Las últimas semanas la mayoría de los partidos políticos en México, con motivo de la designación de sus listas de candidatos a los puestos que se elegirán en junio próximo, en especial la selección de candidatos para las listas de representación proporcional, han brindado un espectáculo que reafirmará el poco aprecio de los mexicanos por esas organizaciones. Hemos visto nítidamente que las dirigencias partidarias menosprecian a sus militantes y toman decisiones unilaterales y cupulares, al margen de esas bases o manipulándolas bajo esquemas de simulación. Ha quedado claro una vez más que los partidos políticos son controlados por una minoría de políticos profesionales que funcionan únicamente para defender sus privilegios, profundizando en el nepotismo y en el pragmatismo más burdo. La supuesta representación de los intereses de sectores amplios de la sociedad es, en la práctica, secundaria, de modo que no existen esfuerzos reales para articular dichos intereses y formar cuadros para su defensa en el debate institucional. La tendencia es hacer del juego político un juego de los pocos, donde las movilizaciones sociales son más un peligro que una parte del juego democrático.
Hoy la nación mexicana, fragmentada inusitadamente con violencia institucionalizada, está muy lejos de los ideales democráticos del humanismo de la cultura de Occidente. La República está herida por el aniquilamiento de instituciones que en otros tiempos por lo menos propiciaban ciertos equilibrios, pero que hoy son propiedad de mafias minúsculas que sólo se representan a sí mismas. La experiencia del sorteo de candidaturas plurinominales en Morena y la austeridad extrema que sus estatutos imponen, si bien son señales positivas sobre su voluntad de corregir vicios, tienen que ser sometidas al escrutinio y debate de sus propios militantes y del público en general, para que no se conviertan en flor de un día y verdaderamente encarnen en una nueva cultura partidaria.
El sistema de partidos políticos en México atraviesa una crisis interna y de credibilidad ligada al menos con dos factores: la ausencia de democracia interna y el desdibujamiento de su orientación ideológica, que impide al ciudadano común distinguir a unos de otros, y permite rupturas y adhesiones instantáneas sin el menor esfuerzo de explicación programática o ideológica. Hay un desplazamiento oportunista al centro-izquierda y al centro-derecha en busca de más votos, con ejemplos de alianzas contra natura, como PRD-PAN o la del Pacto por México entre PAN-PRI y PRD.
Como señala Enrique Dussel, la democracia representativa de hoy debe ir acompañada de características de la democracia participativa, pues sin la participación organizada del pueblo, que le fija los fines y fiscaliza su acción de gobierno, la democracia representativa se corrompe, cae en la impunidad, en la dictadura y en el monopolio político. El soberano de México debe despertar ya de su largo letargo y disponerse de inmediato a poner las cosas en su lugar. El momento era ayer.
