Si a finales del siglo diez y nueve un visionario inventor construyó una máquina que le posibilitaba viajar en el tiempo, ciento veinte años después hay tal vez un cierto grupo que no encuentra disparatado intentar una hazaña semejante.
Hazaña ésta con muchas más diferencias que coincidencias con aquella, pues no se trata ya de un traslado individual sino de uno nacional; no hacia el futuro sino al pasado; y no consiste en una obra de ficción sino en una verdadera tentativa de retroceso.
Hemos pasado ya por la experiencia sobrenatural de atestiguar, en vivo y en directo, la resurrección de un ritual arcaico, desechado como anacronismo décadas atrás: el así llamado “destape” o “dedazo”; oficiado ante el azoro de millones de mexicanos por el papa tricolor, con algunas variantes coreográficas menores: no fue el ungido un ostensible militante del partido en el poder sino uno camuflado, y no acudieron las folclóricas huestes corporativas a la casa del Elegido sino al revés.
Lo restante de la función transcurrió con el proverbial sound track de matracas, comicidad oratoria involuntaria y aromas de barbacoa y chicharrón.
La única relativa novedad fue la sustitución de la mítica tambora por músicos (es un decir) de la onda grupera.
El tema casi único de conversación, una vez más, es el creciente flagelo criminal; cuando no se trata de un secuestro es de una ejecución, feminicidio o masacre; los robos, aunque más abundantes que nunca, han pasado a un segundo plano.
Y es que la falta de valores, hay que reconocerlo, en el curso de los últimos quince meses se ha incrementado en un 600%, cuando menos. ■
