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jueves, 25 abril, 2024
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Y ahora ¿Qué hay que hacer?

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

En los tiempos de la Izquierda histórica, uno de los principios que estimulaban el activismo de muchas personas era: “La liberación de la clase trabajadora será obra de la propia clase trabajadora.” Esa convicción estimuló la militancia de muchas personas en el mundo del trabajo, organizando sindicatos o luchando por transformar los existentes en verdaderos instrumentos de lucha por los derechos de sus agremiados y de toda la clase obrera. El hecho de que las izquierdas independientes no tuvieran derecho a participar en los procesos electorales en nuestro país, no era obstáculo para que muchos activistas entregaran buena parte de su tiempo y recursos en las tareas de la organización de los trabajadores. De hecho, en mi caso y el de otros muchos estudiantes y maestros activos desde la década de los años 70, fue nuestra cercanía con luchas como: la creación y consolidación del sindicalismo universitario, por la democratización del sindicato de electricistas y del SNTE, las de los mineros encabezados por el inolvidable Chon Castro, así como las de los campesinos, colonos y estudiantes organizados en el Frente Popular de Zacatecas, sin olvidar el movimiento en defensa de la autonomía de la UAZ, la fuente de una sensibilidad social que nos ubicó para siempre en la trinchera de la izquierda. Paralelamente, nos tocó ser protagonistas de la lucha por el registro electoral del Partido Comunista Méxicano (PCM). Así, en 1979 participamos por primera vez en un proceso electoral federal con lo que iniciamos dos décadas de luchas por reformas para garantizar la celebración de elecciones auténticas, acompañadas por una sucesión de audaces iniciativas para lograr la más amplia unidad de las izquierdas, que dieron origen al PSUM, al PMS y al PRD, partido que todavía usa el registro conquistado por el viejo PCM. Sin lugar a duda, todo ello configuró el espacio social de nuestra formación política y la de los miles de mexicanos que encabezaron nuestra  generación, e hizo posible la construcción de la red de relaciones que explican en buena medida lo que llegamos a ser como personas.

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A la luz de esa experiencia particular y del estudio de lo vivido por otras generaciones cuyas acciones han sido fundamentales para la vida del país, se puede sacar la conclusión de que la formación política más sólida es la que emerge de la participación directa en las luchas sociales concretas, iluminadas por supuesto por el estudio de los textos más relevantes. Si asumimos que en lo que va del presente siglo se ha consolidado el individualismo consumista y, consecuentemente, han disminuido drásticamente los contingentes sociales en lucha, entenderemos que una buena parte de la actual élite dirigente del país haya surgido de procesos burocráticos que les genera una visión deformada de la naturaleza del poder y de sus responsabilidades ante el depositario formal de la soberanía nacional: el pueblo de México.

En este orden de ideas, desde mi punto de vista uno de los errores fundamentales que cometimos los dirigentes de mi generación, fue creer que los cambios graduales que fuimos logrando eran acumulativos y, craso error, irreversibles. No asumimos que en cada organización política, y en cada Estado y sociedad, existe una tendencia constante hacia el autoritarismo y la separación entre elites y bases, como lo establece la ley de hierro de las tendencias oligárquicas de los movimientos sociales, de Robert Michels, enunciada hace poco más de un siglo. La explicación de esta tendencia “natural” es sencilla: aquellos que ya poseen poder y riqueza también poseen los medios para defender e incrementar su poder y riqueza. Si bien la tendencia descrita es natural, la oposición a la misma también es natural, pero mientras que la primera es permanente, la oposición es intermitente debido a que aunque la actividad de los militantes anti-autoritarismo y anti-jerarquías sea constante, lamentablemente solo es exitosa cuando produce explosiones de militancia masiva. En conclusión, la concentración del poder y la riqueza solo puede ser interrumpida o revertida por una oposición consciente, masiva y permanente.

Así las cosas, el cambio que requiere el pueblo de México será producto de la acción de militantes y activistas comprometidos con la democracia y con la igualdad, con capacidad para la acción y la reflexión constantes. Además, como la tendencia hacia el autoritarismo y la jerarquía está también presente en las organizaciones de la izquierda, estos compromisos deben ser continuamente evaluados y regularmente reafirmados. De ahí que las acciones permanentes de los activistas igualitarios son también necesarias dentro de los sindicatos y de los partidos de izquierda. Los activistas democráticos e igualitarios que en el mundo actual luchan permanentemente, ya están creando la nueva sociedad y su trabajo diario hace posibles los grandes cambios, protagonizados por hombres y mujeres que viven en condiciones de debilidad política y pobreza material extremas, que se quejan en silencio o hablando solamente entre ellos, de la misma manera que lo hacen por la vejez o el clima, pero de repente algo pasa que se vuelve un foco de tensión y las personas empiezan a hablar excitadamente y luego empiezan a organizarse. Lo más destacable de este “momento del movimiento” es el trabajo de los hombres y mujeres que habían estado pasivos, desconectados y, tal vez, temerosos de cualquier actividad pública; que se enfocaban exclusivamente en sus familias, luchando por superar las condiciones adversas de su cotidianidad. La generación de ese “momento del movimiento” debe ser, a la vez, preocupación y satisfacción de los activistas políticos que México requiere hoy.

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