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jueves, 25 abril, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Duelos

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Negro para Occidente, blanco para Oriente. Nuestras formas de llevar luto varían en torno a una concepción tan prístina como simple. Para los occidentales, culturas autonominadas “modernas”, quienes ven morir a un familiar piensan algo así como “qué será ahora de nosotros”. Dicen que por eso visten de negro. Para los orientales, culturas generalmente identificadas como “anticuadas”, quienes ven morir a un familiar piensan algo así como “qué bueno que ha superado este plano terrenal”. Dicen que por eso visten de blanco.

En medio de este duelo tan occidental, tan católico y mexicano provinciano, me acerco al ataúd y no veo a un hombre, sino a lo que resta de un hombre. A ese cuerpo inerte le falta el alma: ánima, como se dice en latín. No sepultarán ustedes a su padre, digo a los dolientes, sino al cuerpo que él tuvo en esta vida. Rezan frente a lo inanimado, lloran frente a lo que fue y ya no es.

Me maravillan los duelos porque conjuntan cúmulos consecutivos de sentimientos. Por en medio de un pesar general se cuelan reencuentros, recuerdos, suspicacias, incluso chistes clandestinos. Como en toda celebración, también hay gorrones, también hay curiosos y morbosos, lo más bajo entre las víctimas de la curiosidad. Coinciden en los duelos rezos y desvelos, trajeados de funeraria y familiares que traen la misma ropa que vestían días antes, al ingresar al hospital con su pariente entonces vivo.

Coinciden en el duelo cafés y tequilas. Comelitones adentro, galletas afuera… o a la inversa. Letanías atropelladas y sillas por doquier. Pésames que, de tanto buscar que broten sinceros, suenan abiertamente fingidos y hasta irrespetuosos. Cirios y salsas. Vasos desechables y charolas. Niños que corren, señoras que intentan aplacarlos. Abrazos, abrazos, abrazos.

No puedo escribir más que de aquello que ahora veo. Dejo un testimonio en medio de un dolor sentido por los dolores de quienes ahora me rodean. No dejo de tropezar otra vez, caer nuevamente sobre la sorpresa: quienes en un principio se mantuvieron fuertes terminan por descoserse, como costal tirante. Quienes enterraron su pesar antes del entierro sorprenden en su implotación: todo sigue hacia adentro. También llegan los arrepentimientos… y ver que nada más falte para la hora de misa.

No puedo escribir más que de aquello que ahora sucede. Algunos empalman las sillas de plástico, otros trasladan los arreglos florales, las coronas con cintas blancas en diámetro. Parece que todos tenemos asegurado un duelo y cada día lo preparamos en amistades y enemistades, en apuros y pachorrudeces, en secretos y escándalos, en resentimientos y agradecimientos.

 

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