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viernes, 10 mayo, 2024
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¡¡Fuera máscaras!! Crisis de representación en el sistema de partidos

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

Ayer se iniciaron los registros de candidatos a diputados federales y a diferentes cargos de elección popular en las entidades que tendrán comicios locales. Y el espectáculo que estamos presenciando es verdaderamente grotesco. Si dejamos a un lado a Morena, que superó con éxito la etapa de decisiones sobre sus candidaturas federales, en el conjunto del sistema de partidos tenemos centenares de litigios en los tribunales y un trasiego de cientos de personas que van de un partido a otro en busca de las decisiones cupulares que les permitan ser favorecidos con las ansiadas candidaturas. Lamentablemente  también en Zacatecas circulan esos malos vientos.

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La insatisfacción domina amplios sectores en el PRI, la candidatura de Claudia Anaya todavía está en litigio en la sala regional de Monterrey del tribunal electoral, y lo mismo pasa con la afiliación partidaria de un numeroso grupo de personas provenientes del PRD. En el PAN también tienen problemas de legalidad interna las candidaturas por el principio de mayoría relativa, y la de representación proporcional recibió un severo golpe a manos de Pedro Martínez; tuvo que verificarse una decisión autoritaria de la dirección nacional para sostener a Leonel Cordero Lerma. En el ámbito de los partidos de izquierda es donde el espectáculo es más lamentable, veamos: Saúl Monreal no aguantó que lo dejaran fuera de la lista de candidatos plurinominales de Movimiento Ciudadano (MC) y decidió abandonar ese partido para utilizar la otra franquicia en manos de su familia, la del PT, para participar como candidato en el distrito I de la coalición PRD-PT, acordada de última hora para participar en los distritos I y II del estado. Ello significará el desplazamiento de Sara Buerba Sauri, quien ya había sido designada candidata del PRD en ese distrito, y del candidato del PT en el II para dar paso a la candidatura de Antonio Mejía por la alianza referida. En consecuencia, se ha generado un gran vacío en el MC estatal que al parecer será llenado por la influencia de Claudia Corichi y los ex perredistas recién llegados a ese partido bajo la sombra de Marcelo Ebrard.

Lo anterior solo demuestra que los partidos referidos se han convertido en franquicias cuyos dueños toman decisiones sin tomar en cuenta los intereses de sus integrantes de base, y que ya no existe elemento ideológico alguno que los cohesione; ello también explica que todos recurran a la masiva compra de votos como forma casi única de relación con la sociedad, pues se han convertido en pequeños grupos que solo atienden a sus propios intereses. Eso no era lo que esperábamos de las sucesivas reformas electorales.

En el México de los años 70´s vivíamos en un sistema de partido casi único o, como le llamó Sartori, de partido hegemónico. El PRI estaba presente en todas partes y sus miembros monopolizaban la representación política. Había elecciones sin competencia; eran votaciones rituales que se cumplían conforme el calendario lo establecía, pero los ganadores y perdedores estaban predeterminados. Pese a ello estábamos convencidos de que en México coexistía una pluralidad de idearios, intereses, sensibilidades y puntos de vista que requería de espacios para expresarse, recrearse, convivir y competir de manera pacífica y pública, y por ello en 1976 la demanda principal de Valentín Campa, candidato sin registro del Partido Comunista Mexicano a la presidencia de la república, fue la reforma política.

Pusimos grandes expectativas en las virtudes de los mecanismos de redistribución del poder político, en que la transformación de las reglas de la toma de decisiones iba a desembocar en una transformación automática de la sociedad. Ahora vemos que eso no fue suficiente.  Hoy es evidente que sobrevaloramos las expectativas en relación al cambio democratizador; pensamos que no solo iba a ampliar las libertades, a generar pesos y contrapesos en el entramado estatal, a ser un espacio para la dignificación de la diversidad, sino que una vez llegado a ese puerto, el ejercicio de gobierno iba a ser transparente y se iba a abolir la corrupción. Se pensaba que habría crecimiento y se acabaría la desigualdad. Es decir, la democracia era una llave que todo lo podía. Después de décadas de un régimen autoritario con un partido casi único, era natural que creyéramos honradamente que con democracia muchas de las taras y de los problemas que vivíamos se iban a resolver. Como las expectativas eran grandes, es natural que hoy el desencanto sea muy fuerte.

Estamos atravesando una enorme crisis de confianza, cuyas fuentes son tres: una es la vulneración reiterada de los derechos humanos. El caso de Iguala ha generado enojo, irritación y movilizaciones y sumado a lo de Tlatlaya, uno presupone que esa catástrofe no es única y que seguramente se ha repetido en otros lados. Otra son los reiterados casos de corrupción que acaban en impunidad. Y la tercera es la descomposición del sistema de partidos que ya no representan más que a pocos. Esas fuentes de insatisfacción constituyen el viento fresco que hoy recorre el país. Frente a esas realidades hay gente que no solo está dispuesta a denunciarlos sino a salir a las calles, porque esto no puede seguir igual. El cambio de fondo es urgente.

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