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viernes, 26 abril, 2024
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Notas al margen. Objetos

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 255 / Notas al margen

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En Parafernalia, la curiosa historia de nuestros objetos cotidianos, de Steven Connor, el objeto común y corriente es el personaje principal de la serie de ensayos que el autor nos propone como un recorrido, en apariencia casual, a través de las relaciones que establecemos con las baratijas que pueblan nuestra vida cotidiana. Desde los anteojos hasta los alfileres, las llaves o los periódicos, los objetos son nuestra forma de relacionarnos con el mundo.

La cultura es, en primera instancia, la manera en la que nos comunicamos con el entorno, la manera en que le damos forma al mundo. Y los objetos son precisamente eso: pura forma. Lo formal en ellos responde, primero, a su función. Las llaves sirven para abrir puertas, las pilas generan energía, el periódico nos comunica las nuevas, luego de cumplido su objetivo, la forma se vacía; pero permanece, queda dispuesta a que la dotemos de contenido. Lo simbólico en el objeto es más importante que lo funcional.

De hecho no es necesario que la utilidad práctica haya caducado para que empecemos a darle un significado más allá del utilitario. Si así fuera Connor no habría podido escribir su libro. Objeto y el sujeto mantienen desde el principio una relación de pertenencia que deviene en ontológica, sin sujeto no hay objeto, pero tampoco puede concebirse un sujeto cultural sin un objeto que le conforme. La dualidad primordial entre contenido y forma, entre idea y materia, es indivisible. Ambas caras de la moneda se muestran mientras ésta gira en el volado de la vida.

El hombre es lo que hace y lo que hace hace al hombre. Este trabalenguas insiste en que la relación entre objeto y sujeto es íntima e histéricamente reiterativa, «la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella». Jorge Drexler, en su poema sonoro Guitarra y vos, hace hincapié en la dupla del individuo y su objeto mágico, «el cantautor y su computadora, el pastor y su rasuradora», la guitarra (el objeto) y la voz (el sujeto) son dos componentes de la misma unidad, y las mismas manos que tocan por ocio, pueden también matar y son «capaces de fabricar herramientas con las que se hacen máquinas para hacer ordenadores que a su vez diseñan máquinas que hacen herramientas para que las use la mano». El juego espiroidal no se queda en un poema o en una canción, la cosa es en sí misma un espiral de significados infinitos que se proyectan sobre las manos que la usan o a las que le pertenece.

Incluso hay ocasiones en las que la utilidad del objeto es sólo un pretexto para que exista como forma significativa. Pensemos en un pisapapeles. Muchísimas otras cosas podrían cumplir el objetivo de mantener un puñado de hojas sobre la mesa, pero realmente no es la función lo que apreciamos de un pisapapeles, sino su forma, lo ornamental, lo artesanal, lo significativo que hay en él. Así sucede con muchos otros ejemplos, gente que ha comprado ceniceros sólo por su forma, aunque no fumen, o una alcancía; tal vez millares de libros jamás hayan sido leídos y sin embargo estén en algún lugar cumpliendo otra función diferente para la que fueron creados. Cuando la forma usurpa el contenido, o cuando el contenido asalta a la forma siempre hay un acto poético, pues el salto sígnico transforma al objeto, y también el sujeto se ve transformado en ese proceso alquímico.

Steven Connor tituló a su libro llamando a los objetos cotidianos magical things (en el título original), ello porque para él toda esta parafernalia de cachivaches y naderías se trata de contenedores que mágicamente transforman a quienes los poseen y los llenan de sí mismos. El objeto como contenedor del sujeto no puede dejar de parecernos fantástico, como si pensáramos en un mago que se saca a sí mismo del sombrero.

Hace tiempo di una charla para jóvenes que estaban interesados en saber cuál era la relación entre poesía y fantasía. Aunque siempre pensamos en la fantasía como en un lugar lleno de elfos, unicornios y dragones, les decía a los adolescentes intoxicados por J.K Rowling y Disney, la fantasía y la poesía se aprecian mejor cuando las encontramos en el mundo real y podemos entenderlas como un proceso alquímico que transforma la piedra de la realidad en el oro de lo poético. Los objetos cotidianos son objetos mágicos, tal cual lo afirma Connor, porque transforman nuestro mundo, le dan otra dimensión y lo hacen habitable, vivible. El hombre crea objetos para que lo real cobre dimensiones fantásticas. Ya los neandertales daban forma a las piedras y empezaban a volverlas otra cosa: un artilugio que podría transmutar a un animal en alimento, o hacer nacer la luz en la oscuridad. La alquimia (algo fantástico hoy día) dio lugar a la química actual, ¿por qué entonces la magia no podría ser otra forma de la ciencia?

También habría que decir que ser objetivo es una paradoja. En lenguaje común esto significa pensar de acuerdo al objeto, alejarse de nuestra percepción y captar la realidad en cuanto a lo que es como un algo concreto; sin embargo, si ampliamos nuestra definición, ser objetivo es también percibir el mundo a través de las cosas, y ellas son únicas e independientes en relación con el humano que las habita y a quien realizan como ser único e individual. Entonces, ¿qué es ser objetivo en un mundo donde sujeto y objeto conforman una identidad indivisible?

No vamos a contestar esa pregunta. Si el objeto nos complica siempre podemos olvidarlo en cualquier sitio, como si olvidáramos un fragmento de nosotros mismos que nos es estorboso. Las cosas, los magical things, constituyen la suma total de lo que somos, nos conforman y en su función de portadores de sentido nos dirigen hacia nuestra propia identidad.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-255

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