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domingo, 19 mayo, 2024
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Lengua sana en mente sana

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

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Por azares del destino he vuelto a leer un texto de George Orwell, indiscutiblemente uno de los ensayistas más lúcidos del siglo 20 (aun cuando es mejor conocido por sus dos novelas capitales, ‘Animal Farm’ y ‘1984’). El texto en cuestión es ‘Politics and the English Language’; éste entrevera las dos pasiones del autor: el lenguaje y la política. La idea central es la observación que el autor hiciera por allá” de 1946, en la que subraya –de forma sutil, contundente y elegante, a su más puro estilo- la pobreza del idioma inglés en su forma escrita y asociada a la política, aunque no exclusivamente.

Escéptico de las formas de la política (afirma tajantemente, entre otras cosas, que “el lenguaje político está diseñado para hacer parecer la mentira una verdad y al asesinato como respetable”), Orwell arremete contra los anglófonos que han hecho entrar al idioma en una decadencia asociada a la pobreza de pensamiento, factores ambos que se retroalimentan mutuamente. Los ejemplos que el autor maneja van – amén de la fealdad estilística- desde el abuso de construcciones sintácticas viciadas y clichés, hasta expresiones idiomáticas carentes de significado. Esto se relaciona íntimamente con el uso poco preciso del lenguaje, fundamentalmente por el fenómeno mental de un pensamiento vago y poco claro: no decimos lo que queremos decir porque no tenemos idea de lo que queremos decir, y no tenemos idea de lo que queremos decir porque no contamos con los elementos mentales (vocabulario, nuevas sinapsis) para hacerlo. Y así el círculo se completa sumiendo al idioma y al pensamiento en una espiral descendente.

Si en aquellos días de hombres y nombres honorables en la política –en casa tenían nada menos que a Churchill- el tema era un asunto deprimente, ¿qué pensaría Orwell al escuchar a nuestros políticos hoy en día? ¿Qué diría al encender la radio o el televisor y presenciar la pobreza mental, la cortedad de ideas y las desoladas cuanto infortunadas expresiones verbales ahí” plasmadas? Al percatarse que el problema ni es exclusivo del inglés ni de los políticos ingleses, sino un fenómeno que aqueja a hispanoparlantes por igual, ¿se sentiría aliviado o más acongojado aun?

Y es que el idioma español sufre ataques inmisericordes desde distintos flancos. Tómese como muestra la penetración de los medios masivos de comunicación como medio cultural, en especial la televisión, para muchos infortunadamente, el único medio de cultivar su lengua y, consecuentemente, su pensamiento. Un vistazo somero al espectáculo que resulta de escuchar la sarta de incoherencias, disparates y sinsentidos que largan presentadores y merolicos que inundan las pantallas y ya se podrá” intuir el resultado del proceso. Aunque el crédito es compartido: en ese barco van además redactores, editores y en general de los involucrados en la producción, cuyos reiterados cuanto afrentosos agravios ortográficos, gramaticales y sintácticos los harían candidatos naturales a la excomulgación de la hermosa patria de la lengua española.

Consecuentemente tenemos un océano de analfabetas funcionales con una pobreza de lenguaje pasmosa, incapaces de usar vocablos específicos y definir con precisión el mundo que los rodea. Un dato como botón de muestra: el usuario común del español en México tiene en su inventario de palabras un promedio de 2500 de un poco más de 40 mil que integran el Diccionario de la Real Academia; aritmética simple, apenas arriba del 5%. Si Orwell era un defensor irredento de la lengua de Shakespeare, ¿quiénes serán los caballeros que blandan sus espadas en nombre de la lengua de Cervantes?

Existen además otras causas que contribuyen importantemente al desgaste del idioma, entre las que destaca la creciente penetración del inglés a través de un cada vez más intenso intercambio cultural merced a las plataformas tecnológicas y las dinámicas globales. No es el español el único en está situación ni está a discusión la naturaleza evolutiva de los idiomas. Son, sin embargo, las posibilidades defensivas del mismo por mantener su identidad y esencia lo que se vuelve crucial en estos tiempos.

Insignes defensores de la lengua, como Álex Grijelmo, Javier Marías o Arturo Pérez Reverte, escudriñan las entrañas de la problemática. El primero argumenta que no sólo el desaseo es la única causa de deterioro del idioma, contribuyen otros factores que orillan a la desaparición de vocablos y con esto, al empobrecimiento del mundo de las ideas. Los novelistas e integrantes de la Real Academia, cáusticos e igualmente certeros, subrayan el precario e impreciso lenguaje (especialmente en España) con el que el hispanoparlante anda por el mundo: entre el uso de eufemismos que al intentar suavizar expresiones políticamente incorrectas (una absurda relativización y abuso del lenguaje, por cierto), reemplazan y desplazan simultáneamente significados, mutilando el idioma, cercenando ideas.

Y así́ anda el español, con usuarios incapaces de respetar la integridad misma del idioma (hay una especie de malinchismo verbal bastante acusado hoy en día, especialmente entre la juventud). El idioma difícilmente dejará de existir, ese es un hecho. El quid del asunto será́ entonces saber cuál es el español que habremos de preservar: en buena medida, el uso y cuidado del idioma determinará el rol cultural de los hispanoparlantes en el orden global. ■

 

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