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jueves, 25 abril, 2024
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Jesús de Nazareth: la radicalidad de un hombre no-religioso

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Jesús de Nazareth es un hombre sorprendente y paradójico: a partir de él se funda una religión justamente cuando su actitud es no-religiosa. Veamos en qué sentido afirmamos tal cosa. Una religión como sistema de creencias e institución social tiene ciertas características; ahora menciono las más importantes: en términos de creencias se define por separar bien dos ámbitos, uno sagrado y otro profano, y con ello, la institución que se forma de este sistema de creencias, se constituye en mediadora entre esos dos ámbitos; dicha mediación hace posible la administración del contacto entre lo sagrado y la vida profana.

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Y a su vez, dicha mediación justifica la existencia de un orden de personas llamados a ejercer la mediación, el orden sacerdotal; que los distingue claramente del resto de las personas del pueblo. Entonces una actitud religiosa (en sentido sociológico) no sería sólo declarar la existencia de un dios personal (hay religiones no-teístas), sino el adscribirse a ejercer este mundo dividido entre un ámbito sagrado y otro profano, en el cual, se funda una institución que tiene la función de construir la mediación y el contacto entre estos ámbitos esenciales.

Estas instituciones no solamente establecen personas especiales (sacerdotes), sino espacios heterogéneos, o sagrados, como son los templos. Y la vida religiosa está por ello adscrita a estos espacios, a los templos, a sus ritos y a sus mitos. Pues bien, todos estos rasgos definidores de una actitud religiosa no son parte de la actitud fundamental de Jesús el Nazareno, su vida consiste justamente en desmarcarse de ellos.

Pero niega la separación entre sagrado y profano no por defecto, sino por exceso: no hay espacios sagrados especiales (donde hacer oración, por ejemplo), sino que todo espacio lo es.

Todo espacio es sagrado porque todo espacio es creación. Igualmente en el caso de los hombres: no hay unos hombres especiales-mediadores (sagrados) y otros ordinarios (profanos), sino que todos son sagrados, porque todos son hijos de Dios, su creaturidad hace que toda persona (por el hecho de serlo) sea sagrada, no tiene que tener nada espacial para serlo, simplemente haber nacido. Es la radicalidad de la actitud de Jesús: no hay proyecto sacerdotal en él, porque no hay mediadores posibles. Esa es una cosa peligrosa que vieron en él los sacerdotes del Templo de Jerusalén que promovieron su muerte.

No era peligroso por ser ‘profeta’, de estos salían por montones en esa época. Sino porque su aspiración eliminaba el proyecto sacerdotal como era pensado por los judíos. Metafóricamente se dice que cuando Jesús muere el velo del Santo Sanctorum (el espacio del templo donde moraba Dios) fue desgarrado.

Y por ello, oraba en cualquier lugar, en los corrales o en la cocina. Por tanto también elimina la necesidad de templo. Esto último es muy importante porque lleva a una característica por demás radical: la vida religiosa (en el sentido del contacto con Dios) no se da en los límites de los ritos o en el cumplimento de prescripciones religiosas específicas. El contacto con Dios no se da en ningún templo, ni la obligación del discípulo es afirmar ciertas creencias. En lo absoluto. Cuando habla de la salvación dice que lo importante es dar de beber al sediento, y dar de comer al hambriento, y todo eso; jamás dice: deben ir al templo cada tiempo o deber creer en tal cosa o cumplir tal prescripción ritual.

Nunca pide a sus discípulos ningún requisito ritual o de creencia, sino algo muy práctico: reconocer que el otro es responsabilidad tuya y hacer un trato de amor con él, y sobre este supuesto, comprometerte con el reino de Dios. Si actualizamos esta actitud, Jesús no pide que seas de tal o cual religión o que hagas ciertos ritos (bautizo o matrimonio o cosas así); sino que te invita a que tengas una actitud de amor radical con todas las personas, por el hecho de ser personas. Y esta actitud de amor radical lleve a construir el reinado de Dios en la tierra, el cual no consiste en que las personas se hagan cristianas o musulmanas o sean ateos; sino en que vivan (efectivamente) en un ámbito de justicia y todos puedan florecer. Y una cosa muy importante: el contacto con Dios no se da en algún templo cumpliendo algún rito, sino en el mundo de la vida, frente a todos los semejantes procurando su bienestar.

En otras palabras, la experiencia de Dios se da no en los templos, sino en el mundo, en medio de los trajines y sudores. Se contempla a Dios en el momento mismo en que se construye su reinado en el mundo. Los órdenes sacerdotales (generalmente) no son parte de la solución, sino de los problemas, porque ejercen un dominio que separa a las personas. Y el problema fundamental para realizar el reinado de Dios es el ejercicio de la dominación de unos grupos humanos sobre otros.

La radicalidad de Jesús lo hace no-religioso (en el sentido sociológico que lo definimos). Y justamente este rasgo no-religioso le proporciona una gran potencia universal no dominante: como no pide creencias religiosas específicas o aceptar cierta institución determinada, sino una actitud de amor y servicio radical; por ello, puede universalizarse sin que eso signifique colonizar las culturas a donde llega. Por cosas como estas es que la figura de Jesús continúa siendo fascinante, y no lo han podido encerrar las distintas iglesias que quieren hacer de él, el paladín de su aberrante sectarismo o gris dogmatismo. Sigue siendo libre. ■

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