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domingo, 19 mayo, 2024
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Segunda oportunidad de la estirpe, ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez

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Por: DANIEL SIBAJA* •

La Gualdra 581 / Libros

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A veces tomamos un libro como una verdad, o como una cita a la reparación. Hace unas semanas me encontré con una novela que me había negado a leer por varios años. Sobre todo, por unos juicios de despropósito. En este momento de mi vida, leer es una distracción dolosa. Sobre todo, cuando la mudanza te hace notar las paradojas de tu inmadurez. En acción, puse la balanza ante la historia familiar que tenemos día con día. ¿Qué es lo que se escribe cuando se tiembla hasta en el trabajo? Enfrentarse al momento en que el carácter de la herencia paterna o materna salen a flote y lo único que puedes decir es: yo lo aborrezco.

Gabriel García Márquez obtiene un sentido de cobranza en esta parte de mi historia real. Hemos detenido los ojos por varios días en el desequilibrio de las emociones. No por ello hay que negar que un libro obsequiado es una mentira dicha dos veces. La novela Cien años de soledad salió un mes de mayo de 1967, hace 56 años exactamente. Decir lo mucho que ha perdurado en la memoria del mundo no es suficiente.

Me hallé en otro momento / pero llevo el mismo nombre / Traté de no levantarme en la madrugada / Prendí varios cigarros por ansiedad / Comencé a mirarme al espejo / Y no vi las bonanzas todavía / a pesar de ello me mantuve.

Había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. / Aquel ser prodigioso decía poseer las claves de Nostradamus / tenía un peso humano / una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana.

Pareciera que escribir es desde el recuerdo. Pese a las derrotas, vemos que los oficios de la palabra pocas veces son valorados. A ciencia cierta, esos diecisiete años de escritura sólo comprueban la hecatombe de destrozos que García Márquez ofrecía ante la escritura. Carlos Fuentes recuerda el siguiente pasaje: “Juntos entramos al Museo de Antropología. Juntos indagamos en el misterio de la Coatlicue, la diosa madre de los aztecas / representada en un masivo monolito / —Yo no soy Venus. Yo no soy una diosa humana, Yo soy diosa porque no soy humana. / Entonces, después de diez minutos de contemplación García Márquez dice: / —Ya entendí a México”. Él debía de viajar dos veces al año para renovar su permiso de residencia. Quizá ese cierto místico momento, de aquel encuentro entre dos plumas reconocidas, fue un puente para comprender lo que la escritura de este libro produciría más adelante. Reconocerse entre los acontecimientos verdaderos, no es más que un baño a las cuatro de la tarde y a veces coincidir con la lectura nos esclarece poco a poco la memoria.

 

En Mérida estaba la entrada a ningún sitio / No estaba listo para leerlo / Tomé el libro por desidia / Ya las cosas habían cambiado y la posición de mis libros tomaban un desorden medido / Todavía llegar a casa era sentirme como un intruso / Pero las luces fueron apareciendo con lentitud y parsimonia.

En la entrada del camino de la Ciénega se había puesto un anuncio que decía Macondo / y otro más grande en la calle central que decía Dios existe / En todas las casas se había escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. / Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad.

Habitar en lugar alguno y no hacerlo a la vez. La persuasión es un arma de doble filo, pero justo es la hazaña de todo escritor, intentar respetar ese designio de la realidad inalcanzable, así lo comenta Mario Vargas Llosa. “El personaje de Buendía sintetiza y refleja a Macondo, Macondo sintetiza y refleja (al tiempo que niega) a la realidad real: su historia condensa la historia humana, los estadios por los que atraviesa corresponden, en sus grandes lineamientos, a los de cualquier sociedad”. Así también he mantenido la cordura, o tal vez lo que me queda detrás de ella, en esta lectura los recuerdos y la estirpe de mi familia contenida, se van hilando en dirección a la gratitud que hace mucho no visito. La novela que habla de las genealogías es un péndulo que crece desde lo oscuro hasta la luz. Por eso, debemos confiar, una vez más, siquiera.

Quisiera hablar de salvación / pero no me he encontrado a mí mismo / En las nubes veo sólo la derrota / el perdón se tiñe en la imposibilidad de retomar el teclado / las palabras piensan / mi habitación está en construcción / al igual que los salones donde hablo del Lenguaje. / La voluntad la carezco / Yacen hoy los cimientos de una casa aún sin terminar.

Siguió el hilo de la sangre en sentido contrario / y en busca de su origen atravesó el granero / pasó por el corredor de las begonias donde Aureliano José cantaba que tres y tres son seis y tres son nueve / y atravesó el comedor y las salas / y siguió en línea recta por la calle / Rebeca cerró las puertas de su casa y se enterró en vida / Cuando lo llevaron a su casa estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes.

Colmarnos de nuestra casa es una hilera entre un árbol y su genética, que ahora sabremos ocultar por respeto a uno mismo. Habitarla muchas veces es perecedero. Para Gabriel García Márquez escribir desde lo real es transformarlo en esa segunda oportunidad para el mundo. Lo vi entre sus páginas al escribir sobre una familia ficticia, entre sus matrimonios y sus muertes, entre una página que no se quiere doblar y otra que pone el final de sus actores. Hemingway alguna vez dijo que quien “ha empezado a vivir más seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”. Esto es lo que pasa cuando en ese momento de tu línea de vida algo decide quitarte todo lo que alguna vez pensaste fue tuyo, y comenzar a resignificar es buscar la luz, incluso dentro de los libros y la escritura.

Tomé la decisión de aislarme / conocer lo que es apreciar los instantes me es difícil todavía / El desorden de mis objetos aún me refleja lo tajante de mi historial / Mi familia era una fiesta / En un plato de comida o en el deseo de sobrevivir / Aún algo nos queda / Despertar en las madrugadas y ver al pájaro nocturno que siempre quisiste / Dormir en los tejados entonces se figuró en la segunda oportunidad de nuestro camino / ¿hacia dónde vamos ahora?, ¿hacia dónde iremos?

Estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrastrada por el viento / y desterrada de la memoria / en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos / y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre / porque las estirpes condenadas a cien años […] no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Algo he conocido ahora. Que las segundas oportunidades más allá de este libro sí existen. Encontrar la luz del camino es importante, más cuando en la escritura yace nuestro nombre. Confío en que Gabriel García Márquez nos dejó una advertencia, todo aquél que lea esta edición conmemorativa por la Real Academia Española, publicada en 2007 por Alfaguara, deberá contener sus deseos personales y empezar a ver la vida de una forma madura, si no se abre el paso, uno tendría que cortar la hierba, arrancarla de raíz, sólo así, acercarse a la novela del que todos alguna vez oímos, tomará el color de la escritura y hallará la iluminación entre sus páginas.

 

* Mérida, Yucatán, 1997.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_581

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