios. ¿Es tan difícil entender esto? Para quien tuvo el privilegio de nacer en un hogar lector, parece que sí. Y pareciera que olvidamos nuestros propios procesos lectores. Son tabla rasa. Lejos de ver a sus primeras lecturas como plataformas, trampolines o ventanas, son gustos culposos, vergüenzas que hay que borrar.

 

 

 

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