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jueves, 25 abril, 2024
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Vigilar a quienes nos vigilan

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Por: SERGIO OCTAVIO CONTRERAS* •

Desde el nacimiento de los Estados-nación la historia ha registrado todo un arsenal de ejemplos sobre la forma en la cual se ejerce el poder. Ha sido el poder tema de interés de una gran cantidad de enfoques teóricos, pero si tomamos como referencia la sociología clásica y la ciencia política, tal poder puede conceptualizarse como un mecanismo de dominio que se ejerce contra un individuo o un colectivo, por parte de un tercero.

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Tal control puede ejecutarse mediante distintas formas, a través del sometimiento coercitivo de la voluntad, es decir mediante la violencia (como la ejercen los Estados a través de las policías o el ejército), pero también puede ser por la velación de la propia resistencia, es decir mediante el control del lenguaje y la comunicación. Dichos extremos forman parte de interpretaciones sobre los sistemas sociales que se han desarrollado en distintas teorías. La ciencia social ha demostrado cómo el Estado-nación se consolidó para ejercer un dominio sobre los demás, pero cuando deja de ejercer tal función, los vacíos son llenados por otras esferas, como el narcotráfico, las empresas trasnacionales o los medios de difusión, por citar algunos ejemplos.

En la construcción de los Estados el poder siempre fue un tema de consideración. El diseño de sociedades “modernas” incluyó dividir el poder para evitar la concentración del dominio. En tales diseños se encuentran los sistemas de representación pública como formas “democráticas”, donde el legislador encarna los intereses del ciudadano para evitar que el gobernante ejerza el poder en forma absoluta. En las democracias occidentales, modernas, de capitalismo tardío y con representación, tales instrumentos se pueden ubicar en dos apartados: por un lado los controles políticos, donde se incluirían a los tribunales, las auditorías o las secretarías de la función pública, y por otro lado los controles sociales. En el primer caso se trata de figuras institucionales que crea el propio Estado para auto-regularse. Sin embargo la experiencia al menos en América Latina y en México, es que tales órganos no son funcionales como eficaces controles debido a su carácter político. En el segundo caso se trata del control social, ejercido por los ciudadanos mediante la participación institucional o no institucional. En la relación institucional entre ciudadanos y el poder público se encuentran los mecanismos de participación reglamentada, como los comités de vigilancia o el uso de las leyes de transparencia.  Dentro del control no institucional, una de las formas más visibles han sido los medios de difusión, por su capacidad de exponer ante sus consumidores una serie de temas que pueden ser de interés público, siempre y cuando los medios adopten un papel neutral frente al Estado, es decir, alejados de los intereses económicos que tienen a minar en el mundo contemporáneo las libertades informativas.

En la última década el control social alcanzó nuevas formas de ejecución, producto del desarrollo tecnológico: me refiero a la expansión de Internet y de sus innovaciones sobre las formas de producción humana. Las redes digitales parecen conformar una nueva estructura de control social, por un lado escapan a los mecanismos de coerción tradicionales del Estado y por otro se alejan de la información sesgada y despolitizada que tiende a exponerse en la mayor parte de los espacios de difusión tradicionales.

En Internet parte de la sociedad civil se ha interesado en utilizar las redes con fines de control social no institucional. Pero tal finalidad es posible porque la tecnología así lo admite, no se trata de una concesión política, ni siquiera de un derecho. Es simplemente la libertad de comunicación y el conocimiento lo que ha permitido el desarrollo de estos nuevos mecanismos que exhiben en una vitrina global tanto asuntos públicos como privados. Especialistas en tecnologías fueron un grupo selecto que supo aprovechar las bondades de Internet para conformar un control social no institucional en redes. Wikileaks es un claro ejemplo de cómo la transparencia de lo público puede ejercerse con base en la libertad y por encima de los controles informativos tradicionales.

Las nuevas herramientas tecnológicas han permitido a las personas enterarse de escándalos de corrupción tanto en China como en España, del enriquecimiento ilícito de ministros en Medio Oriente o de la manipulación informativa en Estados Unidos. En la era de Internet la información pública adquiere un mayor grado de transparencia que en la era mediática, pero también de la vida privada propensa a la exhibición tanto por los individuos como por terceros. No se trata de la publicación de verdades, ni tampoco de certezas, sino más bien, de la posibilidad de poder conocer otros discursos, otras formas de interpretar la realidad a las cuales no teníamos acceso hace 20 años. Los organismos tradicionales de dominio pueden ser evadidos en la galaxia Internet.  Hoy en día, el cibernauta tiene la posibilidad de vigilar a quienes tradicionalmente nos han vigilado. ■

 

* Jefe del Departamento de Promoción y Cultura de la CEAIP

*Autor del libro Zacatecas y la Sociedad Internet

 

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