14.8 C
Zacatecas
viernes, 26 abril, 2024
spot_img

Glosas a La suave Patria y la exultación literaria: López Velarde, Eugenio del Hoyo y J. L. Borges

Más Leídas

- Publicidad -

Por: JUAN ANTONIO CALDERA RODRÍGUEZ* • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 250 / Literatura / RLV

- Publicidad -

Pretendió don Eugenio del Hoyo Cabrera “iluminar con las lucecillas, ya parpadeantes, de los recuerdos y vivencias infantiles las largas temporadas en Jerez, dentro del ambiente en que se formó e inspiró Ramón López Velarde”. Que yo sepa nadie ha calado todavía en las profundidades de las poderosas vorágines significativas del poema excelso de Ramón. Me siguen gustando, sin embargo, el revelador ensayo de Juan José Arreola [Ramón López Velarde, el poeta, el revolucionario, 2010], los aciertos y los desaciertos de Octavio Paz [Cuadrivio, “El camino de la pasión”, 1965], y el deslumbrante libro de Guillermo López de Lara [Hablando de López Velarde, 1973].

No es improbable que en la medida en que desarrollaba el asunto de su poema cívico, conocido de todos y memorizado de no pocos, haya el poeta mostrado sus avances a sus adictos. Quizá alguno le quiso hacer ver que algunos giros o versos o estrofas completas eran oscuros. —“¿Le parece oscuro lo de carnosos labios de rompope”, camarada? Muchos han admirado el poema de Ramón; algunos, con atinado juicio, lo han abundantemente comentado, glosado e interpretado. No obstante, la seducción está siempre presente: uno cree encontrar, de pronto, algún nuevo matiz interpretativo en algún verso o alguna frase. Todavía hay enigmas como “la noche que asusta a la rana” [que a Paz le pareció una “ignorancia del mundo natural”], o el de “la carreta alegórica de paja” o el de “la hora actual con su vientre de coco”. Que el poeta escribió, salvo contados escollos, un poema transparente, inimitable y original, civil y no grandílocua, sino so “una épica sordina”, no es menos cierto, a grado tal que puede decirse sin rubor que a México se le puede interpretar por un poema ejemplar: La suave Patria.

A veces me convence el acierto de don Eugenio del Hoyo Cabrera cuando dice que él prefiere dejarse llevar por la efusión emotiva y atmosférica de ese “tañer y vibrar de las palabras” que La suave Patria tiene y que creo que se aquilata todavía más en la medida en que la temporalidad se aleja de la gloriosa fecha de su conclusión: abril 24 de 1921. Sin embargo, pocos como don Eugenio del Hoyo Cabrera para introducirnos en la elucidación de lo que él llama, citando al insigne jesuita Baltasar Gracián, “sotileza en cifra”. Las armas las tenía y los arreos lo favorecían. Don Eugenio fue jerezano. Vio la luz primera un día 29 de junio de 1914, día de San Pedro y San Pablo, a unos pocos días de haber sido tomada la ciudad de Zacatecas por las armas de los constitucionalistas. A unos cuantos meses de haber recordado el centenario de su natalicio no hay mejor manera de recordarlo que releer sus textos [ya clásicos] que sobre su paisano escribió. En su honor, en el de historiador erudito y polígrafo abundante, he de decir que el profesor Eugenio tuvo y ostentó ese raro privilegio de hacerse de una cultura amplísima tanto en la historia como en la literatura, y de un poder interpretativo poco común, producto de su temperamento, de su intuición no siempre justa, pero sí generosa, y de su privilegiada inteligencia. Sus Glosas a La suave patria, fueron publicadas por primera vez en 1988, por el Obispado de Zacatecas, con ocasión del Centenario del Natalicio del poeta jerezano. Quizá convendría divulgarse un poco más a este conspicuo autor, y éste su centenario es una magnífica oportunidad para ello, no sólo de las Glosas, sino de sus otros libros que hablan de Jerez, el de López Velarde, o La cocina jerezana en tiempos de López Velarde recetas de Carmen Cabrera de del Hoyo, compiladas y comentadas por él. O La ciudad en estampas, o Pleito de mineros en Zacatecas, siglo XVI [edición póstuma], un documento inédito de 1592 cuya paleografía y estudio crítico elaboró el propio profesor y que en estos días una vez presentado el libro, elucidará muchos asuntos del tema minero, apenas iniciado el poblamiento de Zacatecas.

Otros ―decía― han glosado o interpretado o comentado La suave Patria. Los nombres surgen: Octavio Paz, Pablo Neruda, don Paco Monterde, Guillermo López de Lara, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, José Emilio Pacheco, Marco Antonio Campos, Guillermo Sheridan, José Luis Martínez, Juan José Arreola, y entre los nuestros, Veremundo Carrillo y José de Jesús Sampedro, y también el crítico español Alfonso García Morales. Borges, por ejemplo, la recitaba de memoria. Bioy Casares escribe en su fabuloso volumen intitulado Borges [Ediciones Destino, Barcelona, 2006.]:

“El momento en que conocí La suave Patria fue uno de los de mayor exultación literaria de mi vida. Estábamos en mi casa, en avenida Quintana, y vos recitaste [le dice a Borges], las estrofas del paraíso de compotas y de quiero raptarte en la cuaresma opaca. Me pareció un poema tan variado que tardé en advertir que todos los versos eran endecasílabos. Leemos La suave Patria. Cuando voy por la estrofa:

Tus entrañas no niegan un asilo / para el ave que el párvulo sepulta /en una caja de carretes de hilo, /y nuestra

juventud, llorando, oculta / dentro de ti el cadáver hecho poma / de aves que hablan nuestro mismo idioma…

Borges comenta: López Velarde trabajó esos mismos elementos: ―el párvulo, los carretes de hilo, las aves― en todos los otros poemas, y no logró nada. El destino le reservaba la suerte de poder reunirlos una vez mágicamente en La suave Patria”. Quizá haya ocurrido así. Pero ya el hecho de que en estas páginas y en otras del libro de Bioy Casares comenten constantemente ambos La suave Patria, da a pensar que tenían el poema en una alta estima y en un fervor si no desmedido, sí en todo caso de honda admiración. Eso sucedió en el lejano año de 1957 y sus apreciaciones son aún dignas de toda atención.

Cuál sea el destino de La suave Patria, no lo sé. Pero entreveo que en el horizonte de los autores que sustentarán nuestro porvenir literario el poema prevalecerá. Quizá convengan nuevos estudios, no nuevas prédicas sobre él. Constantemente recurrimos a él, porque podemos hallar todavía la frescura de ciertas esencias de la patria, provinciana y enigmática, pero también venturosa y a veces ajada. No creo que sea un poema anquilosado y no puede serlo, porque en la tempestuosa acuidad de sus 33 estrofas está el alma de un poeta, del poeta que dijo alguna vez que “el asunto civil ya hiede” y que “hiede desde los tiempos de don Agustín de Iturbide”, pero que, sobreponiéndose a ese estigma, escribe, avituallado de un fe en la patria y de sus hombres y de sus costumbres, rescatados por un espíritu viril, imaginativo y renovador, un poema que pinta la médula de la nacionalidad, y la pinta desde aquello que el poeta llamó con tino “la majestad de lo mínimo”. Recordemos, releyendo las glosas, al erudito profesor don Eugenio del Hoyo Cabrera [1914-1989], y convengamos que el bardo de Jerez preside con la fortaleza de un Prometeo audaz la magia de la lengua mexicana y la raíz quintaesenciada de lo jerezano universal, cuyo centro es la provincia, aquélla que, como dejó constancia Jaime Torres Bodet, en Cercanía de López Velarde [1930].: “Para entender la poesía de López Velarde, debe partirse de un postulado que no la limita cuanto la sitúa. López Velarde fue siempre, y constantemente, un poeta de provincia… ese vago estremecimiento que no está nunca al margen de sus poesías, sino tejido con toda su materia última, digerido en su sustancia, disuelto en su intimidad”.

Y atendamos que contra toda glosa quedará siempre algún resquicio de meridiana exégesis, como el profesor lo hace sentir en sus Glosas:

Al triste y al feliz dices que sí, / que en tu lengua de amor, prueben de ti /la picadura del ajonjolí.

 

De que apunta don Eugenio: “Aquí sí que no entendí y no sé qué inventar. En esta estrofa tenemos como la culminación del ripio, ‘de los ripios venturosos’ de que habla el mismo Ramón: el ajonjolí, aunque tiene dos piquitos, no pica ni en sentido directo ni en sentido figurado. Pero, a pesar de no alcanzar a entender nada, la estrofa tiene para mí especial encanto y una gran fuerza de neblinosas y muy vagas sugerencias. ¡Si alguien la glosara!”.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/gualdra_250

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -