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martes, 19 marzo, 2024
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Más difícil pensarlo que hacerlo

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Por: CARLOS FLORES* •

La Gualdra 331 / Río de palabras

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Hay un sentimiento que me ataca todo el tiempo: la ansiedad antes del trabajo. Creo que todos alguna vez nos hemos encontrado en esa situación donde se tiene que entregar un trabajo para el siguiente día, el cual por alguna extraña razón, llámese cine, libros, paseo, café, cervezas, amigos o simplemente más trabajo, hemos pospuesto. Y entonces estamos a punto de empezar. Como buenos mexicanos, seguramente no sabemos ni practicamos técnicas de relajación y también es probable que ni siquiera planeemos lo que vamos a hacer.

En mi caso, sólo pienso en el mucho trabajo que tengo que hacer. Pero no lo pienso para estructurarlo en mi mente y decidir qué y cómo lo voy a comenzar. Más bien es como un sentimiento que me picotea con un terrible aguijón y que me está diciendo todo el tiempo que tengo algo que hacer, pero no le hago caso, simplemente lo evado. Pero no se va, está ahí arruinándome la película, la novela, el atardecer, el americano, la stout, la charla…

Aun con todo lo anterior, no me decido a empezar, todavía llego a casa y pongo un disco que acabo de comprar. Me siento a escucharlo y a examinar cuidadosamente la funda. Quiero averiguar, cosa que casi nunca hago, sólo en estos casos, dónde se grabó, quién fue el productor, si hay músicos invitados y otros detalles del mismo. Lo escucho de principio a fin. Y ya que estoy ahí, pues por qué no, pongo otros y lo escucho de pe a pa.

Termino de escuchar música y nuevamente me invade la sensación de que tengo que hacer algo, me siento como si fuera en un vehículo a una gran velocidad a punto de chocar contra un muro, pero aún así no freno. En el transcurso de la biblioteca -donde cómodamente estaba oyendo mis discos- al estudio -donde tengo que trabajar- hay un montonal de distractores: libros fuera de su lugar, plumones y borradores que tengo que meter al maletín, herramienta que tengo que meter en su caja, algún cuadro que no tuve tiempo de colgar, una mancha en la pared o en el piso. Y si no hubiera nada de eso, seguramente terminaría hojeando algún libro de los que tengo en el pasillo, como La madre, de Gorki o Cuentos fantásticos del siglo XIX -y lo más seguro es que terminaría leyendo una vez más un cuento-.

Pero ese sentimiento, esa angustia sigue ahí, sé que tengo que comenzar a trabajar, quizá corregir un texto, maquetar una publicación, escribir un breve artículo, preparar clase, hacer un informe, revisar presupuestos o inventarios, sin importar lo que sea, el hecho de no decidirme a hacerlo me está carcomiendo, incluso puede que me llegue a doler la cabeza o que me ponga de mal humor.

Finalmente, me siento y me pongo manos a la obra. Es entonces cuando me doy cuenta que no era tan difícil. Ya frente a la pantalla del procesador, con música de fondo, hasta me lo disfruto. Ahora me fijo en los detalles de la corrección: si omito o no un verbo; cuido el tipo de letra o el tamaño de la caja si es que estoy editando; pienso en lo que pensarán los lectores cuando lean mi artículo y las palabras me salen solas; imagino la cara de mis alumnos cuando exponga el tema que preparé o me sumerjo en la información para ordenar y dar sentido a las pilas de documentos. Al final fue más difícil pensarlo que hacerlo.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-331

 

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