S i algo en el océano de carencias ubicado entre las penínsulas de Baja California y Yucatán escasea notablemente es la credibilidad; carecen de la misma instituciones capitales, si aún la tienen la pierden día con día, y hay otras que nunca la tuvieron.
Llama por tanto la atención que en un paraje tan desnudo de dicha cualidad, como es el ámbito político-electoral, exista un personaje investido de la misma al grado de conformar en torno suyo una organización suficiente a poner a la defensiva al entero statu quo.
Múltiples elementos concurren a la fórmula de tal personaje (entre los que la maledicencia y mala fe que le prodigan en sus adversarios no es el menor); empero una honradez personal que nunca sus enemigos han podido, fehacientemente, refutar, es el ingrediente fundamental.
Ni que decirse tiene las prendas mencionadas han constituido la que acaso sea la diana históricamente más apuntada, y uno de los dardos más punzantes (y frecuentes) ha sido el dirigido a la calidad de sus aliados. Y si bien dichos señalamientos resultan a menudo farisaicos, y han por ello inmunizado, hasta cierto punto, a su blanco, algunos otros no carecen de sólidos fundamentos.
Y por más quienes concurren a la actividad política no sean precisamente ángeles, y el pragmatismo indispensable dicte que con esos bueyes hay que arar; si se navega bajo la bandera de la honestidad, y más aun si la honradez fuera más allá de lo meramente declarativo (hay ciertos elementos que validan esa conjetura, otros no tanto), alguno de esos vínculos, acaso el menos presentable en sociedad, y acaso no sólo eso, de buena o mala manera, justo a tiempo, se habría de disolver.
Quizá el balance arroje un saldo a favor. ■
