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jueves, 25 abril, 2024
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Dos ferias, dos realidades

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Agosto termina con la plaza Bicentenario ocupada por la XV Feria Nacional del Libro Zacatecas 2015, donde se han dado cita 46 casas editoriales y presentará a 40 escritores. Con los pasillos semidesiertos y un programa desangelado, evidencia la falta de cultura lectora en el estado.

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En contraste, septiembre iniciará con la Feria Nacional de Zacatecas, evento que cuenta con eventos, principalmente musicales, de cantantes nacionales. En ésta, la gente inunda cada rincón, cada pieza que la constituye, con lo que se expone las prioridades del zacatecano promedio: alcohol y espectáculos de entretenimiento populares.

Dos ferias, dos públicos, dos formas de reconocernos como parte de una cultura milenaria, en la que leer no es una actividad relevante, sino la evasión de la realidad, la aparente fuga del mundo en el que vivimos y el alivio momentáneo.

 

Pueblo de muertos

No por nada uno de los libros más representativos de la literatura mexicana es La Feria de Juan José Arreola, donde la multiplicidad de voces domina la narración. Al igual que cuando uno camina entre los laberintos de una feria de pueblo, en el libro de Arreola se escuchan varios personajes hablar, a veces a sí mismos, a veces a un interlocutor, a veces apelando al lector.

Compuesta de 288 fragmentos, o microrrelatos, es una obra que muestra al mexicano en lenguaje e idiosincrasia: “Abundancia ¡madre! Somos un pueblo de muertos de hambre” dice una de las narraciones. Y es que, con la economía en una de sus peores fases en las últimas décadas ¿quién pensaría en comprar un libro? Aunque los precios varían, fácilmente se tienen que invertir entre 100 y 300 pesos por un ejemplar literario. Dependiendo de la editorial, puede llegar a costar hasta 500. Ni se diga de los libros especializados. ¿Quién tiene en estos tiempos la soltura económica para invertir en lectura? Y además ¿quién puede invertir tiempo en leer para soltar un rato la realidad, cuando por igual cantidad de dinero existen fugas mucho más contundentes como el alcohol?

Efectivamente, como dice Arreola: “Somos un pueblo de muertos de hambre”, pero no sólo por la dificultad de ganarse el pan diario en la mesa, sino porque hemos muerto en hambre de vida, de crítica, de curiosidad. Somos un pueblo que rechaza los cuestionamientos, que no queremos ver más allá de nuestra nariz. Hay en nuestro andar diario el paso aletargado de un autómata. El hambre por saber, por preguntar, por aprender se ha ido consumiendo en sí misma. Como la serpiente que se come su propia cola somos un pueblo que acaba consigo lentamente y sin darse cuenta.

 

La desaparición del individuo

Es cierto que la Feria del libro tiene poca difusión en la capital y menos aún en los municipios; en comparación con la Feria Nacional, no hay un patronato, no hay reinas de belleza, no hay un gobierno que invierta millones en su realización. Sólo está la disposición llevar a cabo modestas actividades relacionadas con la lectura.

Sin embargo, este año sí hizo falta la presencia de, al menos, un par de escritores ubicables en el ámbito de las letras mexicanas. No porque los que no son tan reconocidos no sean importantes, sino porque en la actualidad, la sociedad se siente atraída por aquellos nombres que sobresalen en las vitrinas, por las figuras de las que se habla en las redes sociales y por quienes han sido catalogados como un producto comprable. Más que pensar la literatura como una actividad consumista, hay que ver en ciertos autores, el gancho perfecto para acercar a la gente a los textos.

Curiosamente, en la Feria Nacional ocurre un fenómeno inverso: no importa cuáles sean los “artistas” invitados, ni el programa propuesto, ni siquiera el clima adverso e incluso la inseguridad social, la gente asiste de manera casi religiosa cada año a sus instalaciones, luciendo sus mejores galas, gastando sus pocos pesos.

No hacen falta estrategias de mercado para que el pueblo acuda aunque sea a darse la vuelta por sus callejones de olores y sabores diversos. Lo único que se necesita es la propia necesidad de asistir a un lugar donde las personas no son una, sino multitud; donde se despersonaliza el individuo… sí, este tipo de ferias ofrecen como mayor espectáculo la desaparición del individuo, como en el libro de Juan José Arreola. Vamos a perdernos entre los demás, a comportarnos como los otros, a no ser únicos, a caminar al paso de la multitud y a comprar lo que todos compran. Esa es la verdadera cultura que tenemos.

Y es que, para leer se necesita silencio y la apertura a escuchar nuestra voz propia desdoblada en los personajes. Para leer hace falta empatía con uno mismo antes de abrirse al mundo. En seguida la lectura nos hace escuchar a los otros y entender el entorno; nos enseña que estamos solos, que nadie tiene por qué comprendernos, pero también nos dice que la soledad y la incomprensión son las condiciones en las que el ser humano se reconoce como un ser autónomo y ésa es la mejor compañía y la absoluta comprensión.

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