17 C
Zacatecas
jueves, 25 abril, 2024
spot_img

El Canto del Fénix

Más Leídas

- Publicidad -

Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte • Admin •

No debemos ser imbéciles

- Publicidad -

Dentro de las palabras de nuestro español, hay una que casi nunca escucho en Zacatecas: “tumbo”. No como verbo, no como primera persona del singular en presente de indicativo del verbo “tumbar”, sino como sustantivo. Hablo del tumbo, el vaivén violento, la caída violenta, el vuelto o voltereta, como lo define el Diccionario de la lengua española o DRAE, cuya más reciente edición es la vigésimo tercera, generada en este octubre de 2014.

Tumbo es también la ondulación de una ola del mar, y especialmente la de una ola grande. Tumbo es la ondulación del terreno y el retumbo o estruendo. Hasta aquí las definiciones oficiales.

Los tumbos, sin embargo, se comprenden mejor cuando se viven. Cuando, más que padecerse, puede uno sobrellevarlos. Los tumbos forjan el carácter, y bien se sabe que lo único más intenso que la desesperanza es la paciencia. Lo único más poderoso que el grito es el silencio. Lo único más sublime que la desolación es la fe constante.

Se vive para aprender, y se aprende para vivir mucho mejor. Cada estrechez o penuria no puede ser vana: todo nos conduce a mejores estadios y me refiero no a las circunstancias de la nueva vivencia como al modo en que puedo enfrentarme a ella. Es decir: no importan los adjetivos con que puedo calificar el momento al que llego, sino los adverbios que pongo en mi actuar para lidiar con esa nueva etapa.

Todo esto, claro, es parte de la permanente búsqueda del ideal. El Diccionario nos dice que “ideal” es algo “que no existe sino en el pensamiento”. Ojo: eso no quiere decir que no pueda existir algún día en la realidad.

Quienes buscamos el ideal, los idealistas, no debemos imbéciles. Sabemos que hay que luchar para tener como realidad lo ahora inasible. Tenemos que luchar más de la cuenta. Sabemos que por doquier, incluso en los espacios dedicados a la divinidad, priva la ingratitud y la simulación, la soberbia y la injusticia, la envidia, la ignorancia y la intriga, pero eso no puede más que animarnos.

Por amor a nuestro ideal, quienes tanto luchamos sabemos sobrellevar los tumbos. Cuando el sueño se nos esconde tenemos mayor certeza de que éste no ha muerto, y prueba de ello es que nos muestra en ese instante que tiene energía para huir por un rato.

No es ser imbécil, pues, perder el ideal, sino renunciar a su búsqueda. No es ser imbécil creer en una mejor realidad para nuestro país, sino quitarse la cera de los oídos, desamarrarse del mástil y unirse a los plañideros que sin esperanza se arrojan al agua.

Los idealistas podemos luchar y amar de la única manera posible: con la debida convicción.

Sólo por eso los idealistas somos los doctorantes en tumbos.

Los idealistas no debemos ser imbéciles. Si llegáramos a ceder a ese estado, traicionaríamos a nuestra esencia, a la que nos da tanto valor en sus dos sentidos: el de gallardía y el de tesoro.

No debemos ser imbéciles, porque somos la última esperanza de esta humanidad.

 

[email protected]

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -